xiste la expectativa de que en noviembre de 2026, cuando en Estados Unidos se celebren las elecciones para renovar el Congreso, el Partido Demócrata pueda alcanzar la mayoría en esa institución y de esa forma poner coto a las arbitrarias decisiones del presidente Trump.
Para evitar que eso suceda, Trump ha considerado necesario aumentar el número de legisladores republicanos en el Congreso para garantizar su mayoría en ese recinto.
Con ese fin, ordenó al gobernador de Texas cambiar el mapa distrital del estado en una maniobra conocida como gerrymandering, que no es nueva y consiste en cambiar los límites de los distritos electorales para favorecer a uno u otro partido. El resultado es que las mayorías en un distrito, en este caso los demócratas, pasen a ser minoría en otro distrito donde la mayoría es republicana. A final de cuentas, producto de este cambio los republicanos ganarán cinco legisladores en el Congreso, a costa de los demócratas.
La respuesta a esta decisión provino de parte del gobernador de California, Gavin Newsom, quien ordenó una maniobra similar en su estado.
A diferencia de Texas, donde el gobernador ordenó a la asamblea legislativa el cambio, Newsom apeló a los ciudadanos de todo el estado para poder realizarlo en una elección especial.
El problema es que el ejemplo cundió en otros estados y, de momento, en por lo menos cinco ha sucedido algo similar. De continuar por ese camino se pudiera llegar a desnaturalizar completamente el proceso electoral, tal y como se conoce hasta ahora.
Una posible ventaja sería que en la elección para presidente, el Colegio Electoral cedería su lugar al voto popular, y a final de cuentas igualaría el peso de los todos votantes independientemente del estado en que sufraguen. Pero ese es otro cuento.
En su afán de garantizar la primacía republicana en el gobierno, el presidente Donald Trump está instrumentando una serie de medidas que afectan principalmente a los votantes de menores recursos, en su mayoría negros y latinos, cuya tendencia es, o era, votar por los demócratas.
La lista de esas medidas es larga y día con día aumenta: suprimir el voto por correo, reducción de sitios para votar en zonas en las que viven personas de menores recursos, necesidad de presentar más de los documentos necesarios para votar y la imposibilidad de muchos votantes de ausentarse de su trabajo para acudir a las urnas el día de la elección.
Una novedad para coartar el voto es el anuncio de la presencia de autoridades migratorias en las cercanías de los sitios de votación. Es evidente que muchos votantes desistirán de acudir a esos sitios por el temor a ser aprehendidos.
Todas esas medidas diseñadas para coartar el voto no resuelven un problema más profundo del Partido Demócrata: el descenso sistemático en el número de sus votantes. Para algunos observadores tiene que ver con la mala selección de sus candidatos. Para otros, el mensaje difuso y en ocasiones equivocado, y para otros el abandono paulatino de los principios que garantizaron la adhesión al partido. En síntesis, porque ha dejado de ser un partido cuyo mensaje refleja las necesidades y la cultura de quienes en su origen lo apoyaron.
El hecho es que, a pesar de los esfuerzos de algunos gobiernos demócratas en apoyar a las mayorías mediante programas de beneficio social y económico, no han sido lo suficientemente amplios y consistentes para solventar sus carencias.
Es común escuchar el lamento de quienes pertenecen al sector de la clase media trabajadora debido a su disgusto por la forma en que algunos dirigentes del Partido Demócrata se han alejado de su tradición y la cultura que caracterizó al partido en el pasado. Su distanciamiento del partido se debe, en parte, al viraje elitista que ha dado de algunos años a la fecha.
Después de todo, el peor de los escenarios posibles para los demócratas y la mayoría de la sociedad es que Trump decida romper una vez más con las normas establecidas y encuentre alguna manera de relegirse… como él mismo lo ha insinuado.












