Budapest. Un plan del gobierno de Viktor Orban para impulsar el pop Hungría sin perder de vista la identidad nacional suscita preocupación entre los artistas por miedo a la censura.

El proyecto, cuyos detalles se conocieron esta semana, promete el desembolso de 74 millones de dólares para descubrir y formar personas con talento y financiar la creación y el equipamiento (estudios, salas de conciertos).

“Se trata de conseguir producciones de pop y rock húngaras de calidad, convertirlas en un cimiento de identidad”, explicó Szilard Demeter, que está detrás de esta iniciativa y que desde 2019 ocupa el cargo de comisario cultural.

En una entrevista el año pasado, cuando perfilaba el proyecto, destacó que “la música puede expresar lo que es diferente en la personalidad, la visión y la experiencia histórica” de los casi 10 millones de habitantes de este país de Europa central.

“A veces los europeos occidentales no lo entienden, pero es lo que es apasionante y exótico”, afirmó entonces.

Habló de sus ambiciones para la cultura húngara: “En la dura guerra que se libra, la pregunta es si habrá desaparecido en cien años”.

Este guitarrista aficionado, agregó: “La identidad nacional se ha debilitado y hay que restaurarla”.

El mundo artístico se pregunta sobre su margen de maniobra. Porque en 2018, Orban, adalid del “antiliberalismo”, prometió una “nueva era” cultural.

Bruselas ha criticado varias veces a este país miembro de la Unión Europea desde 2004 por sus “ataques” al Estado de derecho, como por ejemplo su campaña contra la comunidad LGTB y el sometimiento de teatros y universidades.

Szilard Demeter no es apolítico. Admitió que “apoya completamente las medidas del primer ministro. Soy un orbanista al 110 por ciento”.

En noviembre causó revuelo al comparar al multimillonario George Soros con Hitler, pero tuvo que retirar el artículo debido a las protestas.

Blanco de ataques

Este mecenas estadunidense, un judío nacido en Hungría y superviviente del Holocausto, suele ser blanco del gobierno, que lo acusa de fomentar la inmigración.

Ferenc Megyeri, cantante del grupo punk HétköznaPI CSAlódások (significa decepciones del día a día) fundado en 1990, sabe por experiencia el precio que hay que pagar por apoyar a Soros.

Durante un concierto grabado en octubre para ser difundido en diciembre por televisión, los organizadores le pidieron que se quitara la camiseta con el nombre de Soros.

“Me negué y de repente la cadena tomó primeros planos de mi cara”, evitando grabar el mensaje, contó a Afp en la ciudad de Pecs, al sur de Budapest.

En el montaje también suprimieron las canciones Viktor y Absurdistan, que critican la política en Hungría, comentó el artista de 55 años.

Por eso tiene dudas sobre este nuevo proyecto.

“Si la idea es ayudar a los músicos, ¿por qué no? Después de todo es dinero de los contribuyentes, es nuestro. Pero creo que la mayoría de los grupos cobrarán y, a cambio, se callarán”, consideró.

El reconocido compositor y guitarrista Zoltan Czutor, de 51 años, también teme “el adoctrinamiento de los escolares que asistirían a óperas de rock nacionalistas”, en un contexto en el que los músicos corren el riesgo de no tener los medios para resistir.

“La mayoría obtiene buena parte de sus ingresos de los grandes festivales subvencionados por el Estado o los ayuntamientos y evitan los temas políticos por miedo a ser incluidos en la lista negra”, destacó.

Este sentimiento de exclusión lo conoce bien la cantante pop Zsuzsa Koncz. Famosa desde los años 60, apoyó causas liberales en el pasado y “ningún medio oficial la ha invitado a actuar” desde que Orban regresó al poder en 2010.

Por eso la artista de 75 años no se hace ilusiones: la evolución de Hungría le recuerda la política cultural comunista, donde se prohibía cualquier obra crítica con el sistema.

“La década pasada me ha demostrado que cuanto más cerca estás del régimen, más te beneficias de su magnanimidad”, concluyó.