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Negocios y empresas

Amor–odio

L

a relación entre México y la mayor potencia del mundo es pasional: la queremos, la admiramos o la odiamos. Pero de lo que no hay duda es que cada vez estamos más ligados económica y políticamente a través del flujo de información, de personas y de mercancías.

Las migraciones, los espectáculos, los deportes, las inversiones, la tecnología y el comercio crecen casi de manera ininterrumpida entre ambas naciones. Aunque no nos parezca adecuado, la relación que tenemos en estos momentos es la más amplia y profunda desde la formación de los estados modernos.

El dinero que llega a nuestro país a través de remesas logró un récord en 2023; el nivel de intercambios comerciales también es el más amplio desde que se tienen registros. En unos cuantos años Estados Unidos y México se convirtieron en los socios comerciales con mayores intercambios en el mundo. Las exportaciones de México a Estados Unidos acaban de desplazar a las de Canadá y de China. Lo mismo sucede con las compras que realizamos, la mayoría proviene de Estados Unidos. Al nivel de la inversión extranjera, tanto en el sector financiero como en la planta productiva, proviene del norte de nuestro continente.

Pero quizá lo más importante en esta relación sea a nivel de la cultura y la transmisión de estilos de vida por medio de radio, televisión o Internet, con películas, series, deportes o espectáculos. Independientemente de ideologías, filias y fobias, consumimos los contenidos producidos en Estados Unidos.

Lo anterior no significa que nuestra relación sea equilibrada o justa. Hay problemas, y muy serios. Por ejemplo, a nivel político Washington utiliza a nuestro país y, en especial, a la frontera como moneda de cambio. Se vende a México como un país corrupto y atrasado que genera males como la exportación de drogas y la migración de gente indeseable. Por el lado mexicano también se usa al vecino del norte para hablar de todo tipo de abusos, de explotación y de la venta de armas para las mafias organizadas.

Sin embargo, por más crítica que sea nuestra relación, la economía y el comercio no se detienen. No hay manera de parar los flujos migratorios, culturales y de mercancías, por lo que la interdependencia entre ambas naciones es cada vez más profunda.