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Ver día anteriorMartes 19 de agosto de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Migrantes
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ndar por peluquerías siempre es una buena manera de conocer las ciudades, sus partes más populares y profundas. Si escuchas y no hablas demasiado, puedes oír historias increíbles, música de moda y el vientre blando de quienes las habitan.

Fui a una peluquería en Cancún, en una franja ubicada entre el centro y la periferia. Ahí tenía mi hotel, donde la limpieza la hacía una pareja de Honduras, que lleva 10 años en el puerto y dice haberse quedado por “elección”.

En la peluquería hay un poco de todo: un cliente se subió al Tren Maya –“nomás para probarlo”, dice– y cuenta de estaciones medio vacías, con turistas mexicanos y extranjeros, trenes modernos, algunos retrasos y la incomodidad de haber tenido que tomar un taxi para ir y regresar de la estación de Cancún. También hay quien defiende a Morena. Luego está un chavo, el que me corta el cabello, que en un momento me suelta: “¿pero cómo se puede defender a quien te deporta?” Entonces pregunto y me cuenta: Se llama Miguel, tiene 32 años, una pareja estadunidense y una hija de dos años. Lo deportaron de Estados Unidos, de Chicago, donde apenas un año antes había abierto una barbería. Lo expulsaron el 7 de julio, después de pasar dos meses en prisión. Entró a Estados Unidos en 2022, entregándose en la frontera y pidiendo asilo procedente de Venezuela. Estaba la ventana abierta por Joe Biden, y así aprovechó “la oportunidad” que daba el entonces gobierno estadunidense a quienes llegaban de Nicaragua, Venezuela y Cuba.

Me enseña su tarjeta de seguridad social renovada en abril de 2024, me muestra la foto de su EAD (Employ-ment Authorization Document), o sea, su permiso de trabajo, también fechado en 2024. Me enseña sus dos registros ASAP: uno ligado al gobierno, que permite pagar impuestos, y otro de una asociación que acompaña a personas migrantes en sus trámites de regularización. En pocas palabras: vive, trabaja, ama en Estados Unidos al 100 por ciento. En mayo fue a la oficina migratoria para un trámite relacionado con su situación, y de ahí salió rumbo a la cárcel como “migrante irregular”. Varios abogados tomaron el caso, considerándolo ilegal; intentaron conseguirle asilo político u otras formas de nueva regularización. Después de dos meses lo llevaron a la frontera.

Cuando me dijo “¿cómo se puede defender a quien te deporta?”, pensé que hablaba sólo del gobierno estadunidense, pero no. También se refería a las políticas mexicanas. Porque al llegar a El Paso lo recogió la migra. Lo trasladaron a Villahermosa, Tabasco. Ahí le dieron un papel que le permitió llegar a Cancún, pero no más allá. Ahora está atrapado en la ciudad. Está haciendo sus papeles para ir a Canadá, le falta un paso: el reconocimiento biométrico que sólo puede hacer en la embajada canadiense en Ciudad de México. Pero no puede ir. Me dice: “Donad Trump es racista. Mi historia es una locura, pero no es la única. Está sacando a todos, nos trata como criminales, pero no somos criminales. A los criminales los deja allá”. Y agrega: “El gobierno de México, sin embargo, me deportó al sur, me abandonó, me confinó en Cancún, donde estoy en un limbo. Aquí tampoco existen mis derechos como migrante”.

En la peluquería todos los barberos son migrantes; las chicas que coordinan las citas y los pagos son guatemaltecas, los demás de Nicaragua y Colombia. Lo miran y lo abrazan. Uno dice: “Nosotros en Cancún no elegimos quedarnos, se nos impuso”. Salgo del local y me detengo a desayunar. La muchacha que me atiende es cubana, lleva aquí tres años. Desde que llegué he conocido y hablado sólo con personas que no son locales. Dos con quienes platiqué y que manejaban combis son del norte del país. Dentro de restaurantes, taxis, hoteles y hostales he encontrado a medio continente sur.

Mientras hacía la despensa en Soriana, llegó una camioneta con obreros; hablé con algunos mientras se quitaban los cascos y compraban lo que necesitaban para el almuerzo. Ninguno es de Quintana Roo. El conductor de Uber que me lleva al aeropuerto también es venezolano, expulsado dos veces de Estados Unidos, la última en febrero. Está haciendo sus trámites para quedarse a vivir en México; dice que se quedará en Cancún porque, a pesar de la baja del turismo también por la mucílago, “hay trabajo y se está más seguro que en otros lados, aunque también aquí se sabe que el cobro de piso y el narco son mercados que generan codicia y hay pleitos por controlarlos”.

La sensación es que quienes sostienen Cancún, sus flujos turísticos y su riqueza, son las personas migrantes, y parece que algunas leyes y decisiones están hechas justamente para traer aquí a indocumentados y garantizar al capitalismo local mano de obra chantajeable, precaria y, cuando conviene, invisible. “¿Cómo se puede defender a quien deporta?” es una gran pregunta con muchas respuestas que cambian según las geografías, pero que en el fondo nos recuerdan cómo el capitalismo se basa en la explotación del trabajo y que quien es migrante es cada día más explotable por decisión del sistema.

* Periodista italiano