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Plegar la distancia: telemedicina y Estado en territorio
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l fin de semana pasado, en el corazón de la Selva Lacandona, estuvimos en San Quintín, Chiapas. Es una comunidad donde la geografía todavía determina el acceso a la vida: 286 kilómetros de brecha y más de 11 horas de trayecto al hospital más cercano. Lo que ocurrió allí no es una anécdota: es la demostración de que cuando el Estado llega con organización, infraestructura y decisión, las condiciones de vida cambian.

En territorios así, la presencia pública no es abstracta. Se manifiestan en tres dispositivos básicos: un pequeño cuartel de la Secretaría de la Defensa Nacional que garantiza seguridad, una sucursal del Banco del Bienestar que elimina intermediarios y un centro de salud del IMSS-Bienestar que sostiene la atención primaria. Son anclas concretas del Estado en la selva.

Afuera de ese centro de salud, bajo la sombra de un árbol de mangos y usando dos puertas viejas como mesa, nos reunimos con el comité de salud vecinal recién conformado. Los campesinos que nos acompañaban –rostros serios, manos curtidas, memoria larga– hicieron un diagnóstico que resume décadas de abandono: “En 1994, cuando la región se levantó para hacerse escuchar, preferimos tomar las armas que morir de enfermedades”.

No lo dijeron con dramatismo, sino con precisión. Esa frase explica lo que ocurre cuando el territorio queda fuera del alcance institucional.

Ese día inauguramos el Programa Nacional de Telemedicina del IMSS-Bienestar, la estrategia más amplia que México ha construido para acercar atención especializada a las comunidades remotas. La meta es concreta: 25 mil teleconsultas de especialidad en un año, con prioridad para niñas, niños, mujeres embarazadas y personas mayores. No se trata de sumar tecnología. La apuesta real es reorganizar el sistema para que la atención no esté definida por código postal.

La primera prueba ocurrió ahí mismo. Gracias a la conexión instalada en San Quintín, una pediatra pudo valorar a distancia a Óscar, un niño de 12 años. Lo que antes implicaba 11 horas de camino se resolvió en minutos. Su madre expresó la dimensión del cambio: “Nunca pensé que aquí pudiera llegar una especialista”. Era el principio hecho realidad. Cuando el Estado llega a tiempo, la vida cambia.

En la Lacandona, la distancia siempre se ha medido en tiempo: tiempo para que una infección se complique, para que un embarazo se pierda o para que un diagnóstico ya no sea útil. La telemedicina introdujo un cambio estructural y plegó el tiempo. No es una figura literaria, es una función del sistema. Sustituir horas de traslado por minutos de conectividad implica reorganizar capacidades clínicas y logísticas, estandarizar procesos y reducir la variabilidad territorial. También significa que un niño de la selva tiene, por primera vez, la misma oportunidad diagnóstica que un niño de la ciudad.

Pero ninguna teleconsulta funciona si el tratamiento no está disponible. Diagnosticar a tiempo no basta cuando los medicamentos llegan tarde. Por eso, la selección racional, el catálogo de 147 medicamentos esenciales del IMSS-Bienestar para el primer nivel es parte del mismo principio territorial. Permite ordenar la prescripción, blindar al sistema de interferencias comerciales y garantizar continuidad terapéutica en todo el país. No es un límite, es un mecanismo de equidad clínica.

La evidencia lleva años mostrando lo mismo: donde faltan medicamentos esenciales, la desigualdad en salud se profundiza. Wirtz y colaboradores mostraron que la baja disponibilidad en zonas rurales agrava esa inequidad. Otros estudios documentaron que, incluso en el primer nivel, no contar con medicamentos esenciales obliga a las familias más pobres a gastos inesperados y evitables. Hoy, con un abasto basado en trazabilidad en tiempo real y rutas logísticas que llegan hasta las comunidades más remotas, esa brecha comienza a cerrarse.

Telemedicina, selección racional y abasto territorial son piezas de una misma arquitectura, la capacidad del Estado para neutralizar la desventaja geográfica. No son programas aislados; son un rediseño operativo cuyo propósito es sencillo y profundo: que la salud deje de depender de la distancia.

Cuando la atención llega al territorio, el tiempo deja de ser destino. Se pliega. Y en ese pliegue caben la oportunidad diagnóstica, el tratamiento adecuado y la posibilidad –por fin real– de que en México vivir lejos no signifique vivir con menos.

El desafío es que plegar el tiempo deje de ser una excepción en la selva y se convierta en la regla de un sistema nacional de salud que llegue a todas y todos.