n hombre asesinó ayer a un detenido, hirió a otros dos y posteriormente se suicidó en una instalación del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en las afueras de Dallas, Texas. Tras este acto de violencia, son 19 las personas muertas cuando se encontraban bajo custodia de ICE desde que inició la segunda administración de Donald Trump, cuatro de las cuales eran mexicanas. Apenas el lunes, el connacional Ismael Ayala Uribe falleció en circunstancias no aclaradas cuando esperaba atención médica en California; mientras, Silverio Villegas González fue asesinado por elementos de ese cuerpo el pasado 12 de septiembre en Illinois, y uno de los lesionados en el tiroteo de ayer es también un mexicano.
Lejos de mostrar alguna preocupación por la ruleta rusa que supone caer en las manos de ICE, las autoridades estadunidenses se precipitaron a redoblar la campaña de victimización de los miembros de la agencia y a explotar los sucesos para acelerar el desmantelamiento de la libertad de expresión, que constituye uno de los principales ejes del gobierno republicano.
Así, aunque todas las víctimas fueron migrantes, el Departamento de Seguridad Nacional aseguró que el tirador disparó indiscriminadamente al edificio de la corporación, y su titular, Kristi Noem, declaró que “aunque aún no conocemos el motivo, sabemos que nuestros agentes de ICE enfrentan una violencia sin precedente en su contra; ésta debe terminar”. El mandatario fue más allá en esta línea al asegurar que “esta violencia es el resultado de la constante demonización de las fuerzas del orden por parte de los demócratas radicales de izquierda, que exigen la demolición de ICE y comparan a sus agentes con nazis”, y anunció una orden ejecutiva para “desmantelar estas redes de terrorismo doméstico que aterrorizan al país”.
Más allá de que desde hace décadas las únicas redes de terrorismo doméstico plenamente identificadas por la FBI son los grupos de supremacistas blancos de ultraderecha que conforman el núcleo duro del electorado trumpista, los bulos propalados por el magnate y sus seguidores exhiben la inquietante esquizofrenia que impide a la clase política republicana (y buena parte de la demócrata) reconocer dos de los mayores problemas sociales de su nación: la epidemia de problemas de salud mental y el hiperarmamentismo civil.
Al respecto, vale mencionar que 59 millones de estadunidenses adultos vivieron con algún tipo de enfermedad mental en 2022, de los cuales 15 millones tuvieron un padecimiento grave que interfirió sustancialmente con actividades de la vida diaria; 21 millones tuvieron al menos un episodio depresivo mayor en 2021; 1.5 millones intentaron suicidarse en 2023 (300 mil personas más que apenas tres años antes); 42 por ciento de los adultos conocieron personalmente a alguien que se suicidó, y más de la mitad de las muertes autoinfligidas se perpetró con un arma de fuego. Sin embargo, menos de la mitad de quienes sufren trastornos mentales recibe alguna atención profesional. Todo esto, en el país más rico del mundo.
Las cifras del armamentismo civil son, si cabe, aun más estremecedoras: se estima que en la actualidad hay 500 millones de armas de fuego en manos de la ciudadanía, más de 1.5 por cada hombre, mujer, niño y recién nacido que habitan en el territorio; cada año se venden alrededor de 16 millones de armas, sin que existan apenas restricciones en cuanto al calibre o la velocidad de disparo; no se cuenta ni siquiera con un sistema nacional obligatorio de registro de las armas, y las ventas entre “particulares”, incluyendo las que se llevan a cabo en ferias y otros eventos para entusiastas de estos dispositivos, no requieren una revisión de antecedentes penales ni sicológicos.
Si a este caldo de cultivo para la tragedia se agrega el culto a la violencia por parte del Estado, es imposible sorprenderse de que todos los días un ciudadano tome un arma y se proponga matar al mayor número de personas. Cuando los gobernantes llevan dos siglos y medio diciendo con palabras y actos que la fuerza es el mejor o el único camino para alcanzar los objetivos y defender los intereses del país, cuando cualquiera puede comprar un rifle casi con la misma facilidad que compraría unos zapatos, y las autoridades desfinancian los servicios de salud que deberían brindar opciones terapéuticas a las víctimas del individualismo alienante que caracteriza a su sociedad, no hace falta ninguna ideología (sea la inexistente izquierda radical demócrata o cualquier otra) para poner en marcha ataques como el ocurrido en Dallas.