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Política

2023-04-11 06:00

El Cuate, un héroe de la revolución cubana

Periódico La Jornada
martes 11 de abril de 2023 , p. 14

Hasta pasados los 80 años de edad, Antonio Conde Pontones, El Cuate, se movía por la ciudad conduciendo su motocicleta, cada día se paraba de cabeza y dormía en un colchón con la cabecera a una menor altura que los pies, para irrigar el cerebro. Su memoria era notable.

Nacido en Manhattan, Nueva York, en 1926, llegó a México en 1933, sin saber hablar español. A la muerte de su padre, en 1949, se encargó de varios negocios que heredó, incluida una armería deportiva en el Centro de la Ciudad, que cambió su vida para siempre. Allí llegó, en 1955, recomendado por don Pepe Clemente, un extranjero de nombre Alejandro, joven y bien vestido, para comprar acciones de mecanismo belga, la parte móvil de los fusiles.

Alejandro era el alias clandestino de Fidel Castro Ruz, en realidad su segundo nombre. Había llegado de La Habana a México, asilado, al finalizar mayo de 1955. Aquí estaba ya su hermano Raúl. De inmediato puso manos a la obra para organizar la guerra en contra del dictador Fulgencio Batista. La visita a la tienda de Tony, el más joven de los armeros, era parte de esos preparativos. Como los rifles eran caros, Fidel se proponía armarlos por partes.

Conde era un comerciante muy deportista, al que le atraía la cacería. Su negocio se combinaba con la montería. Era totalmente apolítico. No sabía nada de la dictadura batistiana ni de cómo perseguían a la gente y mataban a los opositores. Pero le llamó la atención el personaje. Era un cliente distinto a los que trataba todos los días.

Cuando Alejandro le pidió las acciones, Tony le solicitó que le repitiera la pregunta. Fidel le respondió exactamente lo mismo. Era muy extraño vender esas piezas. A veces las solicitaban extranjeros, sobre todo estadunidenses. Conde cuenta que le dijo: “Señor, yo no sé quién es usted. No me interesa pero si quiere lo ayudo. Cambiamos impresiones con más confianzas. Le dije que sí las tenía pero que no era fácil utilizarlas. Que las belgas eran las mejores pero había de dos tipos. Si le interesa que yo le ayude, no vuelva a la armería. Yo nada más trato con usted y nos vemos en distintos lugares. Estoy dispuesto a ayudarlo y puedo ayudarlo”. Fidel le respondió: “Espere mi llamada”.

No aguardó mucho. Tres, cuatro días después se comunicó. Era muy puntual, muy formal. Se vieron en una esquina a bordo del automóvil del armero. Alejandro le dijo que quería practicar el tiro, que le gustaba la cacería. Tony le aconsejó que evitara la cacería porque necesitaba permisos. Le recomendó practicar el tiro en un campo por arriba de Santa Fe. Le ofreció facilitarle armas. Así empezó su relación.

En el acercamiento de Antonio a los rebeldes influyó el segundo jefe de la expedición. Juan Manuel Márquez. El comandante lo presentó como El Cuate. Desde entonces ese fue su nombre en la clandestinidad. Juan Manuel era mayor. Había estado de la cárcel. Fue golpeado. Era un líder. A Antonio empezó a interesarle la decisión de sus nuevos amigos de rescatar al pueblo de Cuba de la dictadura. Así fue como, en un proceso de varios meses, comenzó a integrarse y a formar parte del grupo.

Un ayudante de Fidel, Chuchú Reyes, lo espiaba para ver si era una persona de fiar. Convivió con él. Cuando llegó el momento de la verdad, el comandante le preguntó si garantizaba con su vida su honradez, sinceridad y trabajo. Chuchú lo avaló.

El Cuate era dueño del Granma, un yate destartalado de 63 pies, que le había comprado en abonos en 20 mil dólares a una pareja de estadunidenses asentados en México, los Erikson. El buque, estacionado fuera del agua a las orillas del río Tuxpan, Veracruz, tenía destrozada la quilla. Poco a poco lo estaba ­reparando.

Quiso el destino que un malentendido idiomático se convirtiera en el buque que transportara a los rebeldes a su cita con la historia. Tony llevó al comandante cerca del barco a probar unas armas. Dispararon, comieron y cruzaron el río. El Cuate aprovechó el viaje para pagarle al empleado que arreglaba el barco su raya. “Señor, permítame, ahorita vengo”, le dijo. No sabía entonces que ahorita en Cuba quiere decir mañana, tarde o nunca. Se metió a una vereda para ver la nave. El comandante no se esperó y lo siguió.

“¿Y ese barco?”, le preguntó Fidel. Sorprendido, El Cuate le confesó: “Señor, es un barco que compré en abonos, barato. Está deshecho pero lo voy a arreglar poco a poco”. Sin más, el comandante le dijo: “Si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba”.

Tony intentó convencerlo inútilmente de que el yate no servía. “Ya tenía un año colaborando con el comandante. Estaba bajo sus órdenes. Estaba dedicado a él. Me levanto, me doy la media vuelta y me voy al coche sin decir media palabra. Ya se había ido mi barco. Ya pertenecía a la revolución. Nos regresamos. Llegué a México. Lo llevé adonde iba y me regresé inmediatamente a Tuxpan para arreglar el barco con cuadrilla de trabajadores. Era una orden”, cuenta Conde.

El 25 de noviembre de 1956, el buque zarpó a Cuba. Estaba lloviendo. El puerto estaba cerrado. Tony, que se había hecho amigo del capitán de puerto a base de comidas, bebidas y regalos, tuvo que convencerlo de que le diera permiso de navegar. Se lo llevó a beber y le dijo que unas damas estaban esperando zarpar. El marino finalmente le autorizó “bajo su responsabilidad” a salir, pero le advirtió que no fuera a mar abierto.

El Cuate metió a los hombres al yate y los sentó en el suelo. Uno junto a otro acomodó 78 personas. Estaban, además, tres timoneles y el capitán. Eran entonces las 10-11 de la noche. Podían navegar. Ingresó así el Granma en la historia de Cuba.

Este 28 de marzo, El Cuate emprendió un viaje a la posteridad. Fue, sin duda, un héroe.

Twitter: @lhan55

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