Editorial
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Netanyahu: boicot a la paz
E

l alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, acusó al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de llevar 30 años boicoteando personalmente la creación de un Estado palestino como vía de resolución para el histórico conflicto. El máximo exponente de la diplomacia europea fue más allá y señaló al Estado de Israel de crear y financiar al grupo Hamas con el único propósito de debilitar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), facción moderada que gobierna en Cisjordania. Lamentó que, pese al consenso entre la comunidad internacional acerca del reconocimiento definitivo del Estado palestino como solución justa para acabar con la violencia, no se haya avanzado nada en esa dirección debido al sabotaje israelí, y advirtió que la espiral de odio y violencia seguirá de generación en generación, de funeral en funeral, cuando florezcan las semillas del odio que se está sembrando en Gaza hoy.

No resulta sorprendente que Tel Aviv, como Washington, empleen sus servicios secretos para instigar movimientos que después usan como pretexto para interferir en los asuntos de otros países o, como ocurre en este caso, para presentarse como víctima del terrorismo y justificar su ocupación ilegal de los territorios palestinos, el asedio permanente sobre civiles inocentes, el control absoluto de las finanzas y las fronteras del Estado palestino y las operaciones de limpieza étnica que lleva a cabo.

Lo llamativo es que las denuncias provengan de un personaje sobre quien no recae la más mínima sospecha de enarbolar causas progresistas o de contradecir los intereses hegemónicos de Washington, Bruselas, y los de corporativos que dictan el guion político seguido a uno y otro lado del Atlántico. Mucho menos se le puede tildar de pacifista. Por el contrario, Borrell se ha distinguido por su talante reaccionario, su total coincidencia con el discurso del Occidente colectivo y su militante rusofobia en el conflicto de Europa del Este. En los últimos meses ha abogado por la continuación de la guerra en Ucrania con el argumento de que el enfrentamiento sólo puede resolverse en el campo de batalla, y se ha congratulado por haber asignado al régimen de Volodimir Zelensky 25 mil millones de euros para defensa, el monto más grande entregado por la Unión Europea en su historia para esos fines.

Con dichos antecedentes, queda claro que el pronunciamiento de Borrell sólo puede explicarse por los excesos inenarrables en que han incurrido las fuerzas armadas de Israel, cuya inhumanidad ha sido exhibida ante el mundo por los propios militares israelíes: la máscara de victimismo construida por Tel Aviv se rompió en pedazos en cuanto sus soldados comenzaron a difundir materiales audiovisuales en que se graban perpetrando los peores crímenes de guerra como si fueran travesuras juveniles, humillando a prisioneros y destruyendo barrios enteros entre chanzas y risotadas. Cuando el envilecimiento moral se combina con un poder de fuego ilimitado, el saldo sólo puede ser una masacre horrible como la que tiene lugar en Gaza, donde hombres, mujeres, niños y recién nacidos sobreviven a duras penas en condiciones descritas por la ONU como inconcebibles.

Cabe esperar que los líderes occidentales que siguen prestando su apoyo diplomático, económico, político y militar al régimen genocida encabezado por Netanyahu cesen su complicidad en el exterminio del pueblo palestino y apliquen sus capacidades a la construcción de una paz duradera.