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Día de la Victoria: rescatar la verdad
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usia conmemoró ayer el 80 aniversario del Día de la Victoria, en recuerdo de la rendición incondicional de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, acontecimiento que puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. El evento, quizá el más importante en el calendario cívico ruso, sirvió a Moscú para demostrar el fracaso del aislamiento que intentó imponerle Occidente a raíz de la invasión a Ucrania: además de contar con la presencia de 27 jefes de Estado, el presidente Vladimir Putin pudo presumir la cada vez mayor cercanía con su homólogo Xi Jinping, con quien ratificó que las relaciones entre Rusia y China se encuentran en el mejor momento de su historia.

El Día de la Victoria es una ocasión inmejorable para desmontar la mitología occidental en torno a la caída del nazismo como una gesta estadunidense, con ingleses, canadienses, australianos, franceses y otros como comparsas. Para decirlo claro: la Wehrmacht ya no era sino un pálido reflejo de su anterior poderío cuando se produjo el desembarco aliado en Normandía del 6 de junio de 1944, que ocho décadas de tergiversación hollywoodense han elevado a la categoría de máximo punto de inflexión en la contienda.

En el momento en que Washington decidió arriesgar las vidas de sus hombres (quienes, vale la pena recordar, se encontraban segregados racialmente de un modo que nada envidiaba al nazismo), las tropas de Hitler estaban conformadas, en gran parte, por niños y ancianos, pues su ejército original se había extinto en el frente oriental. Los números son tan escalofriantes como elocuentes: en la mayor carnicería perpetrada por los seres humanos contra sus semejantes, fallecie-ron más de 32 millones de soviéticos entre 9 millones 360 mil militares y más de 23 millones de civiles; la inmensa mayoría, bajo el Plan Hambre de Hitler, que buscaba la desaparición de los pueblos eslavos para re-poblar sus inmensos territorios con la raza aria.

Aunque se ha hecho todo por borrarlo, las segundas mayores víctimas de la guerra fueron los chinos abatidos por el indescriptiblemente cruel fascismo japonés: 14 millones de civiles y 2 millones 600 mil militares chinos murieron en el campo de batalla, en campos de exterminio o en los laboratorios donde los más eminentes científicos nipones usaban seres humanos como ratones. En contraste, Reino Unido perdió 60 mil civiles; Francia, 98 mil; Estados Unidos, menos de 6 mil. Por ello, la presencia de Xi al lado de Putin es una reivindicación histórica de dos naciones que lo sacrificaron todo para derrotar al fascismo.

Siguen los números para ilustrar la ferocidad con que se peleó en Leningrado, en Moscú, en Stalingrado, en Kursk y en los otros grandes teatros de esa tragedia. Tres millones de soldados nazis invadieron la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Eran 80 por ciento del ejército alemán y, entre muertos, heridos y capturados, muy pocos completaron el camino de regreso. La Wehrmacht yace en las estepas.

En casi cuatro años, la Unión Soviética no sólo combatió contra los nazis, sino contra sus entusiastas colaboradores polacos, ucranios, húngaros, rumanos, búlgaros y de otras naciones europeas que facilitaron las acciones del ejército alemán y se fueron sumando a él conforme los germanos caían en batalla. El arrebato colaboracionista fue tal que en Polonia los pro nazis siguieron asesinando judíos después del final de la guerra.

El Ejército Rojo fusiló a los antisemitas, y la mitología occidental los disfrazó de luchadores por la libertad contra la tiranía comunista. En la posguerra, Estados Unidos implementó un cordón sanitario para erradicar el comunismo de Europa occidental, pero como los grupos partisanos que resistieron al nazismo eran rojos y los liberales se acomodaron al fascismo o se exiliaron, las flamantes democracias las encabezaron personajes que escondieron a toda prisa sus insignias nazis o que, en el mejor de los casos, vieron los acontecimientos desde la seguridad de Londres o Washington.

Por eso, no sorprende que los herederos de esa Europa cómplice hayan elegido el 9 de mayo para redoblar su embestida antirrusa con la creación de un tribunal especial para juzgar a Moscú y el anuncio de un nuevo despojo de los activos rusos en el exterior, todo ello en nombre de una legalidad internacional y de unos derechos humanos que tienen a los líderes occidentales sin el menor cuidado cuando Israel proclama sin tapujos su intención de exterminar al pueblo palestino.