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Sufrimiento de una víctima de secuestro
Enviada
Periódico La Jornada
Domingo 14 de abril de 2024, p. 11

Matamoros, Tamps., A Alejandro, hondureño, lo secuestraron al entrar a Reynosa, cuando el autobús en el que viajaba desde Monterrey fue interceptado por hombres armados, a unas calles de la central camionera. Aún con miedo de lo que vivió junto con sus dos hijos de 10 y 12 años de edad y su pareja sentimental, asegura que es cruel lo que sufren quienes caen en manos de los grupos criminales. Hay amenazas y muchos golpes, sobre todo al que no tiene apoyo para pagar, denuncia.

Así fue para él y su familia, que por 10 días estuvieron privados de su libertad en una casa de seguridad, y por lo cual también perdieron su cita de solicitud de asilo en Estados Unidos, un sueño por el que lucharon más de un año. ¡Es una presión bárbara!, advierte, la que se vive durante el secuestro y también estando en libertad.

En entrevista en un albergue de esta ciudad, Alejandro, nombre ficticio para resguardar su identidad, comparte con La Jornada que esas dos semanas en cautiverio fue golpeado de una manera que no le deseo a nadie y amenazado de muerte, para que sus familiares en Honduras pagaran los 6 mil 500 dólares que pidieron por el rescate, más de 107 mil pesos.

El secuestro fue el 26 de febrero pasado. Venía de Aguascalientes; allá agarré el autobús de la Futura hasta Monterrey y de ahí otro a Matamoros. Entrando a Reynosa, antes de llegar a la central, fuimos interceptados, sólo bajaron a los migrantes (más de una decena) y más se enfocaron en los que traíamos la cita (CBP One), no sé de qué manera trabajen o qué, pero se les notaba la maldad, narra.

En la casa donde estuvo en cautiverio, sostiene, había muchos más migrantes secuestrados. Ahí llegaban unos y salían otros, conforme las familias pagaban. Pero también, asevera, están algunos desamparados, que no tienen a los familiares o a las amistades suficientes ni ayudas, no tienen posibilidades de salir de ahí.

El hombre de 49 años expresa que estar secuestrado es duro también por lo que se ve y oye: las expresiones, los quejidos de los compañeros, incluso las mujeres; niños llorando por las amenazas, los golpes al papá y a la mamá.

Para los migrantes, el calvario no termina cuando son liberados, pues muchos viven con miedo permanente no sólo de volver a experimentar algo similar sino por las amenazas del cártel.

Alejandro asegura que a él le advirtieron que no podían verme en Reynosa ni que fuera de regreso o que ande por ahí deambulando o trabajando, que tenía que venir para acá (Matamoros); que viniese a averiguar o buscar otra cita y ver de qué manera hacer mi ingreso a Estados Unidos.

Señala que para las víctimas no es opción denunciar ante la policía estatal o fiscalía, también por los amagos de los secuestradores.

En Matamoros, donde debido a la violencia generada por la rivalidad de los grupos del narcotráfico, incluso muchos de los operadores de transporte particular no se atreven a manejar a Reynosa o a Monterrey y viceversa por el riesgo de ser levantados, prácticamente cualquier migrante puede dar testimonio de las agresiones que sufren, ya sea porque fueron víctimas directas o porque conocen a alguien a quien le sucedió.

Una de ellas es Alma, venezolana, quien estuvo a punto de ser secuestrada. Cuenta que el 31 de diciembre pasado en Monterrey compró un boleto de autobús para viajar a Matamoros, en la corrida de las 10 de la mañana, pero un mal presentimiento la llevó a no abordar el camión. Sentí como que no tenía que viajar ahí. Me encontré con algunos amigos y me dijeron que tuviera cuidado porque es muy peligrosa la ruta de Monterrey a Matamoros, me preguntaron qué prefería: perder 800 lempiras (más de 500 pesos mexicanos), lo que había pagado, o perder la vida.

Decidió viajar en otro autobús. Cuando llegué acá, me di cuenta de que el primero en el que me iría había sido secuestrado. Esta ruta es muy complicada, cada paso que uno da es sólo porque Dios lo permite.