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APEC: año clave
E

stados Unidos le devolvió a la cumbre de la APEC la relevancia y lustre de otros tiempos. No desaprovechó la oportunidad de sentar a la mesa a buena parte del PIB global y rencauzar la relación con China en momentos en que el mundo arde en varios frentes. La cumbre llega en el año final de las presidencias de Estados Unidos y México, teniendo a la migración como histórico desafío a gestionar (que no resolver) y al fentanilo como reto inmediato a atender. Cuarenta y tres millones de estadunidenses declararon consumir alguna droga; ese mercado de consumo mueve y trastoca absolutamente todo. La variable con el fentanilo, a diferencia de otros narcóticos, es la velocidad con que se ha propagado, pandemia silenciosa de miles de millones de dólares al año.

La declaración del presidente Xi Jinping respecto a que China no libraría una guerra fría o caliente con Estados Unidos es un mensaje poderoso de cara al conflicto en Medio Oriente, intensificado a partir de octubre de este año. Lo es también con la guerra en Ucrania viva y el nuevo papel que Rusia ha decidido tomar en el mundo a partir de la invasión. El lamentable traspié de llamar a Xi Jinping dictador en una conferencia de prensa posterior a la reunión bilateral podría tensar innecesariamente las cosas, pero la agenda entre las dos naciones, que representan casi la mitad de lo que el mundo produce, va más allá de ese dislate.

En ese sentido, México se ha vuelto aún más relevante para todos. Geopolíticamente, es clave para dar forma a la segunda mitad del siglo XXI en términos migratorios, logísticos, y económicos. Europa envejece y entra en la espiral del sistema pensionario, en medio de una fortísima polarización política derivada, hasta cierto punto, del crisol cultural en que se ha convertido de dos décadas para acá. China está decidida a ser el factor de poder dominante, mientras el poder de Estados Unidos decrece, muy lenta, pero persistentemente, fruto –también– de una polarización política interna que ha implicado un tremendo debilitamiento institucional y la ausencia del consenso, factor que hacía fuerte la política exterior, la economía y la cultura de ese país.

México está en el cenit de la pirámide demográfica, que ha desarrollado infraestructura para la producción de bienes y servicios que consume Estados Unidos, pero que también abastece a este enorme país de más de 130 millones de personas. México ha soportado las tormentas económicas y las perspectivas de futuro, pese a riesgos internos y choques externos, mucho mejor que el resto de Latinoamérica e incluso que otras naciones en desarrollo. En suma, tenemos la mesa puesta. La gran lección del debilitamiento de las potencias es el costo del disenso, de la polarización como costumbre. Si México logra un consenso básico en cuanto al fortalecimiento institucional, rumbo económico y logra un gran acuerdo para combatir la inseguridad y la violencia criminal, estará ante la oportunidad más grande de esta joven nación de menos de 202 años de edad.

Era importante que México estuviera en la APEC y lo estuvo. Vendrá un semestre de natural discordia electoral, pero pasado ese proceso, ojalá tengamos como sociedad la madurez de entender el tamaño de la oportunidad que pasa frente a nosotros, oportunidad histórica que los países tienen y aprovechan o dejan pasar. Ejemplos hay muchos. 

En ese sentido, las candidatas y el candidato de MC deben asumir con responsabilidad lo que dicen y plantean en campaña. Cerrar puentes no es lo mismo que quemarlos. No se trata de coincidir en todo ni forjar un proyecto común. Eso es imposible. Es rencontrar un espacio de diálogo, al centro de los radicalismos y posiciones irreductibles, que permita un consenso básico sobre los tres o cuatro temas en los que cualquier mexicano, independientemente de su filiación política, podría estar de acuerdo: seguridad y crecimiento económico incluyente, los primeros.