Opinión
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Te quiero por tus ojos de jacaranda en flor
N

uevamente la ciudad se alegra con las jacarandas en plena floración; ayer que paseábamos por la Alameda nos vino a la mente la canción que lleva ese nombre y que, con hermosa melodía de Enrique Fabregat, comienza: “Te quiero por bonita… te quiero por tus ojos de jacaranda en flor...” La romántica letra es de Mario Molina Montes, un poeta poco recordado que escribió canciones inolvidables que los de la cuarta edad seguro recuerdan: Quinto patio, Viajera y El dinero no es la vida son algunas de las cerca de 4 mil que creó en su longeva vida.

Las jacarandas se dan tan bien en la Ciudad de México que se cree que es nativa, pero no; llegó a nuestro país en el siglo XIX de Sudamérica. Ya hemos contado la historia, pero quiero recordarla porque acabo de leer que en Tokio, Japón, en semanas recientes una multitud de turistas ha llegado para admirar los cerezos en flor.

Fue precisamente un japonés, Tatsugoro Matsumoto quien llegó contratado por un hacendado mexicano que en un viaje a Perú, admirado por la belleza de un jardín japonés, pidió conocerlo.

Matsumoto había trabajado en los jardines imperiales en su patria y fue contratado para ir a Perú; el hacendado lo convenció de venir a México a cuidar sus jardines; cobró gran fama y prestigio, por lo que decidió quedarse en nuestro país.

Le pidieron que importara los famosos cerezos; con su gran conocimiento explicó que en México no tenían posibilidades de crecer, ya que requerían de un clima más extremoso, por lo que propuso las jacarandas que conoció en el sur del continente, y como vemos se adaptaron maravillosamente.

Nuestro clima extraordinario nos permite contar con flores y vegetación todo el año, por lo que no es de extrañar el gusto y veneración que existe desde tiempos ancestrales por la naturaleza.

Entre los mexicas, el árbol fue considerado un ser animado de carácter sagrado que representaba la vida, el tiempo y la eternidad, con sus ritmos estacionarios y su regeneración. Las crónicas españolas mencionan con admiración la rica vegetación que cubría México-Tenochtitlan y sus alrededores.

Tras la Conquista, los bosques que rodeaban la cuenca fueron arrasados para edificar la nueva ciudad española, utilizando la madera para sus casas, muebles, carretas, como combustible y para los puentes que cubrían los canales que paulatinamente fueron secados y le siguieron los lagos, con lo que se rompió el equilibrio ecológico y se padecieron terribles inundaciones.

A lo largo de los siglos esto generó una ciudad polvorienta y seca, condición que se intentó contrarrestar sembrando árboles en algunas partes como la Alameda, el Paseo de Bucareli y de la Reforma. Las nuevas colonias porfiristas embellecieron las banquetas con distintas variedades y la semana pasada hablamos de los viveros que creó Miguel Ángel de Quevedo, que hasta la fecha constituyen un importante pulmón para el sur de la ciudad. Los fraccionamientos del segundo tercio del siglo XX contemplaron parques con vegetación, como los de la Condesa y el de los espejos, en Polanco.

Pero después ese interés se perdió y no sólo no se sembraron mas árboles, sino que se quitaron los que existían. En fotografías de principios del siglo XX vemos las calles de las colonias Juárez y Roma bellamente arboladas.

Hace unas décadas se volvió a poner de moda entre los gobernantes, ya fueran regentes o delegados, sus campañas de reforestación. Unas menos exitosas que otras, pero lograron que esta ciudad volviera a estar verde, aunque sea con descuido, sin orden ni organización, pues hay mezcla de variedades, formas y tamaños, pero el efecto es un agradable verdor y frescura.

Es innegable la importancia de los árboles en la ciudad, ya que además del placer que brindan a la vista purifican el aire y, particularmente en la Ciudad de México, disminuyen el problema enorme que tiene de hundimientos por la excesiva extracción de agua en los mantos freáticos. La ayuda que brindan estos hermosos seres es invaluable.

Hoy vamos a desayunar a un lugar donde podamos ver vegetación. Frente al Parque México, en la Condesa, en Ozuluama 4 está Maque, que además es panadería. Ofrece los mejores desayunos de la ciudad.

Hay que abrir boca con una taza de chocolate espumoso con un bizcocho recién horneado; en mi caso, una concha. Después unas enchiladas poblanas o el timbal de huitlacoche y, ahora sí, a comenzar el día.