a perplejidad no deja de ser la constante para la sociedad mexicana y para buena parte de la opinión internacional: México ha estado sumido en un furor de violencia criminal desde hace 20 años en que Felipe Calderón declaró su guerra. De manera creciente, a partir de tal decisión, el 11 de enero de 2006, el país, sus instituciones y su pueblo se han encarado con una situación de violencia inimaginable.
Calderón no supo valorar la debilidad de las instituciones para hacer prevalecer la ley, ni la capacidad del crimen organizado para multiplicar sus fortalezas. Como prueba de su torpeza sépase que a través de la plataforma WikiLeaks, se filtró una confesión que Calderón hizo a José María Aznar ex presidente del gobierno español acerca de su cálculo erróneo sobre la profundidad y amplitud de la corrupción en México
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Pronto se hizo público un informe del propio Aznar a la embajada estadunidense en Madrid, con el lógico rebote en Washington. El increíble hecho dio lugar a su exhibición como un traidor y contumaz colaborador de EU. El suceso llevó a analizar con mayor detenimiento las debilidades de Calderón en cuanto a la conducción de su guerra contra el narcotráfico.
Por lo que después pudo verse, la motivación inicial de su estrategia de seguridad sólo consistió en dar un golpe de fuerza autoritaria que evidenciara la dureza de su presidencia, pero incurrió en errores y omisiones. Por principio de cuentas, no formuló ningún cálculo de probabilidades para su guerra: sus policías propiamente no existían y sus fuerzas armadas en su momento fueron diseñadas para otras misiones. Complaciente, su grupo de asesores, sin sustento alguno, le aseguró que “en dos años el narco sería eliminado”.
Debe recordarse que algunos días antes del anuncio de la declaratoria de guerra, cuando Calderón informó a su gabinete de seguridad sobre las acciones que se llevarían a cabo, ninguno de sus colaboradores, los titulares de Gobernación, Relaciones, Defensa, Marina, Seguridad y PGR, elevaron la voz para plantear alguna duda sobre su supuesta eficacia y sobre el terrible riesgo en que se pondría al país.
Por falta de entereza el presidente no pudo concertar a sus fuerzas, sin decirlo abdicó de esa responsabilidad. Con su falta de liderazgo en el ejercicio del mando fue haciéndose evidente tal debilidad con la consecuencia lógica, por él aceptada como una forma de operar, de que cada una de las instituciones marchara por su lado.
Su guerra se le fue de las manos y se sintió liberado de tal deber recargándose en su secretario de Seguridad, Genaro García Luna, con las graves consecuencias hoy sabidas. Veamos: cuando Calderón insistía en que una de las bases en que el narcotráfico ha encontrado mayor complicidad e impunidad es en los estados y municipios, hablaba como si él no fuera el presidente de una República, sino sólo el encargado de una superestructura ajena a las partes que la componen.
El crimen organizado, en su vertiente de narcotráfico, se ha propagado casi en todo el país y ha dado lugar al crecimiento de una criminalidad de orden común que lastima a la sociedad con el robo de autos, a transeúntes o domiciliario, las violaciones y los secuestros.
La penetración del delito en la sociedad es mucho más profunda de lo que se cree, e incluso los segmentos más alejados teóricamente del fenómeno, como podrían ser las iglesias y las organizaciones educativas, dan muestras de contaminación.
Nuestro prestigio ante la comunidad, muy alto de siempre, hoy está en su peor momento. Para peor, sobre la descomposición acelerada entonces el oficialmente se sustentaba que la asociación entre delito y gobierno ocurría sólo en el ámbito policiaco, pero la verdad es otra.
Aunque existen servidores públicos honestos, la corrupción oficial era ya rampante en los poderes judiciales: agentes del Ministerio Público, peritos, jueces y magistrados. Cuántas campañas políticas han sido y están siendo financiadas por los campeones del delito, cuántos servidores públicos se han enriquecido de repente a la vista de todos.
Además, basta con revisar los expedientes del pasado inmediato para ver con pesar que las fuerzas armadas no son la excepción, como tampoco son puros el ámbito deportivo, el comercio o los grandes inversionistas extranjeros.
En todo lo anterior hay razones suficientes para estremecerse. Desde hace 20 años vivimos en un Estado acosado por el delito, la impunidad, la corrupción y la inacción social a pesar de las ya muchas marchas que estamos presenciando. Ante este panorama, quienes puedan ofrecer un mejor gobierno, enfrentarán el auténtico desafío de convencer a la sociedad con un proyecto confiable, de mediano y largo plazo, trascendente a los gobiernos. Mientras Calderón, entre copa y copa, es ya nacional español, calidad obtenida con ayuda de su amigo Aznar.