Opinión
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Doble tropel final
D

io inicio el corto tramo final de este transformador gobierno. El Presidente trata de consolidar sus obras prioritarias y otras más de complemento. Con seguridad lo ha de azuzar la angustia de no concluirlas a cabalidad. Pero, en lo básico de sus propósitos, bien se puede decir que lo ha logrado. Las asignaciones para completar su operatividad van insertadas en el presupuesto de egresos. Aún así, la operación consecuente habrá de requerir apoyos adicionales que correrán a cargo de la siguiente administración. Serán montos menores y retomados con facilidad por su sucesora. Doña Claudia ha sabido usar, en provecho de su campaña, el tropel presidencial de propuestas sociales y obras de gran envergadura.

Pero hay otro tropel, en este caso de múltiples voces con altoparlantes, que se alegran de atisbar el final del recorrido de un mandatario al que visceralmente rechazan. Se cuelgan, para tal encomienda, de una serie deshilvanada de razones, combinadas con airados y hasta falsos supuestos y peores conclusiones. Tal paquete difusivo lo hacen pasar con pruebas contundentes, pensando que son aceptadas por las mayorías. Aunque, en verdad, sus proclamas y condenas no alcanzan más allá de un reducido círculo de creyentes y otro nebuloso grupo de resentidos. Ambos contingentes sin abarcar, siquiera, a ese 30 por ciento de conservadores que, tal vez, los oiga o lea. El otro 70 por ciento, ese sí mayoritario, queda al margen de sus consignas y se afilia, con decisión fija y rayando el contento, a la narrativa del quehacer oficialista. Entre ambos extremos se levanta, según este coro de magníficos críticos, un muro creciente de enemistadas y aislamientos que, según afirman, el mismo Presidente alienta cada mañana. Ahí, a ese pozo de sentires, se lanzan para retocar, hasta el infinito, una dañina y contumaz polarización. Una verdad, ya aquilatada por todos los que se encuadran en tan ruda y hostil oposición. Pero que, fuera de ese reducto, campea un ancho mundo de optimismo esperanzado. Lo cierto es que, en efecto, el Presidente adoptó, como núcleo político, una estrategia feroz y básica: la opción por los de abajo. Esta humana postura política derribó la arraigada e interesada costumbre de mirar, defender y privilegiar a los de arriba. Una brecha enorme que, al plantearse como guía, dificulta la conciliación. Para complicar este asunto, AMLO le suma una visión territorial de balances regionales estratégicos.

Por ahora, se viene repitiendo la tajante afirmación de una elección de Estado en curso y sustentada en ríos de dinero oculto o ilegal. Le suman variada clase de apoyos indebidos que la presentan, con alegada certeza, hasta violenta. Algo similar a lo sucedido en otras ocasiones del pasado autoritario, de partido único, de muertes por cientos (Michoacán salinista) quema de urnas (F. de Cevallos) y fallos definitorios de ganador en remotas madrugas silenciosas. Dada la formidable estructura partidaria de Morena hace innecesario esta clase de artilugios y trampas ya desterradas de las elecciones actuales.

Pero lo sustantivo de los opositores estriba en campos distintos aunque siempre coordinados. Por ahora clavan sus informados colmillos en denostar a la nueva ministra de la Suprema Corte. La tachan de ignorante y hasta con abierto racismo. El intento de bajarle categoría académica o de trayectoria profesional es notoria aunque ineficaz. No le permiten el resonante y fundado discurso de su jura. La autodefinición como abanderada del pueblo les ha causado irritación clasista profunda. No pueden aceptar que, desde dentro de la institución, se exija apego a la Constitución y solicite alejarse de rasposas posturas opositoras. La alarma se acrecienta por momentos pues ese alto cuerpo colegiado, que ya veían como dique de contención a ultranza ante lo atrabiliario de este gobierno, se les esté difuminando. Por lo demás, se cruzan variadas escenas que, dentro de sus cerrados consistorios opositores, se les apiñan casos juzgados de peligrosos.

La estrechez de miras de su candidata presidencial, presentada y hasta alabada por su cariz popular, se les empeña y encajona. El estancamiento y estrechez argumentativo exhibido los tiene perplejos. La que creían y alababan como el rostro opositor, veraz, triunfador, les va quedando chico y arrugado. En cambio, la figura sobria y consistente de doña Claudia se afirma como la viable triunfadora. En esa medida, su imagen adquiere la solidez que una candidata presidencial requiere. Aunque, no faltan las voces que con rebuscada mesura le empiezan a marcar un ritmo e intenciones que no le son propias. Pero que, ciertamente, les conviene, más todavía, les urge que adquiera, en especial si son toques o pinceladas distintas a las que definen a su odiado López Obrador.