esde hace 48 años, curso tras curso, me corresponde recibir en la sala de clase a jóvenes que se inician en el estudio de la educación dentro del colegio de pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; la mayoría, invariablemente, son mujeres, y, entre otras cosas, me toca hacerles ver que el estudio de la educación también compete a los hombres. Por su juventud, al arribar al colegio (en promedio 17-18 años), los identifico como las y los benjamines, los más pequeños, los que requieren más atención, los más queridos, siguiendo la enseñanza bíblica del génesis. Juntos hemos acordado equiparar nuestra clase a La nave de las ilusiones, ideada en 1937, en plena guerra civil española, por mi querido amigo José de Tapia y Bujalance, el introductor de la educación Freinet. Me falta decir que admiro la valentía de mis estudiantes por matricularse en pedagogía, sin haber recibido antecedentes escolares con contenido educativo. Muchos cursos en su pasado escolar de historia, biología, geografía, química, física, gramática, matemáticas, etcétera, alguno que otro de filosofía, sicología, derecho, sociología, y ninguno que se asome a la pedagogía; tal vez porque las instituciones no consideren importante que todo el estudiantado se acerque al estudio de lo educativo. ¡Vaya descuido!
Durante la travesía en las aguas profundas de la pedagogía, nos toca hablar de la educación como una realidad abstracta y compleja, con cualidades propias. Con buen humor les hago preguntas como éstas: ¿quién ha visto pasar por la esquina de su casa a la educación, quién la ha saludado de mano, quién la ha cargado, quién le ha dado un abrazo, un beso, una patada, una mordida o un pellizco? Asombrados, responden sin tardar lo que sintetizo con la palabra “nadie”; no obstante, descubrimos que la educación se ubica cerca, tanto que la llevamos dentro, se localiza en el interior de cada integrante de la tripulación; tratase de la propia educación. Destacamos que es invisible, intangible, inodora, incolora y sin sabor. Razonamos que tampoco tiene forma, medidas, superficie, volumen ni peso. Sin embargo, acordamos que tiene presencia, no es un invento o fantasma.
En esas estábamos cuando, en cierta ocasión, una chica tomó la palabra para preguntar, mientras su semblante dejaba ver una gran sed por aclarar algo que no le cuadraba: “ Profe, ¿cómo, entonces, se puede ‘dignificar la educación’, siendo abstracta y compleja?, ¿cómo hacerle para ‘elevar la mirada de la educación’?” La interrogante dio pie para avanzar y percatarnos de que la educación, por muy abstracta que sea, se concreta en sujetos y objetos, a todas luces visibles, tangibles, observables, medibles, cuantificables y respetables; comenzando con la propia persona de cada uno de los presentes. Sujetos y objetos perfectamente identificados por palabras como: estudiantes, profesores, prefectos, directivos, inspectores, escuelas, universidades, salones de clases, pupitres, pizarrones, patios, libros, textos libres, computadoras, documentos como diarios de clase, programas y planes de estudio, reglamentos escolares, etcétera. Concluimos que todo lo anterior participa de la dignificación, y que la mirada de la educación tiende a elevarse cuando hay propósito de ello, y se cuenta con recursos suficientes. Enaltecimiento educativo a través, por ejemplo, de fomentar, entre el profesorado y el estudiantado, la libertad de expresión, el trabajo creativo y gozoso, la confianza, la autonomía, el pensamiento crítico, la vida democrática (comenzando por el salón de clases), el amor por la palabra y la pregunta, la atención de la salud y la alimentación del estudiantado, la retribución salarial satisfactoria del profesorado, su estabilidad laboral, etcétera. Todo, en las escuelas, debe contemplarse al hablar de dignificación. Los espacios, los techos, los muros y las ventanas dicen mucho al respecto. El mobiliario, ni se diga: no es lo mismo sentarse, frente a frente, en mesas cómodas, que dándose las espaldas en los clásicos pupitres.
Aproveché y les hice ver que con el auxilio de la literatura, muy bien puede expresarse la dignidad de la educación en la vida escolar. A la clase siguiente, para abundar en el asunto, llevé al salón un escrito que con todo cariño di a conocer hace nueve años, el 3 de septiembre de 2016, para expresar mi opinión sobre la Escuela Activa Paidós, fundada y dirigida por la entrañable maestra Tere Garduño Rubio. Aquella participación la tuve con motivo del aniversario 45 de la escuela. A continuación un párrafo de lo que leí esa tarde sabatina, ante niñas, niños, maestras, padres de familia, la propia Tere, y alguna que otra persona presente. Esto fue lo que dije:
“Se trata de una educación, en el caso de la Escuela Activa Paidós, que no se puede medir con ningún instrumento de precisión, pero ¡qué tamaño!; una educación Paidós que no pude pasar por báscula alguna, pero ¡cómo pesa!; una educación Paidós que no tiene forma geométrica, pero ¡vaya presencia!, una educación Paidós que no tiene color, pero ¡qué brillo!; una educación Paidós que no tiene sabor, pero ¡qué delicia!; una educación Paidós inodora, pero ¡qué aroma! Todas esas cualidades son producto de 45 años de trabajo diario.”
Aprovecho para difundir lo anterior de manera general; mi parecer sigue siendo el mismo, ahora que la Escuela Activa Paidós está cumpliendo 54 años de existencia; nuevamente, felicito, abrazo y deseo muchos años más de vida al estudiantado y al cuerpo docente de la escuela, encabezado por Tere Garduño, maestra freinetista de corazón.
Coletilla: José de Tapia, simplemente Pepe, fue quien me presentó a Tere, de quien, en otra ocasión, se expresó de la siguiente manera ante los niños de la Paidós: “yo nunca fui maestro de Tere, ella es quien ha dado lecciones a este viejo maestro, porque se ha pasado la vida averiguando qué hay detrás de la educación para formar y preparar a los hombres y mujeres del futuro, que se encargarán de forjar un mundo nuevo, sin odios, rencores ni angustias. Tere es una de las poquísimas maestras que merece el título de maestra, y por ello, con mi experiencia de viejo maestro, me inclino ante ella para reconocer su trabajo” ( Un maestro singular, p. 424).
Texto dedicado a Manuel Pérez Rocha
¡Elevemos la mirada de la educación!
*Profesor en la UNAM