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En Maltrata, el fuego se llevó los sueños de Catalina
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 26 de marzo de 2024, p. 27

Nogales, Ver., La tierra hierve y quema los pies de Catalina, quien observa lo poco que queda de la construcción de tablarroca y lámina que fue su hogar, en la comunidad Aserradero, municipio de Maltrata.

Ella y su esposo, Félix, lo perdieron todo en un incendio que arrasó con sus huertas de aguacate, fresas, guayaba y otros frutos, que con mucho esfuerzo sembraron para mejorar su economía y sustentar a su familia. El fuego se llevó sus sueños.

En el mismo terreno, el cadáver de una vaca quedó como testigo de la conflagración unas horas antes. Félix contempla al bovino sin saber a quién pertenece, pero sintiendo empatía hacia el propietario que, sin duda, al igual que él, conoce lo que es perder las pocas pertenencias con las que cuentan.

Al dejar la casa no hay puertas que cerrar ni ventanas que emparejar, no hay nada que alguien pudiera robar. Catalina y Félix suben a su maltratado automóvil, yendo por los caminos de terracería que transitan diariamente; humo, tierra y ceniza se confunden a la vista.

“A ver si (gobierno y ciudadanía) nos echan la mano, que nos ayuden, porque no tenemos de otra, (…) la propiedad que compramos, la casa que yo comencé a hacer, unas plantas de aguacate, todo se echó a perder, vino la lumbre y se acabó todo”, relató Félix.

Mientras, en la comunidad Balastrera, también en Nogales, a pocos minutos de Aserradero, la gente se ha unido para combatir el fuego, con agua de albercas y el líquido que utilizan para la siembra.

En los estrechos caminos de las montañas que rodean al poblado, hombres vestidos de amarillo, integrantes de diversos grupos de emergencia, cavan zanjas para evitar que la lumbre avance.

Varios hombres, ataviados con prendas de camuflaje que se confunden entre el humo, tratan de apagar llamas con pedazos de ramas, que agitan de arriba a abajo y a las que azotan contra la tierra abrasadora.

Bomberos, la mayoría voluntarios, corren de un lado a otro con mangueras conectadas a pipas. El agua no basta y los brigadistas tratan de economizarla y utilizarla de manera estratégica, para impedir que el fuego avance.

Sin embargo la falta de líquido, el pasto seco y las fuertes rachas de viento hacen que los esfuerzos de poco sirvan, y que las flamas lleguen hasta el cementerio, donde devoran las tumbas y cruces de madera.

Los difuntos del camposanto son los últimos testigos de los intentos por evitar que el incendio se extienda; pobladores, brigadistas, soldados y demás dejan el lugar, se repliegan para reorganizar el combate al fuego.