stados Unidos reconoce hoy como un riesgo existencial el ascenso de China como potencia económica, tecnológica y militar. En 2000, el sector manufacturero estadunidense era cuatro veces mayor que el chino; apenas dos décadas después, la situación se ha invertido: la producción industrial de China supera con holgura a la de EU. Este vuelco productivo y geopolítico, acelerado por la entrada de China a la OMC en 2001, ha erosionado la base industrial estadunidense, desplazado millones de empleos y debilitado su capacidad tecnológica. Washington ha concluido que la única vía para preservar su liderazgo global es una reindustrialización profunda que recupere capacidad productiva, autonomía tecnológica y ventaja estratégica.
Se trata de un proyecto de Estado que busca repatriar empleos manufactureros, reconstruir la base productiva y retomar el control de sectores claves como semiconductores, baterías, acero, farmacéuticos y defensa. Esta estrategia integral combina aranceles, subsidios masivos, compras públicas, regulaciones estrictas y presión política sobre socios y competidores. El objetivo es blindar industrias esenciales, reducir la dependencia de cadenas de suministro externas y reafirmar su poder económico como fundamento de su hegemonía política y militar.
En Washington saben que el liderazgo tecnológico no se sostiene sin una base industrial fuerte. La innovación surge de la capacidad productiva: en la ingeniería de productos, la mejora de procesos y la creación de materiales avanzados. Cuando la manufactura se debilita, también lo hace la capacidad de generar y retener conocimiento. Reindustrializarse no es capricho ni moda pasajera; es una necesidad estratégica. Pensar que, cuando se vaya Trump o otro presidente con discurso agresivo, todo volverá a la normalidad y México seguirá como antes, es desconocer que ésta es ya una política de Estado con amplio consenso en Washington y respaldo de los sectores industriales más influyentes.
En ese camino, los aranceles son un arma central. Gravámenes de 25 o 30 por ciento encarecen las importaciones y empujan a las empresas a instalarse en EU. México enfrenta las mismas barreras, y muchas filiales extranjeras que hoy producen aquí ya calculan que les conviene más trasladar su producción al norte de la frontera. A esto se suman programas como el CHIPS Act y el Inflation Reduction Act, que ofrecen subsidios y ventajas fiscales. Todo forma parte de una política de largo plazo para reindustrializar EU y privilegiar a socios que aporten tecnología, innovación y alto valor agregado, no sólo mano de obra barata.
México debe abandonar la idea de que EU trasladará a Norteamérica las manufacturas que hoy están en Asia y que, por cercanía, seremos beneficiarios automáticos. La verdadera estrategia es el reshoring: traer la producción de vuelta a su territorio e integrar sólo a socios que cuenten con recursos o capacidades tecnológicas que EU no pueda desarrollar solo. Creer que este ciclo industrial traerá una ola de inversiones hacia México es una ilusión que retrasa la formulación de una política industrial nacional.
El reshoring impone filtros estrictos: alto contenido nacional, estándares técnicos exigentes, certificaciones de seguridad y restricciones a la participación extranjera en contratos estratégicos. Incluso en sectores donde México tiene peso, el acceso a las cadenas de valor más rentables dependerá de cumplir estos requisitos. A esto se suma que nuestra imagen internacional está marcada por migración, inseguridad y pobreza, factores que no nos colocan en un lugar privilegiado. Estos males son el resultado de más de cuatro décadas de estancamiento económico, desindustrialización y descomposición social, producto de seguir los lineamientos de Washington. Ese atraso ahora sirve como justificación para que no seamos considerados en la nueva estrategia industrial estadunidense.
Pensar que esta estrategia fracasará es un error. La histéresis refuerza la tendencia: una vez que genere empleos bien remunerados, revitalice regiones industriales y reconstruya ecosistemas productivos, revertirla será costoso e inviable. Aunque su éxito no esté garantizado, es probable que se consolide como política de Estado aun bajo gobiernos demócratas. México debe asumir que funcionará y no estamos incluidos.
Si México no actúa, quedará confinado a tareas de ensamblaje y manufactura básica, compitiendo con países de salarios aún más bajos. La pérdida de inversiones estratégicas reducirá las oportunidades de empleo bien remunerado, acelerará la migración y ampliará la desigualdad interna. Este rezago llevará a un estancamiento económico prolongado y a una mayor descomposición social, alimentada por la pobreza, la inseguridad y la falta de perspectivas para millones de personas.
Mientras otros países se adaptan con rapidez –Canadá con incentivos para baterías y vehículos eléctricos; Corea del Sur y Japón con acuerdos estratégicos para asegurar presencia en semiconductores y materiales críticos; Alemania trasladando producción a EU para evitar aranceles, y Vietnam aprovechando la salida de manufacturas desde China–, México se mantiene inmóvil. No cuenta con una política industrial capaz de fortalecer su base productiva mediante el desarrollo de proveedores y empresarios nacionales, la movilización de capital propio, la creación de una banca de desarrollo eficaz, la sustitución de importaciones clave, la inversión en infraestructura y la formación técnica, y el acceso a financiamiento productivo de largo plazo. Sin estas acciones, la brecha con nuestros competidores se ampliará.
Escalar en la cadena de valor exige avanzar gradualmente, acumulando capacidades productivas, tecnológicas y humanas. Sin un tejido industrial diversificado, con empresas competitivas en calidad, costo e innovación, integrarse a los sectores estratégicos de la cuarta revolución industrial seguirá siendo retórico.
Para México, este viraje implica el agotamiento definitivo del modelo maquilador consolidado con el TLCAN y el T-MEC. La reindustrialización estadunidense redefine las reglas de la competencia y reorganiza las cadenas de valor en función de intereses que no nos incluyen. Si no actuamos ahora, no será el nearshoring lo que nos transforme, sino el reshoring el que nos desplace y nos condene a ser simples espectadores del nuevo orden industrial. La decisión es inmediata: romper con cuatro décadas de dependencia y construir una base productiva sólida o resignarnos a quedar al margen de la nueva era manufacturera.
* Director del CIDE