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Francisco I. Madero
E

l pasado 30 de octubre se conmemoró el 150 aniversario del natalicio de Francisco I. Madero, el apóstol de la democracia mexicana. Madero fue un personaje excepcional. El México de hoy sería distinto sin su vida, su obra y su legado. Muchas veces se le ha descrito como romántico, soñador, idealista e ingenuo, que no se dio cuenta de la conmoción que había provocado al llamar al pueblo a levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910.

Nada más alejado de la realidad. Madero fue uno de los políticos más agudos, reflexivos y analíticos que hemos tenido en nuestra historia. Desde que entró a la política en 1904, y hasta su trágico asesinato, Madero demostró que entendía como pocos el arte de la política. Todas sus decisiones las tomó después de trazarse con claridad los objetivos que pretendía, los medios que utilizaría y el contexto en que se inscribían esas acciones.

La democracia mexicana debe mucho a Madero. Fue el primero en entender que el sistema político porfirista estaba anquilosado y que entraría en crisis. En su libro La sucesión presidencial en 1910, no sólo hizo el mejor diagnóstico de cómo funcionaba el sistema político porfirista, un sistema autoritario y cada vez más represor, sino que fue el único que comprendió que la manera de derrotarlo era a través de unas elecciones democráticas, con un partido nacional independiente. Por eso construyó el primer partido político en la historia moderna de México, el Partido Nacional Antirreleccionista, constituido con base en un programa democrático y formado por centenares de clubes políticos independientes. Madero realizó también las primeras campañas políticas modernas, yendo a las principales plazas públicas del país, donde su oratoria convenció a miles de ciudadanos que hicieron suyo su ideario.

Candidato presidencial por el Partido Antirreleccionista en 1910, se convirtió en un desafío para el sistema porfirista. Don Porfirio decidió reprimir el movimiento y encarceló a Madero en San Luis Potosí. Estando preso, se celebraron las elecciones que legitimaron la séptima relección de Díaz. Éste pensó que Madero estaba derrotado. Sin embargo, Madero organizó la primera documentación de un fraude electoral, pues instruyó a sus seguidores a acudir a votar y documentar todas las irregularidades cometidas. Le encargó a Federico González Garza concentrar las evidencias del fraude, pidiendo anular las elecciones. El colegio electoral rechazó la petición. Ante eso, Madero comprendió que había agotado todas las instancias legales y que no le quedaba otro camino que la insurrección. Lo hizo con el Plan de San Luis, con la legitimidad de haber sido objeto de un gran fraude electoral.

Cuando Madero llamó a la insurrección, pensó que el Partido Nacional Antirreleccionista, con el que había hecho una muy exitosa campaña electoral, se levantaría en armas. Sin embargo, eso no ocurrió. No era lo mismo tener una organización política nacional, clubes y comités movilizados para hacer propaganda política, ejercer y vigilar el voto, que tomar las armas. La mayor parte de quienes formaron el maderismo electoral no acudieron al llamado de su líder.

La insurrección en la que pensaba Madero, de clases medias urbanas, a la que seguiría una huelga obrera en las principales ciudades, secundada por un sector del ejército, no ocurrió. En lugar de una revolución de terciopelo, sin mucho derramamiento de sangre, se produjo una masiva insurrección rural, de campesinos sin tierra, peones, rancheros, mineros, ferrocarrileros, indígenas, artesanos y clases medias bajas, con múltiples agravios contra el gobierno de Díaz, que coincidían en su hartazgo hacia un sistema opresivo, excluyente, autoritario y represor. Esa rebelión, surgida de abajo, produjo sus propios liderazgos, con gente como Pascual Orozco, Francisco Villa, Emiliano Zapata y muchos otros con perfiles similares a ellos, que reconocieron a Madero como su líder nacional.

La insurrección maderista no pudo ser derrotada y, en seis meses, obligó a Díaz a renunciar. Madero negoció un gobierno de transición, que duraría seis meses y tendría que pacificar el país, licenciar al ejército revolucionario y organizar las elecciones. Madero arrasó en los comicios y tomó posesión como presidente el 6 de noviembre de 1911. El sueño de Madero, de hacer de México un país democrático, comenzó a realizarse en su gobierno. Respetó la división de poderes, permitió las libertades políticas, no reprimió las múltiples huelgas que estallaron y comenzó las reformas sociales para resolver los grandes problemas del país a través de las leyes.

Pero no le dieron tiempo de gobernar. En los 15 meses que duró su gobierno estallaron cuatro rebeliones, dos desde la derecha, desde los altos mandos del ejército federal, encabezadas por Bernardo Reyes y Félix Díaz, que fueron fácilmente controladas. Las otras dos, desde la izquierda, encabezadas por dos destacados líderes de la insurrección maderista, Pascual Orozco y Emiliano Zapata, contaron con amplio respaldo popular. A Madero le costó mucho derrotar la rebelión orozquista y no pudo acabar con la de Zapata. Además, los grupos conservadores aprovecharon para crear un clima hostil a Madero, con una feroz campaña periodística que preparó las condiciones para un quinto levantamiento, que estalló el 9 de febrero de 1913, encabezado una vez más por los altos mandos del ejército que, al contar con la traición de Victoriano Huerta, pusieron fin, de manera trágica al primer y por muchas décadas, único gobierno democrático del México moderno.

*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México