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Aprender a morir

¿Ver normal lo anormal?

“¿P

or qué insistir en los beneficios de conocer opciones para tener o proporcionar una muerte digna? ¿Trata acaso de imponer nuevos dogmas sobre los existentes? ¿No ha sido siempre responsabilidad de las personas terminar como buenamente puedan?”, comenta Andrea A. Insistimos precisamente porque la responsabilidad carente de información y conocimientos se vuelve inhabilidad, torpeza para sí mismo y para los demás, sin importar que se tenga la ingenua o tranquilizadora creencia de que se está haciendo lo correcto. Terminar como buenamente puedan es inhumano, es dejar a su suerte o a la voluntad de un dios agonías y sufrimientos evitables cuando la decisión de quien los padece es negarse a soportarlos, así contravenga criterios divinos, médicos, religiosos, familiares o legales. Ahí es donde política, ciencia y religión parecieran iguales, para vergüenza de la civilización.

Escribe Guillermo Farías: El ser humano es el único ser vivo sobre la Tierra que piensa, reflexiona y es consciente de su eventual muerte. Folla por puro placer. Sonríe y ríe. Escucha y compone música. Camina erguido. Investiga y progresa. Imagina. Crea y disfruta el arte. Ahorra o acumula dinero y guarda comida o carece de ésta aunque la requiera. Se pinta o tatúa el cuerpo o el rostro. Hace gimnasia o se ejercita. Pero sobre todo, se viste y se pone ropa, no sólo por gusto sino por necesidad. ¿De dónde sacan entonces los falsos humanistas que seres humanos y animales somos iguales? Una cosa son las obligaciones del humano para con determinadas especies y otra los derechos que invocan los políticos para con todas las especies de la Tierra. Más seriedad por favor para evitar disfrazarnos de falsos progresistas seudosensibles con el pretexto de igualar las especies.

Lo repetimos con frecuencia: Este planeta −despectivo de plano o referente a un plano de conciencia inferior− nunca ha sido justo, ni lógico, ni claro o como de niños nos dijeron que era, sino como seamos capaces de interpretarlo y hacerlo nuestro, sin ofender a la inteligencia ni a la vida, cada día de nuestra intransferible y desafiante existencia. Desde luego etimológicamente planeta viene del latín planeta y antes del griego planetés, que significa vagabundo, en contraste con los astros y el Sol, a los que en la antigüedad se consideraban fijos. Con el mitote de ver el eclipse cuide mucho su vista; es más importante.