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Cultura

2022-05-27 06:00

El estante de lo insólito

Ilustración Manjarrez / Instagram: Manjarrez_art
Ilustración Manjarrez / Instagram: Manjarrez_art
Periódico La Jornada
viernes 27 de mayo de 2022 , p. 12a

“Es difícil saber por dónde empezar, si no empiezas con la verdad.”

Marilyn Monroe

Norma Jeane Mortenson fue hija de una madre agobiada y sin control. La ausencia paterna y los intentos laborales de la mamá por sacar el día, fueron la marca desde que la niña nació el primero de junio de 1926 en Los Ángeles, California. No hubo escenas de logros, sonrisa plena y esperanza de futuro. Sin los mimos, las frases amorosas, el ánimo por un futuro, Norma vivió su infancia como una negación y deseo de escape. Nunca, ni en la altura máxima de su gloria profesional, olvidaría aquella soledad y esa tristeza. Ni siquiera siendo Marilyn Monroe, la chica dorada de Hollywood.

La modelo

Gladys Pearl Baker, madre de Marilyn, tuvo un diagnóstico de ezquizofrenia paranoica. La pequeña Norma hizo su personalidad, de apariencia frágil y carisma encantador, a golpes de mudanzas continuas, sin asirse de amistades hasta la juventud. Fue descubierta por accidente como una modelo casual por David Conover, dejando de laborar en la manufactura de radiotransmisores en el pasaje de fabricación múltiple de artefactos necesarios en la maquinaria de la Segunda Guerra Mundial (otras versiones dicen que hacía balas). 

Como muchas cosas en su vida, la oportunidad de ser retratada tenía giros para meterla a la cama, con promesas, trampas y posibilidades de contratos reales. Muchos analistas coinciden en decir que ella entendió el sistema del espectáculo, el accionar impúdico y elemental de productores, fotógrafos y representantes, y entonces se sirvió de la misma estructura para hacer crecer sus aspiraciones. Todos abusaban, pero ella podía ser más sagaz que cualquiera de los machos voraces que la querían de trofeo. Se afirma que fue la persona más fotografiada del siglo XX.

Del cine la sacaban de niña y de grande se iba cuando se encendían las luces. Su magnetismo con la gente sólo era comparable con el que ella sentía por el fenómeno cinematográfico. Su sueño más grande era ser actriz. Así pasó a portafolios de casting en los estudios fílmicos. Norma se volvió Marilyn. Pronto hubo oportunidades cuando el representante John Hyde se prendó de ella y la conquistó con la promesa gastada del estrellato. De salud frágil, pero intención real, Hyde la acercó a quienes decidían en los estudios, logrando papeles breves (debutó en Dangerous Years, Arthur Pierson, 1947) y una prueba para un director de primera categoría: John Huston. Con la naturalidad de su atrevimiento y la ingenuidad de quien no teme a la caverna del monstruo, Marilyn resultó encantadora para todos.

Filmó entonces The Asphalt Jungle (1950). Los papeles siguieron en un puñado de cintas que la convirtieron en estrella, escapada del firmamento inmediato cuando surgió la revista Playboy, en 1953, teniendo en portada e interior principal a Marilyn. No se trató de una sesión gráfica hecha para la revista, sino que fue adquirida por Hugh Hefner, el director y creador editorial, hábil para entender el efecto de la novel actriz en su lanzamiento. Las fotografías eran un buen trabajo del fotógrafo Tom Kelly para la litográfica Western. 

Una bella que ríe

La actriz sabía que la columna central de los grandes estudios la querían para llenar el póster. Sonreír, cantar, y mostrar un candor ingenuo. Pronto le ofrecieron lo que no soñó, se saturó de prensa y noches de estreno. Todo era una sorpresa, una alucinación para quien tuvo que pasar sus primeros años en casas de adopción y orfanatos, con abusos indecibles y lágrimas perennes. Contrario a la media de las nuevas actrices que “lo lograban”, Marilyn Monroe quería ser una actriz respetada. Celebridad máxima, símbolo sexual inmediato que marcó una época, la chica se matriculó para cursar en el Actor’s Studio de Lee Strasberg. Dedicar tiempo y concentración al arte dramático para quien cobraba demasiado por una sonrisa, tendría que decir mucho más de su personalidad y deseo de crecer, de ser mejor. 

Aunque leía y se impulsó para mejorar su magra educación de origen, padeció, como señaló el escritor Arnulfo Vigil, una marginación cultural: “Nunca esperó ser un tema estético, literario, artístico, un motivo para la obra de grandes pintores…” (MMMMMarilyn, Ediciones Oficio, 2010). Pero ella está en la obra de muchos en todos los campos, en las letras de Norman Mailer y Joyce Carol Oates, los colores de Andy Warhol o las fotografías de Richard Avedon y, desde luego, en el cine de George Cukor, Billy Wilder, Otto Preminger, Fritz Lang o Howard Hawks, además de piezas musicales como Candle in the Wind, de Elton John.

El General y Mr. President

Alrededor de la diva está el cerco a la vida privada, con sus matrimonios (con el glamur y posterior violencia con la estrella del beisbol Joe DiMaggio), sus amoríos y dos encuentros peligrosos: Robert Kennedy El General, y John F. Kennedy, El Presidente. No hay secreto para decir que fue amante de ambos, pero fue investigada como centro de preocupación por los datos que los hermanos compartían con ella en la intimidad. En un punto crucial de la guerra fría, se temían por un desliz informativo de Marilyn, quien además se expresaba públicamente contra la carrera atómica. Los alcances de cualquier complot se mimetizan con verdades de registro en prensa y elaboradas tramas conspirativas. Los reflectores gigantes que separan a Marilyn de las escenografías en los sets del cine, son apenas foquitos de baja intensidad contra los fuegos de las leyendas urbanas que la convierten en centro de discusión internacional y operaciones de la CIA, el FBI, el ala comunista de Estados Unidos, mafias de toda monta, y peleas entre líderes corruptos institucionales y de los otros (Jimmy Hoffa incluido).

El escritor mexicano Rafael Ramírez Heredia hace una urdimbre interesante en su novela Con M de Marilyn (Alfaguara, 1997). El autor usa la base legítima de la visita de la diva a México unos meses antes de su muerte. Atendida, cuidada, custodiada y asesiada por periodistas, cineastas y espionajes de toda escala, Marilyn se convierte en el amor posible o la consumación erótica más anhelada pero, sobre todo, en el centro de todos los huracanes que pasan por la subterránea operación Mangosta y el cruce de proyección catastrófica de fuerzas encontradas con más de una bandera. En desamparo amoroso, recién separada de Arthur Miller (había perdido un embarazo, frustrando su deseo de ser mamá), triste, sin tesón, la actriz topa en México con apapachos, conspiradores y los inevitables enamorados de siempre.

Más allá de la novela, se sabe que en su visita a nuestro país era “cuidada” de cerquita por más de un encubierto. Se recuerdan sus encuentros con Emilio El Indio Fernández, Columba Domínguez o José Bolaños (con afirmaciones de romance), y quedó para la historia la mítica fotografía que le hizo el fotógrafo mexicano Antonio Caballero para el periódico El Universal, descubriendo para el mundo su desdén por el uso de ropa interior. Más que descanso o efímero cruce de agenda huyendo un poco de Hollywood, se dice que Marilyn buscaba expandir la producción de su compañía en suelo mexicano, con la que, por cierto, fue pionera en buscar mejoras salariales para las actrices. En México, la Monroe sonrió para todos, pero, ciertamente, su visita se dio en un momento crítico de su estabilidad emocional y vitalidad física, excedida de anfetaminas, bebida y píldoras varias.

Ser buena actriz

En el muy buen documental El Misterio de Marilyn Monroe: Las cintas inéditas (Emma Cooper, 2022), el preciso investigador periodístico irlandés Anthony Summers revela la minuciosa labor para llegar al fondo de la muerte de la actriz, realizando más de mil entrevistas (con 650 registradas en cinta), verificando documentos oficiales, notas de prensa, etcétera, en un proceso de tres años de investigación. Su trabajo parió el libro Godess y estableció que se alteró la escena de su muerte, pero certificando también que la mayoría de las teorías de la conspiración sobre su asesinato no tienen sustento. Murió, efectivamente, por ingesta de somníferos. Es falso que fuera encontrada muerta en la madrugada; en realidad, se puso grave antes de las 23 horas. Todavía con vida fue llevada a un hospital y, de acuerdo con testimonios, falleció en la ambulancia. La clave es que habló con Robert Kennedy quien, por decisión propia o presión de las agencias de inteligencia, le dio un cortón definitivo. Marilyn no soportó el golpe. Hizo todo para ser comprendida y amada como mujer, se esforzó con toda la dedicación para ser apreciada como intérprete de calidad y de nuevo la golpeaban. No pudo más. Quizás en su último sueño el público reconoció, por fin, que era una buena actriz; su primer y último sueño en la vida.

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