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100 años de revolución surrealista
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stamos cumpliendo 100 años del primer Manifiesto del surrealismo (1924) y siguen vigentes sus fuentes revolucionarias con su interpelación profunda a la realidad del establishment, a sus mascaradas ideológicas y a las emboscadas burguesas pergeñadas para sofocar las verdades humanas. 100 años de un manifiesto, también, para la transformación del arte, de la filosofía, de la economía y del mundo. Eso denunciado por el surrealismo, desde hace 100 años, sigue denunciando a la realidad como muralla del dinero salpicada de sesos. El surrealismo es un puro automatismo síquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral (André Breton, 19/2/1934-28/9/1966).

Ese manifiesto insurreccional sigue siendo fusión rebelde del amor loco, de la poesía de lo maravilloso y del humanismo creador como fuentes irreductibles de una revolución permanente del sentido, como batalla vigente que, desde muy temprano en el siglo XX, presentó armas en pleno corazón de la podredumbre capitalista realmente existente. Están en el primer manifiesto los principios programáticos que ofrecen un método para la creación, la intervención directa en la vida y la subordinación de los instrumentos del conocimiento, incluido el arte, al servicio de la rebelión de los sentidos.

Ahí se propone detonar el edificio de la ideología dominante con los explosivos humanistas del arte en revolución. Lo maravilloso no siempre es igual en todas las épocas; lo maravilloso participa oscuramente de cierta clase de revelación general de la que tan sólo percibimos los detalles: éstos son las ruinas románticas, el maniquí moderno, o cualquier otro símbolo susceptible de conmover la sensibilidad humana durante cierto tiempo: André Breton. El manifiesto surrealista de 1924 es también radiografía un mundo que ha sido secuestrado, nos propone armas para combatirlo, echando mano de la emancipación de la imaginación, del amor y de la poesía. Sublevar la expresión libre, directa, sin intervención de la razón hegemónica. Producir estragos y fisuras, quiebres epistémicos duraderos que combatan a las industrias belicistas, financistas e ilusionistas… de su época. Disparar ráfagas de imágenes, mediante el automatismo síquico y la insurrección de la economía política para facilitar las erupciones más profundas del inconsciente creador. Como ellos lo entendieron.

El manifiesto sigue siendo una inspiración liberadora que se despliega en el territorio del sentido sin atenuantes, para desmantelar, a su modo, la ideología de la clase dominante, la alienación, la cosificación y la mercantilización de la especie humana. Advierte que intervendrá para arruinar las ideas conservadoras de familia, patria y religión, mientras convoca a una revuelta directa para la libertad relativa de las iniciativas artísticas y políticas transformadoras. “‘Transformar el mundo’, dijo Marx; ‘cambiar la vida’, dijo Rimbaud: estas dos consignas para nosotros no son más que una.”

Están vivas las convocatorias del manifiesto de 1924 contra el palabrerío desatado por los santones intelectuales mientras se adhería sin reserva al materialismo dialéctico por considerarlo el mejor método para la liberación de la humanidad. Breton, cofundador del movimiento surrealista, insistió: el surrealismo se considera ligado indisolublemente, como consecuencia de las afinidades antes señaladas, a la trayectoria del pensamiento marxista, y sólo a esa trayectoria. No sin un debate sobre ciertas deudas en la autocrítica: también es imposible que el marxismo se abstenga más tiempo de tomar en cuenta la base científica de las investigaciones sobre el origen y el cambio de las imágenes ideológicas (A. Breton).

Ese manifiesto tendría poca o ninguna importancia si no fuese porque contiene la idea revolucionaria de que la ética sea la estética del futuro. Que la ética norme, como pensó Adolfo Sánchez Vázquez, esa parte decisiva de las relaciones sociales en las que, el juicio del gusto sea explicable como base y producto de la lucha permanente por la igualdad entre los seres humanos y la justicia social deseable, posible y realizable.

En el manifiesto se expide una mirada crítica que no está dispuesta a rendirse ante las emboscadas del olvido hegemónico ni ante las tergiversaciones que van hundiendo toda herencia revolucionaria en los pantanos de la chabacanería ideológica al uso. Por eso a Breton y al manifiesto no se les perdonan haber interpelado la lógica monstruosa del capitalismo en el periodo de entreguerras y más allá. No se le perdona su poesía y el lugar que otorgó al amor como militancia humanista, única capaz de reconciliar a la especie humana consigo misma. No se le perdona la síntesis que propuso en el surrealismo para igualar el arte con los sueños, con la magia, con el azar, con lo lúdico, con el amor mismo y con la revolución. No se le perdona politizar la filosofía y filosofar la política desde el arte revolucionario e independiente para demoler el imperio de la esclerosis ideológica en una burguesía adicta al consumo de la obra de arte como mercancía de vanidades.

Hoy como en 1924, el manifiesto surrealista conserva la calidad subversiva de sus ideas y su rebeldía candente. Está vigente su llamado al resquebrajamiento de la hipocresía, la mediocridad y la estulticia que afligen a la especie humana y al planeta. El manifiesto desnuda los propósitos de un sistema económico e ideológico monstruoso para quien contempla los acontecimientos con rigor de objetividad y subjetividad emancipadoras. Entiende a la vida hondamente y atiende todos los voceríos que en rebelión adquieren los más caracteres que bullen en el espíritu que recorre al mundo. El mensaje del manifiesto está especialmente destinado a los pueblos que incuban retoños revolucionarios, a su calidad y cantidad altamente subversiva reflejada en un documento firmado por talentos fulgurantes que se convirtió en brújula necesaria entre las expresiones filosóficas, artísticas y revolucionarias fundamentales de su siglo y del actual. Porque es un manifiesto histórico de las inconformidades contra el conformismo, contra el conservadurismo y contra la domesticidad, lo pinten como lo pinten. Un manifiesto para la creatividad revolucionaria y para la revolución del sentido. Algunos dieron por muerto al Manifiesto del surrealismo, pero los muertos que ellos matan gozan de buena salud, 100 años ya. Hay que leerlo.

*Doctor en filosofía