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Cultura

2023-07-30 09:09

Entre la eternidad y lo mundano: Wislawa Szymborska en su centenario / La Semanal

El pasado 2 de julio se cumplieron cien años del nacimiento de la poeta polaca Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura 1996, otorgado por su “poesía que, con irónica precisión, permite que el contexto histórico y biológico surja a la luz en fragmentos de la realidad humana’’.

Wislawa Szymborska es heredera de una poética que confluye entre lo geopolítico y lo personal, que en algunos versos hace recordar a su compatriota, el también laureado con el Premio Nobel en 1980 Czeslaw Milosz, poeta de la humanidad y de la posguerra.

Sin perder un atisbo de lucidez y elegancia, Szymborska daría voz también a las cosas mundanas y a los seres vivos, no sólo para nombrarlos sino también para generar una lectura de alto impacto en “lo sensible”, en un nivel que sólo hace posible alguien con gran capacidad de observación y el dominio de un lenguaje sencillo provisto de un tono filosófico y emocional muy particular. Este artículo es un homenaje a una de las poetas universales de la literatura contemporánea.

I

Wislawa Szymborska nace en Prowent, hoy parte de Kórnik, Polonia. En 1931, cuando ella tenía apenas ocho años, su familia se trasladaría a Cracovia, ciudad en la que elegirá vivir y escribir el resto de sus días. Su contacto con la literatura se da desde su ingreso a la Universidad Jagellónica en la carrera de Lengua y Literatura Polaca y Sociología, que no concluye por problemas económicos.

Comienza publicando poesía en periódicos y suplementos literarios locales. Su primer poemario aparece en 1952 (tres años antes no había pasado la censura). Sobre sus primeros libros de poesía se sabe que ella misma los repudiaría por considerarlos “demasiado socialistas”. También es conocida la distancia que mantendría con el Partido Obrero Unificado/Polaco, del que ella misma fue miembro en sus inicios. Ya para 1957 adoptaría una postura disidente al comunismo en su país, y a partir de entonces mantendría amistad con otros escritores críticos de otros países, en especial de Francia, donde comienza a publicar y al mismo tiempo a traducir del francés al polaco.

Esta postura política la llevaría dentro de su país a lo largo de su trayectoria literaria, si bien no a una invisibilidad, tampoco a un prestigio rebosante: otro nombre siempre se imponía en los círculos literarios dentro y fuera de su país: Zbigniew Herbert, eterno candidato al Nobel. Por ello, el premio concedido por la Academia Sueca a una escritora casi desconocida en lengua española (entre las traducciones al momento de recibir el Nobel, sumaban apenas veintidós poemas, aparecidos geográficamente dispersos entre México, España y Cuba) supuso un despliegue editorial y de traducción significativos, y reveló a una autora muy personal con una vibración tonal mantenida entre la discreción política y el contexto biológico. Ella misma calificaba sus poemas como “estrictamente no políticos… más acerca de las personas y la vida”, y como si de una obra de Mozart se tratara (Szymborska se ganó el epíteto de la Mozart de la poesía) alguien o algo interviene siempre para darle un giro inesperado o un cambio de dirección a sus versos, como es el caso de “Fin y principio”, uno de sus primeros poemas traducidos y también de los más conocidos: “Después de cada guerra/ alguien tiene que limpiar./ No se van a ordenar solas las cosas,/ digo yo.// Alguien debe echar los escombros/ a la cuneta/ para que puedan pasar/ los carros llenos de cadáveres.”

Se vislumbra una Wislawa política pero juguetona, que recurre al barrido histórico para mostrar al final una imagen cotidiana que sorprende con la misma fuerza ontológica: “Aquellos que sabían/ de qué iba aquí la cosa/tendrán que dejar su lugar/ a los que saben poco./ Y menos que poco./ E incluso prácticamente nada.// En la hierba que cubra/ causas y consecuencias/ seguro que habrá alguien tumbado,/ con una espiga entre los dientes,/ mirando las nubes.”*

Es justo el último verso el que mejor vincula a Szymborska con lo mundano y la eternidad, entendida esta última no sólo como una cualidad abstracta de trascendencia, sino también como un orden más cercano a las circunstancias, inscrita incluso en lo que Deleuze concebía como una filosofía deviene menor, desde donde se recurre a la estética o creatividad empírica para alterar espacios y tiempos, y exponer un pensamiento a modo de intervención política porque, en palabras del filósofo francés: “la literatura es el asunto del pueblo”, pero constituida desde una individuación necesaria.

II

Hablar de la evolución poética de todo escritor o escritora en otra lengua es difícil, y la poesía es lo que más pierde en las traducciones. Szymborska no es la excepción. Para 1997 sólo se podían adquirir tres obras traducidas: Paisaje con grano de arena, El gran número y Fin y principio y otros poemas; después del Nobel, el despliegue editorial y la revaloración a su poesía no han parado; hoy existen más de quince traducciones que permiten, aunque de manera fragmentaria, ir armando un rompecabezas de su vida y obra, aunque si de una curiosidad biográfica se tratara, ella siempre decía en entrevistas que toda su vida estaba en sus poemas.

La vigencia de Wislawa puede ostentarse no sólo en el uso sencillo e irónico de su lenguaje, sino también en la gran virtud que poseía para abstraerse de su ser político para convertirse en una filósofa de las cosas mundanas. Mientras la Polonia comunista exaltaba a sus poetas políticos, estudiantes de ese país buscaban identificarse con otros registros poéticos más azarosos. Tal como lo comenta la poeta polaca Krystyna Lenkowska, en un artículo publicado en 2022 en la prestigiosa revista Kwartalnik Artystyczny de su natal Polonia: “Mi primer enamoramiento de la poesía polaca en la escuela secundaria, que no tenía nada que ver con la lectura escolar, fueron las poetas Malgorzata Hillar, Urszula Koziol y, quizás, sobre todo, Wislawa Szymborska. Solía recitar de memoria a mis amigos su poema ‘Conversación con una piedra’, esto a principios de los años setenta.”

La Wislawa de las conversaciones mundanas suele ser también entrañable; busca encontrarle un sentido al mundo, o mejor dicho, descubrirlo a través de las cosas más simples, como puede constatarse en el poema “La llave”**: “Había una llave y de pronto no hay llave./ ¿Cómo entraremos en casa?/ Quizás alguien la encuentre perdida,/ la mire.–¿para qué va a quererla?/ Camine haciéndola saltar en la mano/ como un trozo de chatarra.// Si con el amor que te tengo/ ocurriera lo mismo,/ no sólo para nosotros sino/ para el mundo entero/ se perdería este amor.// Llevada en una mano ajena/ no abriría ninguna casa/ y sería nada más que una forma,/ que la herrumbre con ella se ensañe.// Ni de las cartas, ni de los astros, ni grito de pavo/ este horóscopo nace.”

La lectora o el lector ávidos pueden elegir entre una Wislawa política con poemas como “Hijos de la época”, “Vietnam”, “Primera fotografía de Hitler”, o bien la de una segunda etapa con un registro más maduro y definitivo, que opta por indagar en el espíritu filosófico mundano y de las cosas, en poemas inolvidables como “Un gato en un piso vacío”, “Amor a primera vista” o “Nada sucede dos veces”, entre otros.

III

Otra de las grandes aportaciones de Wislawa a la literatura fue poner su voz y su lucidez al servicio del mundo vegetal y animal, agitar desde su poesía y pensamiento el antropocentrismo operante en el eurocentrismo literario y adelantarse con ello a una ética de la compasión (hoy en día un paradigma filosófico y literario que cada vez gana más adeptos).

Como filósofa que también era, sus versos están llenos de preguntas sin respuestas; para ella todo era digno de enunciarse más que de responderse, y es quizá lo que la vuelve también una gran conversadora de la vida en su huella biológica y ontológica, tal como se desprende en este fragmento de su discurso al recibir el Nobel: “El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas –ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?”

Esta reflexión filosófica y ética no sólo se percibe en la poesía (su faceta más conocida) sino también en sus reseñas, aparecidas o socializadas como prosas o microensayos. En la Polonia comunista, a una Szymborska entonces desconocida le interesaba reseñar los libros que nadie quería leer; no libros literarios ni novelas históricas, sino libros que hablaban de la vida mundana. Hay una Wislawa que incluso busca sorprendernos (no sin antes ella misma sorprenderse) con datos poco conocidos en el campo de la biología y etología, quizá con la finalidad de no privar al mundo animal de la felicidad inesperada, cualidad o tonalidad que muchas veces sólo se asocia con la humanidad. Se constata en “Felicidad compulsiva”, así como en otras reseñas aparecidas bajo el título de Lecturas no obligatorias.

IV

“El humor es el hermanito pequeño de la seriedad. Son algo así como Epi y Blas, pero en formato cósmico”, escribió Wislawa Szymborska. El humor es la experiencia más orgánica para defenderse de la tristeza e incluso la rabia que produce la indiferencia de un mundo dominado por la geopolítica y la biopolítica, que pareciera a veces trazar el destino de la humanidad y de la vida no humana (naturaleza incluida); por lo mismo, esa defensa es también cosa seria, como lo es cualquier promesa. Ese es quizás el mayor acierto literario de Wislawa Szymborska l

* Ve rsiones de Abel Murcia.

**Tomado de Antología poética, Círculo de poesía y Visor Libros México, 2017, versiones de Elzbieta Bortkiewicz.

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