Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 28 de febrero de 2002
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Editorial
 
CATASTROFE POLITICA

SOLDe acuerdo con los pronósticos más pesimistas, en el ejercicio de renovación de dirigencia que ha venido realizando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) sucumbió a sus peores lacras históricas: la delincuencia electoral, el populismo demagógico más ramplón, el manejo clientelar y patrimonialista de huestes sobornadas para sufragar y la utilización descarada de recursos públicos y posiciones de poder político para distorsionar la voluntad popular. Desde un inicio fue claro que la disputa entre las fórmulas presididas por Beatriz Paredes Rangel y Roberto Madrazo Pintado no era por convencer a la militancia priísta y a la ciudadanía en general de la pertinencia de sus respectivas propuestas, sino por determinar cuál de los equipos era capaz de realizar los desaseos más determinantes y numerosos. Los recursos de manipulación que los priístas emplearon de manera proverbial contra sus oponentes fueron utilizados, el 24 de febrero y los días subsecuentes, contra el propio partido, el cual aparece ahora secuestrado por sus sectores más inescrupulosos, corruptos y pragmáticos, agrupados en torno al ex gobernador de Tabasco.

Con sus comicios internos, el PRI no sólo ofrece al electorado un espectáculo lamentable y desalentador, sino que se ha colocado en un grave dilema: si el aparato y la burocracia del partido, mayoritariamente representados por la fórmula Paredes-Guerrero, desistieran de impugnar los resultados --al menos, los de Oaxaca y Tabasco, que son los resultados más evidentes de inmundicias electorales-- y entregaran a Madrazo el control del instituto político, éste perdería rápidamente sus últimos remanentes de principios históricos y se convertiría en una fuerza golpeadora y oportunista, sin más lineamientos que la recuperación, por los medios que sea y a toda costa, de la Presidencia de la República. Si, por el contrario, se decidiera resistir al megafraude de Madrazo, éste no vacilaría en dividir al partido y, si estuviera a su alcance, destruirlo; de cualquier forma, en ese escenario quedaría la sospecha generalizada de que el PRI habría realizado una elección simulada para imponer en la dirección una candidatura oficial.

Tal pérdida de legitimidad --como consecuencia de lo que pretendió ser un ejercicio de legitimación democrática-- y semejante catástrofe para la institución partidaria podrían ser vistas, incluso con regocijo, como un desenlace inevitable y hasta saludable, de no ser porque tras las siglas del PRI confluyen todavía vastas fuerzas sociales, grandes y abundantes posiciones de poder --el mayor número de gubernaturas y presidencias municipales, así como las bancadas legislativas más numerosas--; para el país en su conjunto habría sido más deseable un PRI democratizado y saneado que el Revolucionario Institucional envilecido, confundido y dividido que queda tras la elección del pasado día 24 y luego del resultado dado a conocer ayer.
 

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