Sábado 4 de noviembre de 2023, p. a12
Los Rolling Stones tienen un grato sentido del humor, siempre. Su desparpajo se desparrama por igual en sus conciertos que en sus discos y su nueva obra no es la excepción, y eso nos permite gastar unas cuantas bromas a sus costillas y a las nuestras, como se debe, para festejar la aparición de su nuevo disco, Hackney Diamonds.
Va el primer chascarrillo:
El nuevo disco de Lady Gaga está sensacional. La acompañan músicos que prometen, mucho: Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, pero la cereza en el pastel la coloca uno de los grandes maestros del teclado gospel: Stevie Wonder.
Otro:
El nuevo disco de los Stones termina cuando se empezaba a poner bueno.
Uno más:
La nueva grabación discográfica de Sus Satanísimas Majestades incluye, por supuesto, un espacio para que cante Keith Richards y permita a los traviesos repetir el meme elaborado en los conciertos en vivo en el Foro Sol: cuando comienza a cantar Keith Richards, es momento de ir al baño.
O bien:
El nuevo disco de Susata (apócope de Sus Satanísimas Majestades) contiene profundidad poética de este calibre:
No te enojes conmigo
y yo no me enojaré contigo
Y, bueno, no es que la poesía se les dé a estos muchachos, pero la verdad es que uno no puede menos que sonreír al mero inicio del disco con estos versos tan elevados, caray.
Fuera de toda broma, tenemos frente a nuestros oídos un gran disco, de eso no hay ninguna duda. No podía ser para menos, es un disco de los Rolling Stones y, por mucho remilgo que se ponga, hasta los más aburridos que grabó como solista Mick Jagger, y los también solistas de Keith Richards, no dejan de tener dosis elevadas de calidad musical.
Y ya que dije discos solistas de los integrantes de los Stones, el único que tiene consistencia, coherencia, contundencia en todos sus discos fuera de los Stones, es su majestad Charlie Watts, cuyo amor por el jazz lo llevó a momentos discográficos que llegan a lo sublime.
Cuando Charlie murió, hace dos años, el Disquero aventuró que era el fin de la era Rolling Stones porque él era el alma de la banda. El contenido del nuevo disco, del que Charlie logró grabar dos piezas solamente, nos confirma el aserto: la era Stones pertenece al pasado.
Lo que tenemos frente a nosotros ahora es un gran disco pop, lo cual no es peyorativo, porque hay niveles, y las primeras 10 de las 12 piezas que conforman el flamante disco es pop de primera calidad, pero pop al fin, y, que se sepa, los Rolling Stones fueron el gran grupo de rock, no de pop.
Se trata, además, del disco mejor grabado de toda la era rock y pop. Una manera de explicarlo es la siguiente: la primera vez que escuché el disco lo hice a través de unos audífonos noise cancel de alta definición. Confieso que estuve a punto de quitármelos, porque sonaban en mis trompas de Eustaquio los tac tac tac de las baquetas indicando el conteo inicial de cada pieza, con un volumen y nitidez y pureza de sonido tan elevados que parecía que estaba yo sentado en el banquillo de los tambores. Un glorioso estruendo.
El prodigio de limpieza, nitidez y calidad de sonido que disfrutamos en todo el disco se lo debemos a un jovencito que no solamente es el productor de la grabación, sino que también se calza el bajo eléctrico, se pone a hacer coros, toca la guitarra, tunde percusiones, activa teclados, escribe los arreglos para instrumentos de cuerdas sinfónicas y es el responsable de la edición del sonido de todo el álbum. Se llama Andrew Watts, tiene 32 años y se merece todos los premios.
Resulta harto divertido ver a los octogenarios Jagger, Richards y Wood ponerse a las órdenes de un jovencito que los azuza, anima, impele, dirige y pone en orden para que todo fluya como Zeus manda. Si hacemos como que no es pop lo que suena sino el sonido de las guitarras de Keith Richards y Ronnie Wood haciendo dúos de ópera y Mick Jagger luciendo a gusto su amplio repertorio de dejos, matices y manierismo, disfrutaremos mucho este disco y olvidaremos la pregunta obligada de todo melómano que se ha gastado sus ahorros cada vez que los Stones nos han visitado para comprar boletos carísimos en primera fila y tenemos todos sus discos –subrayo todos, aunque muchos de ellos son repetición de los anteriores, es decir, recopilaciones de viejas glorias o bien conciertos grabados en vivo– y hemos visto todos los devedés y tenemos como nuestro concierto favorito el que grabaron en Argentina porque el público argentino es el mejor de todos y el que mejor conoce y ama la música dura y pura de los Stones y todos ellos y nosotros deberíamos preguntarnos: ¿los conocedores de hueso colorado de los Rolling Stones merecemos un disco pop en lugar de música maciza? Pero dijimos que olvidaremos esa pregunta para concentrarnos en el deleite de escuchar un disco maravillosamente grabado.
Dije párrafos arriba que el nuevo disco de los Stones incluye la cuota que rinde Mick Jagger a su compadre Keith Richards para que cante –no se vaya a sentir menos– un par de rolas en los conciertos en vivo y al menos una rola en el nuevo disco, pero hay que reconocer que como cantante Richards es un gran guitarrista.
Ya en serio, el buen Keith, que además es buena persona y es honesto y su libro autobiográfico de un chingo de páginas es bellísimo por eso, por honesto, proporciona uno de los pocos momentos de buena poesía en todo el disco, cuando se pregunta, entre verso y verso: is my future all in my past?
Dije también a manera de broma que el nuevo disco de los Stones se termina cuando apenas se comenzaba a poner bueno, porque el track penúltimo tiene, ese sí, toda la calidad de la música de los Rolling Stones, toda la fuerza, todo el ímpetu, el gozo, la inspiración, la pasión volcánica que nos pone en éxtasis en los conciertos en vivo de los Stones y en sus viejos discos y la calidad de esa pieza tiene nombre y apellido: Lady Gaga.
Ella, Lady Gaga, es una de esas grandes artistas cuya valía suele ser desdeñada por ser una de las grandes figuras mediáticas, ella sí, del pop, pero aquí nos regala un momento de éxtasis maravilloso cuando entra a completar, justo en la parte final de la pieza, una canción que ella transforma en obra de arte.
Es el track 11 del disco y se llama Sweet Sounds of Heaven y es un gospel hermoso, de este calibre:
Bless the Father, bless the Son
Hear the sound of the drums
As it echoes through the valley
And it bursts, yeay
Let no woman or child
Go hungry tonight
Please protect us from the pain
And the hurt, yeah
Mick Jagger, como en sus mejores momentos, se encarga de poner en alto el nivel emocional, poético, y la atmósfera está en apogeo cuando a lo lejos escuchamos la voz de un ángel que repite versos como en eco y esa voz comienza a crecer más y más y se convierte en pira, volcán, maremoto, y suena cada vez más atronadora: es Lady Gaga demostrando al mundo que es capaz de destronar al mismísimo Mick Jagger y con toda humildad le hace reverencias mientras lo descoloca a base de notas agudas sostenidas como hebras de oro resplandeciente.
El momento es sublime. Es el gran momento del disco. Vale por todo el álbum y es hermoso, sencillamente hermoso. Una maravilla. Gracias, Lady Gaga.
Todo queda listo para el gran final: un blues de Muddy Waters, Rolling Stone Blues; eligieron los versos más autobiográficos posibles, cuando Waters narra el momento de su nacimiento y lanza el veredicto:
Well, my mother told my father
Just before hmmm, I was born
“I got a boy child’s comin’
Gonna be, he’s going to be a rolling stone”
Brillante, conmovedor el final del nuevo disco de los que de niños quisieron ser piedras rodantes y ahora, octogenarios, voltean atrás y se ven a sí mismos rodando en caminos polvorientos y por eso no pueden dejar de rocanrolear.
Larga vida a Sus Satanísimas Majestades, los Rolling Stones
En X: @PabloEspinosaB