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Opinión

2023-01-14 10:05

Miguel Concha: el sembrador de justicia y paz / Mariana Bermúdez

Miguel Concha durante un foro en la Cámara de Diputados.
Miguel Concha durante un foro en la Cámara de Diputados. Foto La Jornada / Archivo

El sembrador es aquella persona que comparte voz con las y los demás, la convierte en semilla que germina y florece vida. Como dice la parábola religiosa, quien siembra, siembra la palabra. Se siembra junto al camino cuando quien oye la palabra no entiende y deja que ese fuego se vaya de su corazón. Quien siembra sobre terreno pedregoso, recibe la palabra con alegría, pero al carecer de redes, de raíces, cuando llega la tempestad, se echa hacia atrás. Cuando cae la semilla entre los espinos, se oye la palabra, pero se ahoga en el caminar al rendirse ante las riquezas y preocupaciones de los ricos que asedian de este mundo y no dan fruto para los pobres.

Y siembra en tierra fértil quien oye la palabra con el corazón, quien entiende más allá de su razón, la recibe y comparte sus frutos para hacer vida a través de la comunidad y de esta tierra buena era Miguel Concha Malo. Don Miguel era sembrador y defensor de la vida en comunidad, quien al ser fraile dominico, imaginaba y accionaba para construir mundos más justos para quienes históricamente habían sido reprimidos, invisibilizados y violentados.

Él concebía la vida como aquella oportunidad para conseguir vivir en dignidad y colectividad a través del respeto, la empatía, la solidaridad y la alegría. Miguel Concha fue semilla, vida y lucha colectiva. Fue resistencia, democracia, paz y justicia social para los pueblos. Fue amistad, complicidad y alegría. Él, más que defensor de derechos humanos y director del Centro Vitoria, era amigo, cómplice, maestro de la academia y de la vida. Co-mo decíamos de cariño las juventudes del Centro Vitoria, Don Miguel era ese amigo con quien podías compartir tus ideas, tus miedos y tus alegrías. Era ese cómplice de lucha colectiva que sembraba y hacía caminos de vidas dignas ante los sistemas injustos que siempre combatía. Era maestro de la academia, en donde cada ponencia, cada lección, cada artículo compartía palabras y construía reflexiones colectivas. Sobre todo, era maestro de vida cuando te escuchaba y te abrazaba con la palabra, la mirada y la sonrisa, aún en los momentos menos afortunados.

Aunque nos dejó muchas preguntas, también nos dio muchas respuestas sobre la vida. Nos enseñó que hay que mantener la fe y la esperanza hasta el último aliento de la lucha. Mantener esa empatía y ese amor por la otra, otre y otro, aun en las diferencias abismales y convertir éstas en cercanía más que en distancia. Mantener la calma ante el caos y la incertidumbre en las luchas de largo aliento. Mantener el perdón hacia el errar de las y los demás, porque más que errar y perder es aprender. Mantener viva la alegría aún en el más profundo dolor. Y, especialmente, a confiar. A confiar en que las cosas pueden ser distintas. A confiar en que las diferencias nos unirán cada vez más para derrotar a nuestros Goliath. A confiar en la posibilidad de recuperar la vida en dignidad. A confiar en la posibilidad de construir otros horizontes, otros mundos posibles. A confiar en caminar en colectividad, humildad y espiritualidad.

Don Miguel, el sembrador, plantó y cosechó milpa durante su caminar en los derechos humanos, en su comunidad y vida. En cada siembra que pisó junto al camino, logró reavivar la llama de la justicia social y la esperanza. En los terrenos pedregosos que encontró, logró construir redes y resistencia para la paz en conjunto con las y los demás, incluso durante el peor temporal. Cuando con espinos se cruzó, los combatió con justiciay compartiendo voz, humildad, sencillez y solidaridad para quienes más lo necesitaban.

Y, cuando en tierra fértil se halló, acompañado en comunidad de grandes flores y corazones se encontró. La partida de nuestro estimado sembrador nos invita a continuar su legado de derechos humanos en la búsqueda por la justicia y la paz caminando siempre a lado de las víctimas. Nos incita a seguir construyendo resistencia haciendo milpa para lograr condiciones de vida digna y reconstruir la memoria, verdad y justicia. Nos recuerda que sin voz, no hay libertad; sin libertad, no hay justicia; y sin justicia, no hay paz ni democracia social. Desde el equipo del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria OP AC, damos gracias a nuestro querido don Miguel por las enseñanzas, las reflexiones y los sentires compartidos con cada persona que cruzó, compartió y construyó camino durante su existencia. Como su Centro de personas jóvenes defensoras, honraremos sus luchas, trayectoria e ideales hasta conseguir su deseo de una vida digna para todas y todos.

En Memoria de Miguel Concha Malo

* Directora del Centro Vitoria

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