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EU: hacia una relación justa
E

l paréntesis abierto en la definición de la política comercial de Estados Unidos con México es mucho más que una prórroga en la revisión del escenario de imposición de aranceles, es un espacio para intensificar el diálogo y construir una relación estable, equilibrada, justa y de largo plazo entre nuestros países, ya en el marco de la renegociación del T-MEC, el mayor mercado común del mundo.

No se ganó tiempo, se ganó el reconocimiento a una interlocución seria, profesional y de altura entre dos jefes de gobierno y de Estado. Como lo han expresado analistas de diversas tendencias, la postura serena y firme de la presidenta Claudia Sheinbaum, poniendo a la defensa de la soberanía nacional por delante, ha ido rindiendo frutos en una relación complicada, pero constructiva.

Por supuesto, los próximos meses serán de una negociación intensa, para dejar claro que la competencia real al liderazgo económico de Estados Unidos son otros bloques regionales, no sus socios comerciales. En la medida que se mantenga y se fortalezca la sinergia de las cadenas de producción entre los tres países, se incrementará la competitividad frente a los nuevos imperios que se asoman en el horizonte. China de manera destacada.

Por ahora basta hacer un balance somero del mapa mundial para constatar que la templanza ha arrojado mejores resultados que la beligerancia. Incluso, el tercer socio comercial, Canadá, sin ser histriónico pero con una postura menos conciliadora y serena que México, a partir del 7 de agosto tendrá que pagar aranceles de 35 por ciento en un amplio abanico de bienes, insumos y servicios que exporta a Estados Unidos.

La Unión Europea, el aliado histórico de Estados Unidos, aliado estratégico y geopolítico muy por encima de lo comercial –una alianza cristalizada en la OTAN durante toda la guerra fría no pudo evitar la imposición de aranceles y quedaron establecidos en 15 por ciento, sin contraprestación o medida recíproca alguna. Miles de millones de euros y de dólares en una sola dirección, lo que ya motivó la protesta de los miembros más fuertes de ese bloque político, comenzando por Francia. El convenio comercial con las nuevas tarifas arancelarias debe aún ser aprobado y firmado por los 27 estados miembros.

Además de la Unión Europea, unos 40 países verán aplicado ese porcentaje de 15 por ciento a sus exportaciones al mercado estadunidense, en los casos en que hay una balanza comercial negativa para Estados Unidos, comenzando por Japón, pero también incluye a Costa Rica, Ecuador, Venezuela y Bolivia, decisión que deploramos por ser parte de la comunidad latinoamericana.

A India se le impuso 25 por ciento más, por comprar petróleo ruso, compra que ayuda a Rusia en la guerra con Ucrania. Mientras, en el caso de aquellos con los que Estados Unidos mantiene un saldo positivo, el arancel será de 10 por ciento.

Sin embargo, también se fijaron gravámenes por encima de 30 por ciento para algunos países que no han llegado a acuerdos comerciales con Estados Unidos, entre ellos, además de Canadá (35 por ciento), Suiza (39 por ciento), y alrededor de 40 por ciento a Argelia, Bosnia, Siria, Sudáfrica, Serbia, Myanmar, Libia, Laos e Irak. Hay un elevado 50 por ciento para Brasil, pese a que tiene una balanza comercial deficitaria con Estados Unidos, porcentaje que esperamos se reduzca en el futuro.

Ese variopinto escenario significa que las decisiones del gobierno estadunidense han reconfigurado el comercio internacional: el mundo vive un nuevo orden comercial, con la imposición de los nuevos aranceles que entrarán en vigor el próximo 7 de agosto, seis días después de lo anunciado originalmente.

Si bien el objetivo de ese gobierno es aumentar los ingresos públicos mediante el incremento de los aranceles para lograr un equilibrio de la economía y, sobre todo, reducir el déficit fiscal que tiene desde hace décadas, el efecto negativo, según muchos analistas financieros, podría ser el incremento de la inflación, golpe al poder adquisitivo de los consumidores internos.

Para decirlo en términos cuantitativos, los ingresos fiscales por aranceles podrían llegar en 2025 o en 2026, ya consolidado el cambio, hasta 450 mil millones de dólares, frente a 77 mil millones de 2024, aumento equivalente a 1.25 por ciento del PIB para reducir ligeramente el déficit fiscal de Estados Unidos, situándolo por debajo de 7 por ciento del ese indicador el próximo año. Pero a cambio de eso la inflación, que fue sólo de 2.6 en 2024, superaría holgadamente 3 por ciento en 2025 y seguiría esa espiral ascendente hacia el futuro; además de que, por otro lado, cada punto porcentual de incremento en los aranceles se podría traducir en 0.1 por ciento menos en crecimiento económico.

Las consecuencias negativas para la economía norteamericana se pueden atemperar con un acuerdo comercial estable y sólido en el mercado de América del Norte. Una relación comercial tripartita fortalecida, con cadenas de producción alineadas y sin interferencias fiscales, se traduciría en mayor competitividad, mayor generación de empleos y más prosperidad para las tres economías. Hacia allá, hacia la estabilidad con equilibrio, sinergia y justicia debe apuntar el nuevo T-MEC, instrumento que empezará a revisarse este mismo año.