Opinión
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Crear dos, tres, muchas arcas
E

n las guerras del capitalismo la cuestión central son los bienes materiales, no las personas. Los gobiernos y los medios mencionan en detalle, con abundante material gráfico y audiovisual, la destrucción de edificios, de instalaciones militares y centrales nucleares, el éxito o el fracaso de las incursiones aéreas y el lanzamiento de misiles, pero dejan de lado los dolores de los seres humanos, a los que ya ni siquiera los consideran daños colaterales.

En la guerra de Estados Unidos e Israel contra Irán las personas no existen. Lo que enseña la verdadera cara del sistema, preocupado solamente por los objetos de valor creados por el capital, al cual sirve tanto en lo material como en lo simbólico.

Los analistas de la geopolítica están más preocupados por el posible cierre del estrecho de Ormuz, por el precio del petróleo y el flujo global de mercancías, que por la afectación al ambiente que producen estas guerras hipertecnologizadas y por las consecuencias que tienen en nuestras vidas. Se puede navegar por decenas de portales y todos los datos están centrados en las repercusiones de las guerras en la economía y las bolsas. De hecho, asistimos al elogio sistemático de la muerte frente a la vida, que no parece tener lugar en el mundo del capital.

Más aún, las artimañas de la guerra, el engaño, la perfidia y la manipulación mediática de la población, se erigen en maniobras geniales aunque su objetivo sea la destrucción y la muerte. Donald Trump, por poner apenas un ejemplo, aseguró que había dos semanas de plazo para negociar la paz antes de atacar Irán. Pero al día siguiente puso en marcha una operación largamente planificada. Luego asegura que la guerra se terminó, lo que induce a pensar que está pergeñando su continuación con más bombardeos.

Con la anterior descripción no pretendo criticar la maldad de los mandamases del sistema, lo que sería perder el tiempo. Quien no lo tenga claro no será convencido por nuestros argumentos. Por el contrario, quiero reflexionar sobre nuestros pasos como personas y movimientos anticapitalistas a la luz de lo que nos enseñan las guerras actuales.

La primera enseñanza es no creerles, porque cada palabra, cada imagen, cada discurso, son mentiras que están programadas para paralizarnos como personas y como pueblos. Lo peor es creerles cuando se hacen los buenos y comprensivos, cuando hablan de paz y del combate a la pobreza, por ejemplo. Las palabras de Trump, de los de arriba, en general, valen mucho menos que el orín de los perros, como dijo León Felipe en referencia a la justicia del sistema.

La segunda es que la tormenta no hace más que incrementarse con estas guerras, la crisis climática se retroalimenta con la polución que proviene de la destrucción de Gaza y de cada bomba que estalla en cualquier parte del mundo, donde ya existen 11 guerras, según el informe del Programa de Datos de sobre Conflictos de la Universidad de Uppsala. Los territorios bombardeados en Ucrania, Gaza, Yemen, Israel, Líbano e Irán, entre otros, serán inhabitables en el futuro.

La tercera es que nunca se preocupan por la gente común. Por tanto, si no lo hacemos los de abajo, si no nos cuidamos en colectivo, estaremos desnudos ante los opresores. Es cierto que algunos gobernantes hablan bonito, dicen justo lo que los gobernados quieren escuchar porque se han especializado en esa opción que llaman izquierda o progresismo. Pero no hacen nada contra el sistema, contra la violencia narcoestatal, contra las desapariciones y crímenes que afectan a pueblos y personas de abajo.

Por eso nos toca protegernos como podamos, con base en nuestros recursos, siendo el principal los trabajos colectivos, la minga, el tequio, que permiten a la vez crear nuevas realidades y defenderlas. Pero lo principal es la certeza de que no se puede esperar nada de los gobiernos ni de los estados.

Siguiendo el consejo del Che cuando el pueblo vietnamita resistía la invasión y la guerra de EU (crear dos, tres, muchos Vietnam), creo que se trata de construir arcas, muchas arcas, que combinen resistencia, protección colectiva frente a la tormenta, y la creación de un mundo no capitalista.

No es una receta, ni una línea a seguir. Apenas constatar lo que vienen haciendo los pueblos. La más conocida y vasta, tanto en extensión como en profundidad, está en el estado de Chiapas de la mano del EZLN. Conozco otras, como los cabildos y resguardos nasas y misak del Cauca colombiano; como las comunidades guaraní mbya en Brasil y las garífunas en Honduras; como los quilombos y espacios de Teia dos Povos y del pueblo mapuche, y tantos otros de los que nos llegan comentarios e informaciones.

Las guerras y destrucciones en curso son ya parte del colapso/tormenta. El mundo que conocimos está llegando a su fin. Antes de que otro pueda nacer, estaremos atravesando un caos sistémico que durará décadas. Sólo la organización colectiva puede alumbrar ese futuro.