La reforma y el valor del voto
a lista de quienes participarán en la elaboración de un nuevo régimen electoral encierra, ni duda cabe, una gran contradicción, porque conjuga a personajes siempre preocupados por los procesos electorales, como Rosa Icela Rodríguez y Pablo Gómez, con algún otro que como maestro de la trampa electoral se agazapa en la oscuridad de los cargos públicos para distorsionar siempre lo mejor de la política –todo el mundo sabe de quién se trata–, y luego, al fin, algunos nombres que por la experiencia algo podrán aportar a la vida política del país.
Y es que en el centro de la enorme discusión que deberá traer un asunto tan delicado, como las reglas para el juego político, deberá estar el valor del voto, y de eso poco se quiere hablar, porque muy pocos entienden lo que significa o debería significar, porque es, sin duda, la expresión más pura de la decisión informada del ciudadano.
Uno de los trabajos tejidos con mayor cuidado por la idea neoliberal fue pervertir el sufragio. Prostituir el voto haciendo del juego político un mercado donde se venden y compran voluntades distorsionó el color ideológico de las entidades en disputa por el poder y convirtió a los luchadores de causas bien identificadas en políticos profesionales, es decir: expertos en la defensa de su chamba, que no de la idea, y que lo mismo pueden favorecer al crimen organizado que condenar la migración, por ejemplo.
Esos políticos han roto con el compromiso a que debería obligar el voto lo que significa, que se niegan a obedecerlo y siempre encuentran cómo desviar la voluntad ciudadana con argumentos que suponen la defensa de la democracia, aunque en realidad la alteren.
Crear un sistema de verdad diferente a lo que hoy se tiene implica, entre otras cosas, mucha valentía; el que está en uso fue diseñado para desde una democracia alterada crear escenarios que simulan equilibrio en las fuerzas políticas, sin que para ello se tome en cuenta, insistimos, la voluntad popular; romper el yelmo que forjó el neoliberalismo para desdeñar la voz de las mayorías plantea un trabajo de tejido muy fino, donde no cabe la urdimbre de la mano burda.
La intención es buena, el trabajo necesario, pero no hay prisa, hay muchas cosas, muchas ideas que deben conjugarse para darle al país un sistema justo y no un aparato de equilibrios falsos que abren la puerta a formas de presión, de chantaje, que en nada benefician a la población.
El país es hoy uno muy diferente al que se legisla en las cámaras. Los partidos políticos trabajan desquiciados en busca del poder y el resultado de las elecciones no corresponde al ejercicio del poder. El voto ha sido traicionado una y otra vez. Por ahí, por la idea de darle el valor justo a lo que el voto decide, sería una muy buena forma de iniciar los trabajos hacia una reforma de verdad. Ojalá no se les olvide.
De pasadita
Sí está solo.
Nos referimos, desde luego, a Andrés Manuel López Beltrán, a quien se dejó naufragar en el proceloso mar de las intrigas y las acusaciones sin sentido.
Hay quien supone que los hijos deben ser la calca de la madre o el padre y por ello pretenden restarles su propio ser, su identidad. Pero sin duda cada persona tiene el derecho a comportarse como mejor le convenga o quiera con toda libertad, mientras no infrinja una ley.
López Beltrán es acusado de no ser la calca de su padre; por ello se le condena y nadie en el partido donde milita alzó la voz para tratar de defender las libertades de su secretario de Organización. ¿Qué pasa?