Soy, se sabe, amante del verso popular, de la canción (géneros literario y musical). Muchos de mis amigos, que siendo muchos no llegan a demasiados, músicos son, más propiamente compositores de canciones y cantores. O hacedores de textos poéticos –que, éstos, se sentirían desamparados de no estar emparentados con el espíritu canción.
Más de este lado que de aquél se encuentra Raúl Eduardo González, quien no entona mal las valonas y poco hace me regaló dos libros, uno en el que como investigador presenta la libreta de sonetos doloridos (datan de principios de diciembre de 1942 a principios de febrero de 1943, a razón de soneto por día) de José Asunción Luciano, cuya foto en la portada lo muestra patriarcal sentado en una hamaca al parecer al borde de un río; el otro de glosas varias, con plantas (los versos a glosar) firmadas, anónimas y del autor. En diálogo con título de Borges el suyo es Para las cinco cuerdas.
El poeta Luciano fue seminarista, solía lamentarse de no haberse ordenado sacerdote, mas sus versos se muestra como persona entregada a la familia y sociable, bien que algo inclinado al sinarquismo y, eso que ni qué, poco afecto al socialismo y a los rojos.
Católico de hueso colorado (paradojas del lenguaje), no carece de sentido del humor, de gusto por lo local ni de grácil, en ocasiones graciosa sencillez: uno de sus sonetos se llama ¡Chócalas!; otro, de sonreída, buena factura, La de malas, y Puntadas otro más .
En algún momento se lanza contra los totalitarismos o sus impulsores, Hitler y Stalin entre ellos. Religioso ferviente, escribe sobre almas que le son afines, sobre lo divino... Guadalupano, dedica tres piezas a la Virgen. Asimismo, dibujante algo naíf, ilustra algunos de sus temas bien con su trabajo gráfico, bien con fotografías y estampas.
De las cuerdas nos ocuparemos próximamente. Mientras festejemos la aparición a finales del ’22, en números redondos a ocho décadas de iniciada la serie o Fila de sonetos doloridos de José Ascención Luciano, versero atendible –más que atendible, cuasientrañable–, coeditada por la Universidad Michoacana, Pro-Ballet, Red Utopía y Jitanjáfora. Gracias a ellos, a Raúl Eduardo y a Leticia Dávalos Valenzuela, bisnieta del poeta de Huetamo y guardiana de los originales ahora ya afortunadamente del conocimiento público.