ras 10 días de conversaciones en Ginebra, la reunión del Comité Intergubernamental de Negociación (INC, por sus siglas en inglés) se suspendió sin haber alcanzado acuerdo alguno en torno a su objetivo de elaborar un instrumento internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos. Hace un año tuvo el mismo final el encuentro organizado en Corea del Sur, con lo que ya van dos cumbres en las que se evade todo compromiso para reducir el crecimiento exponencial de la producción de plásticos y establecer controles mundiales sobre las sustancias químicas tóxicas utilizadas para fabricarlos.
El fracaso en establecer un tratado global que aborde uno de los mayores problemas contemporáneos da cuenta tanto del poder de las compañías petroquímicas y de la industria del plástico, las cuales desplegaron más de 200 cabilderos a fin de sabotear los acuerdos, como de la falta de conciencia acerca de los peligros que los polímeros suponen para el planeta y para la humanidad. La exasperante inacción frente a los plásticos contrasta, por ejemplo, la velocidad con que la comunidad internacional atajó la amenaza de los fluorocarburos (compuestos de amplios usos industriales, responsables de un daño catastrófico a la capa de ozono antes de ser prohibidos) una vez que se probó su carácter nocivo, así como con el despliegue de energías renovables y vehículos electrificados frente al cambio climático. Cabe aventurar que la indolencia con que se deja crecer la crisis de los plásticos, en particular los de un solo uso, se explica, al menos en parte, porque los grandes intereses económicos detrás de ellos no han encontrado una forma de rentabilizar las soluciones, y porque hasta ahora se las han arreglado para desviar el grueso de los daños a las naciones y las personas de menores recursos.
Los datos son estremecedores. Desde 1950, se han producido más de 9 mil 500 toneladas de plásticos, de las cuales por lo menos 7 mil millones ya fueron desechadas. Además, la producción se ha incrementado de manera exponencial: sólo en 2022 fueron fabricadas 475 toneladas, y se prevé que en 2060 se alcancen mil 200 toneladas anuales. En la actualidad, 60 por ciento de los productos plásticos son de un solo uso, y más de 23 millones de toneladas llegan cada año a los océanos. Aunque existe la percepción errónea de que los plásticos sólo causan un daño estético, la realidad es que por lo menos 4 mil de las 16 mil sustancias usadas en su elaboración han sido catalogadas como peligrosas. De la mayoría de las restantes ni siquiera se ha determinado su inocuidad o toxicidad, por lo que cada día producimos y empleamos todo tipo de bienes sin conocer sus efectos sobre el ambiente y el cuerpo humano. Lo que está probado es que el vertido de plásticos en cuerpos de agua lleva al colapso total de las cadenas tróficas, aniquilando ecosistemas enteros.
Por si no fuera suficiente, hace apenas unos años comenzó a conocerse la problemática de los micro y nanoplásticos, productos de la descomposición tan pequeños que son ingeridos de manera inadvertida por todo tipo de especies animales, incluidas las que conforman las dietas humanas. En la actualidad, se sabe que los micro y nanoplásticos se encuentran en nuestros órganos vitales y hasta en la leche materna, pero se desconoce cuánto y cómo pueden afectar a la salud. Al igual que ocurre con otras formas de contaminación, ésta es causada por los países ricos, pero padecida por los pobres: de acuerdo con un estudio, las naciones de bajos recursos consumen tres veces menos plásticos que los de rentas altas, pero pagan 10 veces más por un kilogramo de estos materiales. La cifra no se refiere únicamente al precio de los plásticos como mercancías, sino, ante todo, al costo de gestionarlos una vez que se convierten en residuos y son arrojados a vertederos y cuerpos de agua.
La ignorancia y la relativización de la crisis de los plásticos se vincula con la generalizada ausencia de conciencia ecológica, pero también con estrategias deliberadas de desinformación puestas en marcha por quienes lucran con estos derivados del petróleo. Por ejemplo, las empresas del sector llevan medio siglo promoviendo el reciclaje como la solución al vertido de plásticos al ambiente, pese a que desde el principio conocían las limitaciones técnicas y económicas que impiden dicho proceso. Como resultado, mientras los ciudadanos creen que basta con separar los residuos, 91 por ciento de los plásticos “no se pueden reciclar, nunca se han reciclado y nunca se reciclarán”, como expuso un informe del Centro por la Integridad del Clima (Center for Climate Integrity, CCI).
Es urgente superar la visión falaz de que la contaminación plástica es un problema de manejo de residuos y asumir que su ritmo de producción actual es insostenible, insensato y, en última instancia, suicida, pues la destrucción del medio ambiente se revierte, más temprano que tarde, contra la humanidad. Solapar el abuso de los plásticos en nombre del lucro y la comodidad supone pasar a las próximas generaciones la factura por la avaricia de la iniciativa privada y la indolencia de gobernantes y ciudadanía.