Opinión
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Despojos racistas
J

osefa Sánchez Contreras, ensayista, investigadora y activista socioambiental, originaria del pueblo angpøn (zoque) de Chimalapas, Oaxaca, es la autora del provocativo y oportuno libro que con el título Despojos racistas; hacia un ecologismo anticolonial, publica recientemente la editorial Anagrama (marzo, 2025), en su magnífica colección de Nuevos Cuadernos.

La obra, de un centenar de páginas en el cómodo formato de bolsillo, está integrada de una introducción y cinco capítulos: 1) El racismo: una catástrofe en la historia; 2) Colonialismo energético; 3) Despojo racista; 4) ¿Es la defensa del territorio comunal un ecologismo indígena?, y 5) Hacia ecologismos antirracistas; con la correspondiente bibliografía.

Coincidimos plenamente con la autora en su planteamiento central sobre la función del racismo durante el colonialismo histórico como legitimador del despojo del Sur global para lograr la industrialización del Norte, y su forma soterrada en que se encubre actualmente ante el imperativo de mitigar la emergencia climática y superar la crisis energética.

Despojos racistas tiene el propósito fundamental de desmantelar las falacias de las transiciones verdes, sobre las cuales se erige y se justifica el extractivismo minero y el auge de megaproyectos energéticos en América Latina y otras regiones y, en el caso de México, megaobras que hemos venido investigando, como el Tren Maya y el Corredor Interoceánico, con sus enclaves industriales y turísticos, proceso de recolonización bajo la modalidad de lo que hemos denominado acumulación militarizada y delincuencial, en el contexto del terrorismo global de Estado, impulsado por Estados Unidos y sus aliados subalternos.

Este extractivismo opera sobre la racialización del territorio, siguiendo la lógica de la destrucción de comunidades indígenas y zonas biodiversas, así como el despliegue de la violencia contra los pueblos que resisten. Tajantemente se rechaza que la defensa de los territorios constituya un ecologismo indígena, haciendo una justificada y válida crítica a la constante tentación de mirar a los pueblos indígenas como los buenos salvajes o como el nativo ecológico. Esta defensa es la expresión de luchas anticoloniales que durante largo tiempo los pueblos han ejercido para seguir sosteniendo la vida.

Se argumenta que el colonialismo ha sido causa fundamental para generar la huella antropogénica en la Tierra, y constituye un antecedente de la emergencia climática que se vive en el siglo XXI, que, en su estrecha relación con el capitalismo, alteró la temperatura del planeta. No obstante –y esto es esencial en su planteamiento–, esta huella colonial antropogénica ha sido velada con discursos racistas, siendo el racismo lo que ha estructurado el mundo capitalista. Sánchez Contreras destaca que el despojo racista, rasgo intrínseco al colonialismo histórico, ha posibilitado la acumulación originaria de capital, que trae consigo la destrucción de la Tierra, un drástico calentamiento global, que ha superado el incremento de 1.5 grados Celsius respecto de los niveles preindustriales, a lo que hay que sumar la crisis energética de las sociedades industriales y el visible agotamiento de los combustibles fósiles, el incremento en los costos de su extracción, y las emisiones de gases de efecto invernadero que conlleva. A medida que se intensifica la catástrofe ambiental, se intensifican las nuevas relaciones coloniales y, con ello, los discursos racistas vuelven a escena con mucha más fuerza para seguir justificando la existencia de cuerpos que importan y cuerpos que no importan, todo ello para asegurar el predominio de la jerarquía racializada, muy asociada a la estratificación de clase.

En la ruta hacia ecologismos antirracistas, el apartado comienza con un pertinente epígrafe que recoge la experiencia de los mayas zapatistas a reconocer que después de tantos años hemos aprendido que, en cada disidencia, en cada rebeldía, en cada resistencia hay un grito por la vida. En consecuencia, se considera que en este siglo XXI el objetivo es la necesaria articulación de las defensas de los territorios indígenas con los ecologismos del Norte global, aunque es ineludible poner en el centro del debate la necesaria descolonización de las transiciones socioecológicas. Se sostiene reiteradamente que no hace falta que los pueblos indígenas enarbolen banderas ecologistas; son más bien los ecologismos del Norte global los que deberían adoptar premisas anticoloniales y antirracistas, sobre todo como ejercicio de memoria histórica.

Se convoca a desmantelar la jerarquía racial, a romper las relaciones de dominación en su conjunto. Se exhorta a descolonizar la emergencia climática, a desenmascarar las lógicas coloniales del despojo racista en su nueva fase de transición energética corporativa y supuesta transición verde. El libro en comento es todo un manifiesto que lleva por los intrincados caminos de otros mundos posibles y necesarios.