De inteligencia y razón humanas
i en vez de asumir la falsa idea de que la inteligencia artificial (IA) supera nuestras capacidades mentales y nosotros, en vez de convertirnos en los incapaces y dóciles aprendices, demasiado viejos para comprender las nuevas tecnologías de la comunicación (entendida ésta como vehículo central de la evolución de la inteligencia humana) y, si en vez de nuestra pasividad, nos permitiéramos comprender que, en revancha, nuestros espíritus y lenguajes de los siglos XX y XXI, constituyen la última versión de una civilización que se erigió, creció y multiplicó para confrontar, como en los siglos precedentes, el “último gozne” de la historia del conocimiento, pues, al haber sido desvirtualizado éste, con el objeto de ocultar la verdad verdadera (como decía mi sobrino a los 12 años), nos están obligando a convertimos en un rezago de la población incapaz de ir “al paso de la historia de la humanidad”, cuyas expresiones materiales inundan el entorno cultural de las sociedades contemporáneas y nosotros nos vamos yendo, asfixiados por el lenguaje incomprensible (mezcla de vocablos extranjeros y locales), pero indispensable para descifrar los mensajes de la cotidianidad actual de nuestras vidas, en su salida… Y, ya no se diga, materia actual de un conocimiento inútil, si buscamos el objetivo en las necesidades humanas y las del espíritu…
Confieso públicamente que me resisto a darme de baja de los circuitos de comunicación tradicionales y, a la vez, me rebelo contra la pobreza del lenguaje que usan las nuevas generaciones, no sólo porque es pobre en sí, sino es críptico en cada tema y para cada edad de los hablantes, como si el objeto de estos nuevos medios de comunicación fuera el de separar a los sujetos sociales, y no sólo por clases, sino por edades, medios económicos y niveles escolares… Porque alguien descubrió que este método de separación comunicativa y social garantizaba la separación interna de grupos y clases potencialmente “peligrosos”, si se unían. Por lo mismo, urge organizarse (lo que se nos da raramente) y luchar con voz firme por una educación uniforme y bien pensada, donde los valores humanos y sociales se reivindiquen como premisa universal y conduzcan al reforzamiento de la comunicación y la solidaridad social. Empezar por voluntariados de enseñanza desde los más alejados caseríos, a fin de entregar a los pueblos campesinos las armas del conocimiento de lo social y de lo humano en particular, porque de esta población vendrá la nueva revolución social: campesina productora de alimentos saludables y suficientes para el cuerpo, a cambio de sus enseñanzas sobre el conocimiento de la naturaleza y los modos no agresivos de incorporarnos a ella y beneficiarnos mutuamente.
Porque ahora parece que las autoridades quieren formar campesinos analfabetas, pero fans de los teléfonos de bolsillo, en los que aprenden a ser los “peores” humanos para “ser personas”, ganadores de preseas y obtener la admiración de su tribu urbana por medio día.
Hay ejemplos de países con gran densidad poblacional y miseria material, que hoy son pueblos prósperos y satisfechos de haber bebido de sus tradiciones (no de las ajenas) y con ello haber podido enfrentar la agresividad de los que hace un par de generaciones los tenían bajo sus botas, empobrecidos y humillados. Aceptemos que debemos volver a una redistribución de la tierra ejidal y la atención a las comunidades campesinas con especial énfasis en la recuperación de los saberes de las milpas, cuyas variedades a lo largo y ancho del país mantuvieron a poblaciones durante milenios, cuyos saberes no eran de guerra, sino de paz y conocimientos de la naturaleza, donde estuvieron incluidos el cuerpo y el espíritu humanos de las familias.
Hay que saber desprenderse suavemente, sin alarmar a nadie, de la lógica del capital y de sus pretendidas conquistas, como la IA, que no es un avance, sino una piedra enorme en el camino del conocimiento humano sobre su medio y sus propios atributos. Porque la disyuntiva, ahora, en 2025, está en elegir el camino predestinado entre lo que se define como “ciencia” (consultemos a Enrique Dussel padre) y otra ciencia, cuyo eje es el bien humano que suscribimos.











