s sorprendente que Gonzalo Rocha, joven, moderno, dinámico, risueño, ágil, feliz de la vida, lleno de la actual actualidad moderna, de la velocidad eléctrica de millones de computadoras, del zumbido radial que acompaña viajes interestelares, de astronautas que regresan sentaditos en su cohete sin haberse despeinado, nos informe, cual jornalero astronauta, que José Guadalupe Posada ganó hace años la partida con el ojo avizor de una gubia. Así como nuestro Rius vendió risueños ataúdes en la funeraria Gayosso, Gonzalo Rocha nos convierte en testigos del camino a la muerte. En la época en que el astronauta es catapultado a la Luna, Gonzalo Rocha nos regresa a la ventana de José Guadalupe Posada, el gran sepulturero que enseñó a bailar a nuestros esqueletitos rumberos al son de marimbas y violines.
A Posada lo conocí hace años por un grabado de Leopoldo Méndez hecho sobre una placa de metal en el Taller de Gráfica Popular que dirigían Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins. De tanto verlo, creo que se me quitó el miedo a la muerte, aunque no estoy tan segura.
Según Rocha: “A Posada, más allá de que lo inventaron como un revolucionario ideológico, no fue tanto; él trabajó con Vanegas Arroyo. Posada no hizo tanta caricatura política en México, no estaba abocado a tumbar a Porfirio Díaz o a defenderlo, sino que estaba más bien en la prensa de a centavo que producía Vanegas Arroyo, en la que se hablaba de las cosas cotidianas: nota roja, recetarios, chismes, escándalos, el Baile de los 41. En cambio, la caricatura política, si no entiendes a los personajes que están retratados, si no los conoces, que la mayoría de los políticos son olvidables, te olvidas de quiénes eran y de qué estaban haciendo. Te quedas con Porfirio Díaz o con Zapata, con los muy icónicos. Eso permitió a Posada desarrollarse, porque estaba trabajando muy deprisa; ese ritmo de trabajo lo llevó a hacer una gráfica muy distinta, por eso Leopoldo Méndez y O’Higgins retoman a Posada años después. Tú ves a los otros caricaturistas de la época de Posada y no se distinguen mucho de uno francés o de uno inglés. En cambio, Posada es muy distinto, muy mexicano, muy entrañable. Por eso todos terminamos retomándolo, porque es inevitable; tomar de ejemplo o inspiración a otro, sería afrancesarte, porque no tienen la identidad gráfica de José Guadalupe Posada. Eso lo descubrí haciendo el libro La vida no vale nada y la hoja suelta un centavo.
–¿Por qué hiciste este libro?
–Por una razón muy simple. Yo estaba trabajando en un taller de litografía al que me invitó un amigo y el dibujo que llevé para reproducir es el que está en la portada, y es una imagen que me gustaba: Posada besándose con la Catrina. Y esa fue la primera litografía que hice.
–Pero lo hiciste muy gordito. Yo siempre lo imaginé muy flaquito.
–No, era gordito. En la segunda foto que hay de él se le ve abotagado, porque bebía mucho. Sólo existen dos fotos de él, una que se sacó en un estudio con su hijo y sí está cachetón. Y en la siguiente, que está fuera de su taller, que no sé si ésa se la tomó Francisco Díaz de León, porque también era de Aguascalientes, y estaba en los archivos de Díaz de León. Esa imagen fue la que realicé para la litografía. Tú sabes, cuando te pones a hacer algo, lees sobre el personaje, investigas, revisas. Hay muchos libros ya de historia o de ensayo sobre Posada, ahí dije: “¿por qué no mejor hacer un libro de historieta?, porque eso es lo que no se ha hecho”. Sólo había un fascículo de Rius y unos de editorial Novaro; era lo único que se había hecho en lenguaje de historieta sobre José Guadalupe Posada. En el libro también hablo de Porfirio Díaz, porque un capítulo es el Baile de los 41 y lo que estaba pasando en la familia de Porfirio Díaz. Hay un capítulo de un asesino serial, el primero registrado en México; se apodaba El Chalequero, porque se vestía con chalecos, le gustaba vestirse como provinciano y mataba a las pobres muchachas. Me metí en la historia del asesino serial y cómo Posada lo ilustraba, porque él ilustraba la nota roja. Hice otros dos capítulos inventándome cosas de su infancia.
–Leopoldo Méndez también era un hombre absolutamente entrañable.
–Leopoldo Méndez fue un grabador tremendo. No hizo muralismo, pero sí muchas imágenes para cine, fue como un muralista involuntario. Gabriel Figueroa se basaba mucho en sus grabados.
–Figueroa era muy severo.
–De alguna manera no hizo muralismo pintado, pero hizo muralismo cinematográfico, porque la pantalla es como un muro. Leopoldo Méndez inspiraba la fotografía de Gabriel Figueroa. En La rebelión de los colgados salen los grabados de Leopoldo Méndez, tal cual los grabados, en el momento que ponen los créditos, de la película, ponen sus obras.
–También Leopoldo Méndez hizo libros enormes, con el apoyo de López Mateos, sobre la pintura mexicana, grandes libros de arte, que imprimían en Holanda.
–México tiene una gran tradición de artesanía, de trabajo artístico manual. En la época prehispánica, el lenguaje era dibujado hasta donde sabemos. En la Conquista, el colonialismo, el catolicismo está muy basado en representación visual; el barroco latinoamericano, a diferencia de los gringos que es austero y es puritano, en México todo el tiempo hay imágenes muy fuertes, muy sangrientas, porque es el sincretismo, pues ahí está todo el tiempo reproduciéndose y dibujándose. No es extraño que los artistas mexicanos tengan un oficio heredado de toda la vida. Yo creo que sí es muy apreciado en el mundo, porque no todos los países tienen un arte así de representativo. Por ejemplo, Estados Unidos es un país muy industrial, la gráfica que tienen es muy de la fotografía, no tanto de dibujantes; no tienen esa tradición, vienen del protestantismo. En cambio, nosotros sí, de toda la vida. De Europa viene la litografía, viene de Alemania.
–Pero dime más de tu libro, Gonzalo.
–Puse una especie como de reflexión sobre la Catrina, porque la Catrina es una de las tres imágenes que representan a los mexicanos, como un sello en la cabeza: el escudo nacional del águila y la serpiente, la Virgen de Guadalupe y la Catrina.
–¿Cuándo empezaste a dibujar?
–Empecé a copiar cómics, porque en mi casa se compraban muchas historietas. Vengo de una casa de padres muy intelectuales, había libros; mi papá compraba revistas de política.
–¿Cuántos años tienes?
–Sesenta años, Elena. Yo recuerdo que era mal visto comprar historietas, tanto que se tenían que ver a escondidas. A los papás no les gustaba, pero en mi casa sí compraban Los súper sabios, Los agachados, Los súper machos. De ahí empezaba a dibujar lo que veía en esas historietas; todavía no terminaba la secundaria y empezó la tercera época de La Garrapata, y fui a pedir chamba, llevé mis dibujos.
–¿Ya estaba El Fisgón?
–No, los directores eran Elio Flores, Sergio Arau y Efrén.
–¿Qué le pasó a Sergio Arau?
–Sergio Arau ahí anda tocando rocanrol, haciendo cine y pintando. Hizo la película Un día sin mexicanos, ¿la viste?, en la que todos los trabajadores migrantes desaparecen y hay un problemón. Arau pinta escenas con luchadores, con santos.
–Pero sigue contándome de ti, Gonzalo, eres supermodesto.
–Empecé a trabajar en la tercera época de La Garrapata. Tenía 14 años cuando me publicaron mi primer dibujo, esa época duró como un año y medio. Ya sabes, entregas un trabajo no muy bueno, no lo publican y empiezas a preguntar: “¿por qué no me lo publican?”, y hay que perfeccionarlo. En ese año y medio en La Garrapata crecí mucho. Soy autodidacta, me obligué a dedicar más tiempo a trabajar y me fueron publicando más, y ya para cuando estaba acabándose La Garrapata, pues yo ya tenía un portafolio con qué tocar otras puertas.
“A La Garrapata no la censuraron ni la destruyeron, pero en aquel entonces el monopolio de PISA subsidiaba las publicaciones. Al siguiente número de esa caricatura quitaron la posibilidad de que La Garrapata comprara papel; los costos se iban muy para arriba y fue insostenible seguir haciendo la revista. Por eso se acabó, porque ya no se podían pagar los costos de la revista.
“De ahí me fui a El Día, entonces empecé en el mundo del periodismo en México; en la sección internacional de ese diario estaba Carlos Vanela; era un buen tipo y era el directivo de esa sección. Yo hacía muchas caricaturas contra Reagan, me las publicaban porque, aunque era un periódico priísta, pues sí había margen, sí había cierta libertad, porque había gente de izquierda. Los que éramos de izquierda, sí teníamos un lugar en el que podías decir, hasta cierto punto, lo que pensabas como lo pensabas y, sobre todo, en lo que tenía que ver con la sección internacional, porque México tenía relaciones exteriores muy equilibradas con Estados Unidos.”











