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Cultura

2022-05-22 06:00

Relatos del ombligo

Periódico La Jornada
domingo 22 de mayo de 2022 , p. 4a

Dentro de la añeja y de mucho abolengo colonia Juárez hay una zona que, blanca durante el día y roja por la noche, es paseo de familias hasta antes de que cae el sol para, una vez que oscurece y los niños se retiran a merendar, convertirse en guarida de quienes buscan la sabiduría y creen encontrarla en los excesos de la fiesta y los placeres: la Zona Rosa, sitio que más que rosa es multicolor y que, lamentablemente, hoy sufre un atentado contra su colorido.

La Juárez es lugar de majestuosas casas porfirianas y grandes edificios que colocan su sombra en las antes asoleadas calles peatonales hoy llenas de cafés y restaurantes que son punto de reunión. Pero no sólo los locales cerrados reúnen a las personas, también los puestos que en la calle ofrecen desde una comida completa, y bien sabrosa, hasta un caramelo; negocios que han contribuido a la sociedad no sólo con su servicio, también con la identidad construida a través de los ingeniosos rótulos que adornan sus puestos y que forman parte del lenguaje gráfico de la Ciudad de México. Algo que está en peligro.

La Juárez fue, para los ricos de principios del siglo XX, lugar de residencia. Se llamó Bucareli, como el paseo, para después ser conocida como La Americana. Su desarrollador, Rafael Martínez de la Torre, era un abogado que encontró hueso en la política desde donde se opuso a que Maximiliano fuera ejecutado, incluso participó en su defensa con tanto ahínco que el europeo lo felicitó ante el Consejo Ordinario de Guerra que finalmente lo juzgó y mandó a fusilar. Tan convencido estaba Martínez de la Torre en Maximiliano que no cobró por su defensa, razón por la cual el hermano del joven Max, Francisco José I, le regaló una vajilla de plata.

Martínez de la Torre, como buen conservador, supo convencer a los ricos –para enriquecerse él– de comprar algo que realmente no necesitaban, pero que les daría mas “categoría”. Para crear esa “categoría” se convirtió en pionero de la hoy llamada “mafia inmobiliaria”. Aprovechó sus relaciones políticas y sociales, además de los derechos de picaporte y “atajos burocráticos” –léase arreglos en lo oscurito– que sus cargos como diputado o regidor de la Ciudad de México le brindaron; compró a buen precio haciendas y enormes terrenos donde fraccionó –gracias a la ayuda de las autoridades para conseguir los servicios urbanos requeridos– las colonias Guerrero, Buenavista y Juárez.

Dispuso que la Juárez se desarrollara tal como la moda determinaba: lujosas residencias con calles arboladas y plazas adoquinadas que fueron rápidamente ocupadas por destacados –y pudientes– personajes de la vida nacional, quienes en franca competencia por demostrar su poder adquisitivo cumplieron sus caprichos y, para ver de qué bolsillo salían más monedas, construyeron casas con estilos arquitectónicos eclécticos que intentaron europeizar las calles lo más posible.

El corazón de la Juárez, la Zona Rosa, debe su nombre a construcciones que tenían ese color en los muros, situación que algunos intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, como José Luis Cuevas o Vicente Leñero, aprovecharon para poner de su cosecha a un nombre que sobre su significado, hasta la fecha, juega con un enorme abanico de representaciones.

Los palacetes dieron paso a cafés, galerías de arte, centros nocturnos y depas de juniors con sed de tropicalizar la revolución sexual. Las calles de Londres, Hamburgo, Florencia –y aledañas– se convirtieron en punto de encuentro de bohemios, jipis, hijos de políticos, cantantes de moda e intelectuales que, en simbiosis, construyeron un escenario fundamental de la vida capitalina en el que se han gestado movimientos de enorme importancia en la vida cultural y social, incluyendo movilizaciones para exigir el cumplimiento de los derechos de la comunidad de la diversidad sexual, comunidad que ha adoptado a este lugar para convertirlo del rosa al multicolor.

Hoy, la Zona Rosa sufre un ataque con el que se le arrebata su colorido y con ello identidad, lo mismo sucede en la Juárez y otras colonias de la alcaldía Cuauhtémoc, debido a que desde el despacho de su alcaldesa se censuran los rótulos de los puestos en la calle al eliminarlos en una escena absurda que pretende regresarnos a la inquisición y que, con ello, borra una forma de arte popular que es parte de la memoria visual y del lenguaje histórico de la ciudad. En tiempos de debate, en la Cuauhtémoc y desde el poder, se establece qué está permitido y qué no al momento de expresarnos; cuidado ahí.

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