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Política

2023-09-09 06:00

Chile, hace 50 años

Periódico La Jornada
sábado 09 de septiembre de 2023 , p. 11

Recuerdo bastante bien cuán agitado fue el traslado de aquella noche de septiembre, desde Santiago, para poder llegar oportunamente al aeropuerto de Pudahuel. Resulta que grandes contingentes de mineros huelguistas de la famosa y monumental mina de cobre llamada El Teniente –decían que era la mayor del mundo– marchaban sobre Santiago y habían interrumpido la vía normal de acceso.

Afortunadamente, el gentil manejador, amable como todos los chilenos, especialmente con nosotros los mexicanos en aquellos tiempos, se las sabía “de todas, todas”. No crean que estaba tranquilo mientras circulábamos por terracería y hasta por brechas…

El caso es que llegamos “rayando el caballo” y en cuanto apenas pude me abracé con los compañeros que, no sé cómo, alcanzaron a llegar antes que yo. Recuerdo sus gritos: de “¡Viva México” y “¡Viva Chile, mierda!” que oía mientras caminaba por la pista rumbo a la escalerilla del avión aquel que, a manera de tranvía, acabaría dejándome en Guadalajara, después de no sé cuántas escalas. También guardo memoria clara de que todos los gritones tenían el puño en alto.

Habían pasado más de cuatro meses de comunión de quienes deseaban construir “a la buena” un Estado socialmente más justo en contra de todas las trapacerías de los llamados “momios” que respaldó el gobierno de Estados Unidos.

Ser mexicano era especialmente bueno en Chile, sobre todo por el prestigio que tenía la política exterior mexicana y las ayudas, más aparatosas que reales, que los chilenos agradecían sobremanera. Un ejemplo: entre las muchas cosas cuya escasez se provocó para incomodar a la población estuvo la gasolina.

Simple y sencillamente la escondían… Bastó que se anunciara que llegaba a Valparaíso el primer barco despachado por Pemex para que el combustible saliera de sus guaridas…

A pesar de todo, la popularidad del presidente Allende iba en aumento. De ahí el comentario de que el criminal golpe de Estado se debió precisamente a que los votantes a favor del que cariñosamente le decían El Chicho se debió a que cada vez quedaba más claro que no podría ser derrotado en las urnas.

El martes 11 en la tarde, ya muerto Allende, los milicos fueron por mí a un buen lugar para vivir que había hallado en el tapanco de un hotel muy céntrico, en la calle Huérfanos.

Cuando me iba no encontré a nadie de mi manera de pensar para que lo ocupara y se lo pasé a un profesor estadunidense más reaccionario que Nixon… Sus iniciales eran JM, que tenía bordadas en un elegante batín que usaba cuando se retiraba a descansar.

Cuando llegaron los uniformados, con muy malos modales, por cierto, no preguntaron ni hicieron caso de sus expresiones mientras se lo llevaban “de cantarito” en un camión en el que llevaban más víctimas al estadio de Santiago, donde se acumularon muchos prisioneros, algunos de los cuales desaparecieron por completo.

El gringo de marras tardó un mes en hacerles entender lo que era y conseguir que su embajada respondiera por él. Fue puesto en libertad y embarcado en el mismo vuelo que yo había tomado, sólo que él bajó dos paradas después, en San Francisco, California. En Guadalajara logramos vernos y me contó su historia. Me dio tristeza porque durante el calvario que pasó durante ese mes se había vuelto allendista.

Por otro lado, en el mismo lapso yo había ido recibiendo noticias de amigos muertos, encarcelados y uno que otro prófugo y hasta asilados en nuestro país.

Cabe recordar que los diplomáticos mexicanos estuvieron a la altura de las circunstancias.

A Gonzalo Martínez Corbalá y Raúl Valdez Aguilar

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