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En la UNAM, recuperar la brújula
L

os acontecimientos de las últimas semanas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el asesinato, las amenazas de bomba y los paros estudiantiles, me llevan a abundar en un asunto sobre el que vengo insistiendo en esta columna desde hace más de dos años: la necesidad apremiante de transformación en la UNAM. Tales sucesos se convirtieron en el detonador que puso de manifiesto el deterioro acumulado y creciente de una estructura universitaria en crisis (en especial la docencia, por donde se le rasque afloran los problemas); situación que, desde mi punto de vista, se veía venir, e invita a establecer espacios de reflexión tendentes a recuperar la brújula del camino universitario, con el estudiantado al centro; rumbo trazado en su día por el magnífico rector Javier Barros Sierra.

Reitero mi propuesta de realizar un examen cuidadoso y bien documentado del acontecer universitario (sin temas tabú), tomando en cuenta su pasado, para preparar un futuro institucional promisorio. Un escudriño riguroso, dignificante y de buen sentido, organizado a partir de los espacios aludidos (la asamblea en la clase, imprescindible), en donde tendrán cabida, como sujetos prioritarios, los estudiantes del bachillerato, los más agraviados en estos momentos, los más descuidados por la institución (no se les desdeñe ni minimice por su edad, recuérdese que fueron los estudiantes de la preparatoria quienes en 1966, en el marco de una huelga estudiantil de la Facultad de Derecho, consiguieron el pase automático a la licenciatura). Los universitarios tenemos tanto que decir, y, para escucharnos, necesitamos encontrar tiempo, serenidad y canales de libre expresión que conduzcan a instaurar una vida universitaria enaltecedora y atractiva.

Ese decir, para expresar libremente lo que de la institución gusta y lo indeseable, lo que se necesita y lo que sobra, antes que nada ha de estar basado en las vivencias personales de cada universitario; pero ello, por sí solo, aunque importante, no es suficiente, se necesita completar con datos que permitan exponer, escuchar, comparar, discutir, descartar, fundamentar. Lo anterior significa que hay que buscar información sobre la UNAM hasta por debajo de las piedras; y esa doble vertiente del decir universitario será un buen referente para alcanzar un escudriño robusto.

La búsqueda de datos deberá estar comprometida con la verdad, para prevenir y combatir las tentaciones de la mentira universitaria. Traigo a cuento a Bertolt Brecht, autor de un texto que sería bueno difundir en estos momentos: Cinco dificultades para quien escribe la verdad. El propio título es provocador, invita a asumir el riesgo de escribir y decir verdades, en este caso universitarias, frecuentemente escondidas. Señalo la primera de las dificultades marcada por el autor (las otras cuatro las dejo a cargo del lector), que consiste en, con audacia, buscar y encontrar verdades que valga la pena decir por su importancia, procurando dejar de lado verdades irrelevantes. Para el hallazgo de las verdades universitarias trascendentes, resultará de gran utilidad, se hará indispensable, la formulación de preguntas pertinentes. En el escudriño, no podrán faltar el dónde, cuándo, cuánto, cómo, y, sobre todo, el por qué (pregunta filosófica fundamental), para descubrir el porqué de las situaciones universitarias a corregir. Falta decir que en la localización de datos veraces para el escudriño, toca un papel esencial a los gobernantes de la institución: facilitar la información bajo su resguardo, cuando menos no ocultarla. ¡Escudriño con archivos abiertos!

La verdad se vincula con la humildad en el proceder del escudriño que propongo. Ante los acontecimientos, la rectoría haría bien en reconocer abiertamente lo que es del dominio público: la UNAM, cuando el país se mueve, requiere ser revisada y salir fortalecida; un buen gesto de los directivos de la institución sería mostrar voluntad para dar cauce a la crisis, y, para ello, muy bien podría comprometerse a abrir la discusión. Humildad también se requerirá por parte de los estudiantes para reconocer errores y limitaciones, así como trabajar arduamente, y con alegría, hasta alcanzar la instauración de una educación liberadora. Veracidad y humildad de las que, por supuesto, no deberá permanecer alejado el profesorado, que enfrenta infinidad de adversidades.

Lo hasta aquí planteado se corresponde con una tarea ardua que exige dedicación de tiempo para pensar, sentir, leer, escribir, decir, escuchar, discutir, acordar, equivocar, rectificar. El desgaste universitario lleva muchos años, y no podrá remediarse de la noche a la mañana; sin prisa pero sin pausa, hay que comenzar a atenderlo entre todos. Tal vez el escudriño podría iniciar con la revisión del modelo educativo, dado que la educación es lo prioritario, el corazón de la universidad.

En lo personal, desde hace varios cursos realizo una actividad con mis estudiantes de pedagogía y sociología. Les sugiero que hagan un texto libre en el que sueñen, a partir de sus vivencias, en la universidad que les gustaría tener, la que consideran merecer; y como resultado obtenemos verdaderas chuladas que se comparten en una larga sesión colectiva; conozco a un par de profesoras que realizan actividades semejantes con sus grupos.

Coletilla: es alentador saber que un grupo numeroso de universitarios, animados por el profesor Imanol Ordorika, se ha pronunciado por encontrar espacios para la reflexión de la problemática universitaria. Tal vez, como sugiere Tatiana Coll en este diario (27/10/25), los firmantes de ese grupo podrían convocar a un debate a fondo. El tiempo dirá. Mientras tanto, no dejo de soñar en una universidad diferente.

¡Elevemos la mirada de la educación!

*Profesor en la UNAM