Editorial
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EU, agresión y propaganda
E

l presidente estadunidense, Donald Trump, aseguró ayer por la tarde en redes sociales que bombarderos de su país atacaron las centrales nucleares iraníes de Fordo, Natanz e Isfahán y las destruyeron completamente. Poco después, en un breve mensaje a medios en la Casa Blanca, calificó las agresiones de éxito militar espectacular, felicitó a los militares que realizaron una operación como el mundo no ha visto en muchas, muchas décadas, agradeció a las fuerzas armadas israelíes por el maravilloso trabajo que han hecho y amenazó a la República Islámica con nuevos ataques si Teherán no se aviene a las condiciones de Washington, las cuales, por cierto, no han sido claramente enunciadas y posiblemente significan una rendición incondicional, como lo afirmó el propio Trump hace unos días.

Desde luego, estas declaraciones generaron de inmediato alarma mundial por lo que significa el involucramiento directo de Estados Unidos en el conflicto con Irán, iniciado por los bombardeos y asesinatos que el régimen israelí perpetró en Teherán el pasado 13 de junio: la acción bélica de ayer no sólo implica la extensión trasatlántica de una confrontación regional de suyo peligrosa, sino que le agrega el componente de una segunda potencia nuclear –es decir, Washington, además de Tel Aviv– como nuevo contendiente. Con el telón de fondo de las declaraciones formuladas la víspera por el presidente ruso, Vladímir Putin, en el sentido de que el inicio de una tercera guerra mundial es en estos momentos una posibilidad real, lo anunciado por su homólogo estadunidense causó una inmediata zozobra internacional. Adicionalmente, los ataques a instalaciones nucleares son actos demenciales e ilegales, habida cuenta del riesgo de provocar fugas de material radioactivo y generar una contaminación incontrolable que puede extenderse por cientos o miles de kilómetros a la redonda.

Por añadidura, esta injustificada agresión puede representar para la sociedad del país vecino retomar la carga de una guerra remota con todas sus consecuencias: sumas astronómicas dedicadas a sufragar las operaciones, mayor polarización social entre belicistas y pacifistas y, lo más grave, las inevitables bajas de jóvenes estadunidenses que caerían no para defender su país, sino para servir a los inveterados intereses colonialistas de la oligarquía empresarial.

Por otra parte, si el éxito militar espectacular proclamado por Trump se analiza con más cuidado, resulta inevitable contrastarlo con los informes de funcionarios iraníes que minimizaron los hechos, al señalar que los materiales y actividades nucleares habían sido retirados desde hace días de los sitios atacados y que los daños a las instalaciones distan mucho de ser irreparables. Tales aseveraciones cobran sentido si se piensa que los inmuebles relacionados con el programa de desarrollo nuclear de Irán han sido objeto de ataques aéreos desde el inicio de la escalada entre Tel Aviv y Teherán, hace nueve días, y que para el gobierno de Irán resultaba de elemental sentido común proteger esa actividad cambiándola de lugar.

Con esos elementos de juicio, cabe preguntarse si lo perpetrado ayer por órdenes del presidente estadunidense no fue una operación más propagandística que militar, calculada desde un principio como una incursión de daños acotados y no destinada a destruir las instalaciones nucleares de la nación centroasiática, sino a satisfacer a los halcones más recalcitrantes del bando trumpista y a enviar un mensaje de apoyo al régimen que encabeza Benjamin Netanyahu, quien tras el anuncio del millonario republicano se deshizo en agradecimientos a su gobierno.

En los próximos días se irá delineando la verdad en torno a los bombardeos estadunidenses sobre Fordo, Natanz e Isfahán. En lo inmediato, resulta prudente recordar un antecedente: el del bombardeo con misiles de la base aérea siria de Homs, en abril de 2017, ordenado por Trump durante su primera administración, y que a la postre resultó ser un tanto fársico, por cuanto la pista de ese aeropuerto militar quedó intacta y éste pudo reanudar sus operaciones unas horas después del ataque.