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Cultura

2022-09-30 06:00

Recupera Bernardo García Díaz en un libro el proceso de revitalización del son jarocho

Gisela Farías Luna y Gilberto Gutiérrez Silva durante el concierto que ofrecieron en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el miércoles pasado, en la presentación del libro El renacimiento del son jarocho y el grupo Mono Blanco, del historiador Bernardo García Díaz, editado por la UV, el INAH y la librería Mar Adentro.
Gisela Farías Luna y Gilberto Gutiérrez Silva durante el concierto que ofrecieron en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el miércoles pasado, en la presentación del libro El renacimiento del son jarocho y el grupo Mono Blanco, del historiador Bernardo García Díaz, editado por la UV, el INAH y la librería Mar Adentro. Foto Guillermo Sologuren
Periódico La Jornada
viernes 30 de septiembre de 2022 , p. 2a

El historiador Bernardo García Díaz construyó una especie de salón de la fama de la segunda mitad del siglo XX con su libro El renacimiento del son jarocho y el grupo Mono Blanco, en el que hace un recuento detallado que abarca de 1977 a 2000 de los nombres, las regiones y los viejos intérpretes.

“Es muy bonito ver cómo la música campesina, la chunchaca o la cumbia, que se estaba perdiendo, que tocaban puros músicos viejitos a los que no se les hacía caso y eran arrinconados en las fiestas, regresó por sus fueros”, celebró García Díaz en la presentación de la obra en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el miércoles pasado.

El acto incluyó un concierto con los músicos protagonistas del volumen, cuya trayectoria data de 45 años. “Como vías del ferrocarril van dos historias paralelas” junto al nuevo reconocimiento del género tradicional.

El investigador de la Universidad Veracruzana (UV) estuvo acompañado por la socióloga Ishtar Cardona y por Lucina Jiménez, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal).

Después de la introducción a la publicación de unas 560 páginas, el conjunto encabezado por Gilberto Gutiérrez Silva interpretó Que se acaba el mundo, Malhaya, Chuchumbé y La bamba.

Un largo andar

Sobre la tarima en que se convirtió el escenario del recinto cultural más representativo del país tocaron sin micrófono canciones de desamor, de fiesta, para dar pa’rriba o pa’bajo. “Hemos caminado mucho”, pues su origen es del campo, relató el director y fundador, entre tema y tema, y largas explicaciones.

Así que andar 15 cuadras para llegar a la sala situada ante la marcha de marea verde no significó nada, con tal de cumplir con puntualidad.

La titular del Inbal invitó a hacer una muestra con el material reunido en la investigación del libro y convocó a Mono Blanco a colaborar con algún proyecto musical del instituto.

El conjunto se fundó en 1977 “en la Ciudad de México a partir de dos muchachitos de Los Tuxtlas, los hermanos Gutiérrez; un mexico-estadunidense, Juan Pascoe, quien nació en Chicago con sangre mexicana, y el último jaranero negro del Sotavento, Arcadio Hidalgo, señor ya octogenario de padre cubano.

“Esta combinación un poco especial de diferencias generacionales, culturales, incluso étnicas, resultó en Mono Blanco”. Luego, se sumó Andrés El Güero Vega. El grupo ha ido cambiado al paso del tiempo.

“La virtud de Mono Blanco no sólo es la música que tocaron, y que siguen tocando, sino el proyecto. Han sido principales revitalizadores y precursores. El movimiento fue más amplio, empezaron a surgir otro grupos; entonces, se hizo una escuela de revitalizadores.”

Bernardo García es originario de Santa Rosa, Veracruz. Entre sus libros se encuentra uno dedicado a Tlacotalpan. Relató que aunque no es especialista en este género, que nació en el Sotavento, “se me atravesó en el camino el tema, tan hermoso y fascinante”. Es un texto dedicado a una buena noticia, consideró, pues “es de las cosas importantes que han pasado en este país, y ahora tiene repercusión internacional; es un proceso muy bonito”.

Se trata de música hermosa con varios siglos de existencia, que de repente estaba languideciendo en los años 50 y 60. En la década de 1970 se dio un fenómeno colectivo, en el que Mono Blanco fue un eje que articuló el recuento histórico, pero que contó con muchos actores, entre músicos, jaraneros, promotores, autoridades culturales e instituciones como Radio Educación, jaraneros en Tlacotalpan, mecenas y quienes hicieron grabaciones.

Tan valioso como el petróleo

El son jarocho y los fandangos son tan valiosos como el litio, el petróleo y las remesas, consideró el autor: “Realmente una de las fuerzas centrales de este país es la cultura, es lo que va a sacar al buey de la barranca. Sobre todo la cultura popular, que está en todo, en artesanías, gastronomía, música, eso que viene de abajo”.

El libro, editado por la UV, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la librería Mar Adentro, incluye cientos de imágenes, ya que muchos fotógrafos recuperaron la historia de los músicos y prestaron sus imágenes para la edición.

El renacimiento del son jarocho y el grupo Mono Blanco “está poblado de nombres y apellidos; es un ejército. Parece La guerra y la paz: salen generales, capitanes por acá. Así es el son jarocho: es una multitud en torno a un proyecto musical”, que se extendió a partir de Tlacotalpan, rompió las fronteras de Veracruz. Uno de los primeros puntos fundamentales fue la Ciudad de México, donde Mono Blanco se volvió uno de los epicentros. Siguió en Puebla, Oaxaca y Tabasco; la zona nuclear del mariachi, en Jalisco y Michoacán. Después Baja California, Sonora y Chihuahua; nació el fandango fronterizo.

“Frente a los gringos se cristaliza más fuerte la identidad mexicana. Por supuesto dio brinco, porque, como saben, arriba del río Bravo es territorio ya conquistado”. Y hay conciertos en Helsinki, Barcelona, París, Tolouse y Boloña.

“Ya me estaba volviendo loco con tanta información. Este es el volumen uno. Váyanse preparando, es una historia muy grande; maravilla, la del son jarocho.”

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