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Épater le bourgeois
E

l último libro del presidente López Obrador, editado hace un par de meses por Planeta, con el lacónico título de ¡Gracias! hasta ahora, que voy a la mitad he localizado tres alusiones a campañas de sus opositores encaminadas a causar temor en las clases medias y en las menos susceptibles clases altas, con amenazas imaginarias de desgracias y desastres sociales para el caso de que se saliera con la suya y llegara a gobernar a México.

Y llegó en 2018, a pesar de las campañas, puesto que, como es evidente el efecto buscado, no fue suficiente ni lo está siendo ahora; se trata de atemorizar a los ciudadanos no muy informados con el petate del muerto del comunismo, al que dicen que vamos o al menos del misterioso socialismo que nadie define bien, pero del que esas campañas hablan como un futuro terrible que nos llevará a una tiranía y, lo peor para los asustadizos, a perder libertades, bienes, negocios, herencias y hasta el modito de andar. Las campañas, costosas, bien orquestadas, tienen su efecto en algunos timoratos, pero afortunadamente no son creídas por la mayoría del pueblo, dentro del que están amplias capas de la clase media; los más avispados y convencidos de las buenas intenciones primero y de las acertadas decisiones y políticas que después han dado buenos resultados y han sorteado obstáculos imprevistos como el covid, la invasión de Ucrania, recesiones en países poderosos, huracanes y otros desastres.

Por mi parte, he sido testigo de esa paranoia de algunos. Cuando se reconoció el triunfo de Morena y Andres Manuel López Obrador en 2018, unos amigos, hermanos entre ellos y antiguos clientes de mi despacho, me invitaron a desayunar a un restaurante al que solíamos ir de vez en cuando, para hablar de sus litigios y contratos sobre los que les daba consejo y asesoría profesional.

Esa vez los vi nerviosos, me llevaron a una mesa apartada y antes del primer sorbo de café, ya estaban diciéndome en voz baja el motivo de la reunión. Ambos tenían casas muy grandes con varias salas y recámaras, jardín y cochera; les había ido bien en sus negocios, también eran dueños de automóviles lujosos. Su pregunta era cómo podría yo ayudarles a evitar que el nuevo gobierno enviara a vivir con ellos a vagos o menesterosos y cómo podrían salvar sus edificios de departamentos en renta o en venta en condominio.

Les habían dicho de buena fuente, que apenas tomara posesión de su cargo de presidente, López Obrador dictaría una ley para que las casas de los ricos fueran compartidas con quien las necesitaran; que expropiaría los inmuebles de productos a quienes tuvieran varios y otras barbaridades. Me costó trabajo convencerlos de que ese aviso amistoso de algún informado era sólo parte de una campaña de desprestigio, una mentira para causar zozobra y temor y convencerlos de que sus propiedades estaban seguras bajo el amparo de la Constitución y las leyes y de que se estaban preocupando por algo no sólo falso, sino inverosímil.

El tiempo corrió y el gobierno de López Obrador está por terminar y, como es evidente, ni nos convirtió en una Venezuela, ni instauró dictadura alguna y sí, en cambio, se logró superar el temporal de la pandemia, se vacunó varias veces a toda la población, creció la inversión privada nacional y extranjera, el salario mínimo se ha incrementado, se sostiene alto el valor del peso, nuestra moneda, no hubo represión alguna ni cierre de negocios, ni clausura de programas de televisión o radio ni asaltos a los periódicos; por el contrario, hubo obra pública, programas sociales y relativa tranquilidad social, ensombrecida sólo por la delincuencia organizada y por la gran cantidad de armas que llegan de nuestros vecinos del norte.

Gobernar para buscar la justicia social, moderar la indigencia y moderar la opulencia como Morelos pedía en los Sentimientos de la nación no lleva como secuela el atropello a los derechos humanos ni a la Constitución ni requiere violencia, amenazas u otros despropósitos. Sólo que como la historia nos ha enseñado los burgueses son (o somos) frecuentemente asustadizos.

El autor del Manifiesto al servicio del personalismo, Emmanuel Mounier, pensador francés, activo en la resistencia popular contra la invasión nazi a su país, con una sólida formación católica, fundador y director de la Revista Esprit, conocía y definió muy bien a ese sector social tan importante; él, seguidor de las Encíclicas sociales, luchó contra la desigualdad, el individualismo, la explotación a los trabajadores y propugnó por la solidaridad frente al individualismo. Transcribo algunas de sus opiniones: El burgués sacrifica a la economía, la alegría, la fantasía, la bondad. En respuesta al jurista de derecha Karl ­Schmidt, quien dijo que el rasgo fundamental del político es discernir al enemigo, Mounier replicó: El rasgo fundamental del hombre sea o no político, debe ser descubrir al prójimo, congruente con los poetas franceses, cuya actitud desafiante y novedosa espantaba a la burguesía.