El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) iniciaron ayer un ciclo de reuniones conjuntas en la capital de Estados Unidos bajo la presión de críticas desde los más diversos ámbitos del planeta: gobiernos, organizaciones civiles, académicos, medios de información y hasta el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, António Guterres, han formulado señalamientos sobre la ineficiencia, la cortedad de miras, la desorientación y la incapacidad de ambos organismos multilaterales para realizar aportes significativos ante los problemas más acuciantes para la humanidad; por el contrario, como han señalado diversos mandatarios latinoamericanos, las estrategias impuestas por el FMI y el BM han agravado algunos de tales problemas.
Entre las críticas más contundentes del momento destacan las referidas a la falta de visión y de voluntad de esos organismos internacionales para incidir en acciones concretas orientadas a mitigar el deterioro ambiental y a reforzar las líneas de acción emitidas por la cumbre sobre cambio climático realizada en noviembre del año pasado en Sharm el Sheij, Egipto, en la que se determinó, entre otros puntos, dar financiamiento para “pérdidas y daños” a los países pobres más afectados por los desastres climáticos, así como acelerar la transición a una economía baja en emisiones de carbono, para lo cual se requiere, además de entre 4 y 6 billones de dólares al año, “una transformación rápida y completa del sistema financiero y de sus estructuras y procesos, con la participación de los gobiernos, los bancos centrales y los comerciales, los inversionistas institucionales y otros actores financieros”.
El deplorable desempeño del FMI y el BM ante la crítica circunstancia actual se suma al saldo de décadas de políticas desastrosas impuestas por ambos organismos en naciones agobiadas por el endeudamiento público.
En efecto, desde hace más de 40 años, estas instancias financieras han sido instrumentos para la aplicación del neoliberalismo más salvaje, traducido en “planes de choque”, “ajus-tes estructurales” y otros eufemismos para las estrategias de privatizaciones, contención salarial, austeridad entendida como el abandono de políticas públicas de bienestar y cesión de soberanía por parte de los países más pobres, lo que lejos de aliviar los problemas han ahondado la desigualdad, la pobreza, la corrupción y las distorsiones estructurales de sus economías.
La inoperancia de los dos organismos financieros internacionales es tan manifiesta que incluso gobiernos de potencias occidentales como los de Estados Unidos, Francia y Alemania se han sumado a las críticas y han llamado a una reorganización a fondo del sistema financiero mundial, la cual tendría que iniciarse en un encuentro cumbre a celebrarse en junio próximo en Francia. Hasta el propio BM reconoció en un documento que “tiene que evolucionar en respuesta a la confluencia sin precedente de crisis globales” que “amenaza a la gente y al planeta”.
Cabe preguntarse si ambas instituciones serán susceptibles de reforma y corrección y de mudar su esencia de instrumentos al servicio de los grandes capitales trasnacionales para convertirse en instancias capaces de incidir en forma positiva en el desarrollo, el combate a la pobreza y la desigualdad y la reconversión de las economías tal y como lo demanda la crisis climática planetaria. Posiblemente, a juzgar por los antecedentes, la comunidad internacional haría mejor en apostar por la plena refundación de mecanismos de cooperación financiera global bajo reglas de equidad y transparencia y con un horizonte ético regido por el bienestar de las poblaciones y no por el interés de las corporaciones.