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Elízaga es Elízaga
C

ircula por el futbol europeo un joven jugador mexicano, duranguense para más señas, de nombre Luka Romero. Es medianamente talentoso, y nada más, pero los mercaderes llevan varios años tratando de vendérnoslo como el Messi mexicano. Y hay otros casos análogos en los que este tipo de comparaciones desorbitadas no hacen sino comprobar que somos una nación urgentemente necesitada de visitar el diván del terapeuta, para lidiar con nuestro atávico y ancestral complejo de inferioridad. Si lo traigo a cuento es porque hace unos días se llevó a cabo en el Centro Nacional de las Artes un muy interesante concierto monográfico dedicado por entero a la obra de Mariano Elízaga (1786-1842), buen compositor moreliano que, como tantos otros de los nuestros, permanece semioculto en la bruma de nuestro estudio y praxis musical. Ello no ha impedido, sin embargo, que se le mencione con frecuencia como el Haydn mexicano.

Ante una entrada predeciblemente pobre (nada nuevo o distinto nos interesa, aunque sea nuestro) en el auditorio Blas Galindo, Salvador Guízar dirigió a Memorias del Viento Ensamble y músicos invitados en la interpretación de un muy interesante programa integrado por cuatro obras de Elízaga. Muy buena idea, tratándose de un músico que nos es desconocido, la realización de una charla introductoria previa (venturosamente breve y puntual) a cargo del propio Guízar y de Michel Hernández Lugo, subdirector del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez. Para abrir la parte musical de la sesión, un Libera me en el que Elízaga da muestra de un buen conocimiento de la retórica y la expresión propias del estilo clásico, proponiendo, por ejemplo, cierta dulzura en los episodios en modo mayor para contrastarla con cosas más dramáticas escritas en modo menor, la famosa y tan estudiada dialéctica del maggiore-minore de aquella época.

Después, un atractivo Dúo de las siete palabras compuesto, raramente, sobre un texto distinto al usado tradicionalmente por otros músicos para glosar las siete frases postreras de Cristo en la cruz. (El mismo Haydn, sin ir más lejos.) Aquí, las voces fueron acompañadas por una combinación interesante: dos flautas, fagot y teclado, en este caso un piano moderno, y no un fortepiano, como indicaba el programa. Cantado en castellano, este singular dúo (que quizá por ortodoxia de nomenclatura debiera ser un dueto) ofrece al oyente atento algunas pinceladas de word painting; es decir, recursos melódicos y expresivos usados con efectos descriptivos o narrativos, muy propios de los madrigalistas del Renacimiento. Hay en esta obra un discurso claro, directo, y de expresión contenida, cabalmente clásica.

En seguida, la que quizá sea la obra menos desconocida de Elízaga, sus Últimas variaciones para teclado, estudiadas y editadas por Ricardo Miranda. He aquí una pieza muy atractiva, caracterizada por discretos pero efectivos contrastes armónicos y buen uso y progresión de los recursos tradicionales de la forma variación. En el desarrollo de estas Últimas variaciones el oyente se encuentra con ciertos elementos expresivos que se dirían cortesanos y una coda muy bien construida que sugiere algún final operístico. La interpretación, a cargo de José Luis González, fue sobre todo pulcra y bien matizada en los contrastes dinámicos. Aquí retomo un asunto que mencioné, de pasada, más arriba. ¿Alguien puede decirme si existe en este país un auténtico fortepiano, en perfecto estado de conservación y mantenimiento? En conciertos como éste, se antoja urgente la presencia de este fascinante artilugio transicional.

Culminó este concierto dedicado a Mariano Elízaga con la ejecución de la obra más ambiciosa del programa, la Misa entera a tres voces y órgano obligado... con piano en vez de órgano; lástima. En esta obra sacra, Elízaga procede a partir de una escritura sencilla y diáfana, sin complicaciones texturales, que entre otras cosas permite algo que es muy infrecuente en este tipo de obras: la inteligibilidad del texto, que es (o debiera ser) de importancia capital en la música vocal. Por lo demás, se trata de una misa de estilo muy unitario y sin complejidades superfluas, con un Credo particularmente bien construido y ensamblado.

En suma, una bienvenida y necesaria aproximación a la música del todavía desconocido compositor moreliano, que, evidentemente, era talentoso, y quien asimiló y aplicó con eficacia los principios centrales del clasicismo. De ahí a la desmesurada comparación con Haydn hay un largo trecho; Mariano Elízaga es Mariano Elízaga, del mismo modo que Messi sólo hay uno. Y no es nuestro.