Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 28 de febrero de 2002
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Contra
Alegría del portugués que fue a Granada

En 1987 el novelista escribió, con gran emotividad, este texto sobre Miguel Ríos a raíz de la entrega de la medalla de oro de esa ciudad al rockero. El cantautor dará en México

una serie de conciertos a partir del viernes

José Saramago

No me pidan nombres. Hablo tan sólo de una gente que he visto sonreír y aplaudir, de la que he oído altas y luminosas voces en el patio del ayuntamiento de Granada, donde, quizá por primera vez, resonaban palabras sencillas y populares en un acto oficial.

Circunstancias particulares de mi vida me llevaron allí para ser, simplemente, un acompañante, pero luego la fiesta me perteneció como si granadino fuera. Y joven, yo que no soy más que portugués y mayor. Además no soy aficionado al rock y no voy a convertirme ahora, es demasiado tarde, aunque me parezca que en una época que vive bajo la amenaza del trueno nuclear el clamor rockero puede ser entendido como un grito humano de protesta.

Estoy escribiendo torpemente en castellano, y eso es un riesgo terrible para mí, si mis lectores españoles ponen sus ojos en estas cuartillas y me juzgan por sus méritos. No tengo otra justificación que la alegría, muy señores míos, y la alegría puede justificar la osadía. Por eso vengo aquí a decir que en Granada, en el acto de la entrega a Miguel Ríos de la medalla de oro de la ciudad, me he visto a mí mismo participando de una felicidad ajena como si fuera mía.

Sonreí y aplaudí como los demás. Y si me atrevo a decirlo con palabras llanas y elementales es porque la alegría se puede expresar elementalmente con el gesto, con la risa, con las manos que bailan en el aire. Es decir: en este momento no estoy escribiendo, estoy aplaudiendo a Miguel Ríos y a sus amigos, tanto los que tienen nombre como los que no necesitan decirlo. Y si mal escribo, el aplauso, al revés, es bueno, sincero y fuerte.

Pero hay más que aplaudir: Mis palmas van igualmente a una ciudad que, por lo visto, cultiva la gratitud, flor entre todas rara, sujeta a matices y desviaciones que la convierten, muchas veces, en objeto mercantil.

Miguel Ríos es un cantante popular, pero quizá sea también un sabio en humanidad. Si como cantante ha merecido una medalla, bueno. Que la haya merecido como persona, mejor. Porque a los buenos deberían ir las medallas aunque fueran mudos.

Por todo esto he sido un hombre feliz en Granada. Tan feliz que no he compartido solamente la alegría, también mis ojos se ahogaron de una incontenible lágrima ante la felicidad casi dolorosa de Miguel. Por eso ahora estoy dudando si no habrá un error en mi título, si a lo mejor no debería llamarle a estas líneas "emoción del portugués que se fue a Granada".

Granada, marzo de 1987. 

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