Orvallo
ecir poesía es decir palabras que siendo de uno son de todos. No digo nada nuevo, lo sé. Acaso sea mejor apuntar que al decir uno poesía descubre que las palabras de todos no menos son, y siempre, de uno.
La poesía, que en general se escribe, siempre es dicha. Poesía es voz antes y después que escritura. ¿La voz del autor? Sí, aunque no menos que la voz del lenguaje. Un tanto paradojalmente es posible decir que la poesía se da a la vez en la periferia y el centro del lenguaje.
Poesía es vibración, véase Van Gogh, resonancia (óigase Bach). Poesía es a la vez anuncio de lo que es y lo que queda de lo sido. La firma de un poema implica responsabilidad, no propiedad. El poema es una alfombra mágica que lleva de la realidad a la realidad. Todo poema es hecho a domicilio
. En la medida de lo posible, dijo el maestro, obrar como obra el infinito.
Suele de vez en vez decirse del arte que no sirve para nada. Sabido es, aun cuando no se diga, que sirve a la totalidad del hombre.
En cada palabra todas las palabras, en todas las palabras la Palabra. Escritor es aquel que sólo sabe escribir cuando escribe, en tanto escribiendo va; no antes, ni después. La magia de la escritura lo vuelve mago. Fuera de esos momentos mágicos es persona ordinaria; con posibilidades quizá, pero ordinaria. La prueba de fuego es la escritura, el acto de escribir.
En términos generales puede decirse que no hay artista que no sea artesano ni artesano que no sea artista; pero estamos hablando de los buenos artistas y de los buenos artesanos.
Cada vez sé menos escribir, se dice, porque lo sabe, el escritor. Cada vez soy más lo que la escritura me dice que yo soy. Cada vez soy más escritura que soy –y sin embargo soy, el que escribe soy yo, puedo jurarlo–. Y cada vez soy más escrito que escritor, también puedo jurarlo.
Callar, en el poema –como en la música–, es emitir silencio, no guardarlo. Cada palabra del poema escucha, atiende a todas las demás palabras que lo conforman.
No se enseña lo que no sirve para nada, y sin embargo el arte se enseña. No se quiere aprender lo que no sirve para nada, y sin embargo siempre hay gente dispuesta a aprender arte. Y un hecho indubitable es que alguna de esa gente –gozosa o sufridamente– aprende. Cabe concluir entonces que el arte sirve para algo, sirve de algo, por impreciso ese algo pueda ser o sea.
La poesía distrae, el poema concreta.