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Reportaje Especial

2023-05-13 10:02

Tras el cierre de la estación del INM en Tapachula, nadie sabe hacia dónde ir

El INM de Tapachula, Chiapas, fue desmantelado, dejando a varios migrantes varados sin conseguir el permiso para transitar por México con destino a EU.
El INM de Tapachula, Chiapas, fue desmantelado, dejando a varios migrantes varados sin conseguir el permiso para transitar por México con destino a EU. Foto Víctor Camacho

Tapachula, Chis., Mientras da pecho a su bebé, una señora pregunta: “Díganos qué sabe del Título 8”. El interlocutor responde con lo que quiere ser una explicación que termina en una inevitable palabra: cárcel.

La mujer forma parte de tres familias que se han juntado bajo un pedacito de sombra, cinco niñas y niños e igual número de adultos.

En realidad, están bien informados, saben todo sobre los títulos 42 y 8. Tienen claridad sobre lo que ocultan esas secas cifras que disfrazan la crueldad de la política migratoria de Estados Unidos, ahora impuesta a las naciones expulsoras de migrantes y, por supuesto, al vecino que es paso obligado. Lo saben, y aun así se arriesgan.

Llegaron este viernes tras un viaje de semanas desde Venezuela. No todos son familiares entre sí: los unió el camino y ahora los une la desesperanza. Están a las afueras de lo que fue, hasta la noche del jueves, un centro especial de atención a migrantes.

Lo instaló el Instituto Nacional de Migración (INM) apenas en noviembre pasado y comenzó a desmantelarlo hace unas horas, lo que significa que aquí no se expedirán más permisos de tránsito por México.

La noche del jueves les dijeron que el lugar cerraría para “darle mantenimiento”. Antes del mediodía partieron los últimos cinco de 15 autobuses hacia, dicen algunos, Tuxtla Gutiérrez, donde supuestamente podrán hacer el trámite para continuar el viaje al norte. Los que no alcanzaron lugar –se dio prioridad a familias con niños– siguieron formados un buen rato, hasta que les dijeron que no habría más transporte.

Del centro de atención sólo quedan en servicio los sanitarios portátiles, dos decenas de elementos de la Guardia Nacional (GN) y una decena de agentes del INM que no mueven un dedo, pero, es de suponerse, cuidan unas vallas ahora inútiles.

Lo que no hace el gobierno –ya en la mañanera se dejó claro que no hay capacidad instalada que alcance– lo hacen tres grupos de oenegeneros, incluyendo Médicos del Mundo: reparten botellas de agua, guías con direcciones de albergues, buenos gestos siempre insuficientes.

–Pues que por mantenimiento, jefe, ya ve que vienen las lluvias más fuertes– dice un añoso agente migratorio que no aguantaría una carrera al más viejo de los extranjeros.

–Qué conveniente que justo ahora se necesite el mantenimiento.

–Usted lo ha dicho mejor que yo, pero no podemos informar nada, somos tropa.

Ni la tropa ni nadie informan nada. ¿Habrá permisos? ¿Qué tan arriesgado es aventurarse sin el papel?, se preguntan cientos de personas de 20 maneras.

Hacia el mediodía, quienes han permanecido en espera de los autobuses prometidos se convencen del engaño y comienzan a irse como llegaron: por sus propios medios.

Jorge es el más parlanchín de un grupo de jóvenes venezolanos originarios del estado Barinas.

–De la tierra de Chávez –se les dice para hacer plática. La respuesta son caras de desagrado.

–¿El Darién? –se les pregunta en referencia a la zona de Panamá considerada uno de los tramos más peligrosos de la ruta migratoria desde Sudamérica. Sorprende la respuesta de Jorge:

–El Darién fue un día de campo comparado con todo lo que se ha vivido de Panamá para acá.

En Honduras, explica, hay que hacer una fila de dos días para conseguir el permiso de paso. Pero lo peor es Guatemala, coinciden los muchachos, porque ahí los asaltaron una y otra vez, retén tras retén: la policía misma.

“Llegamos aquí a México alegres, porque veníamos a sacar permiso para seguir nuestro camino y mire, nos tratan como animales. Ahora no sabemos qué hacer”.

Los jóvenes de Barinas tienen familiares en Estados Unidos y la esperanza puesta en una app diseñada por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), que se ha convertido casi en la única vía para solicitar asilo en el vecino del norte.

La aplicación, conocida como CBP One, ha sido cuestionada por organismos de derechos humanos y no considera, por supuesto, el altísimo riesgo de que los migrantes pierdan sus teléfonos en una ruta peligrosa. Jorge, por ejemplo, ha perdido todo en el camino: dinero, pasaporte, celular, todo. “Lo único que me quedó fue mi cédula (de identidad)”, que le ha permitido recibir dinero de su familia.

–¿Ya usaron la aplicación?

–No, nos dicen que tenemos que llegar a la Ciudad de México o al norte para usarla –dicen los de Barinas.

La frontera está a unos 30 kilómetros del lugar donde ya no dan permisos. Para llegar aquí, muchos contrataron un servicio de pollero exprés: 40 dólares por el cruce del Suchiate en balsa, luego mototaxi, caminata para evadir retenes y, por último, taxi.

En la carretera Tapachula-Ciudad Hidalgo hay dos retenes de la GN, ambos repletos de migrantes “asegurados”. En el Suchiate se vive un día común: hombres que como hormiguitas suben variadas mercaderías a las famosas balsas de madera con cámaras de llantas de tractor.

En un punto se aburren tres agentes del INM y otros tres de la GN. No se ven las tropas que enviaría el presidente Andrés Manuel López Obrador. Tampoco los migrantes, porque ese río imparable camina por otro lado, clandestino como se le obliga a ser.

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