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Ver día anteriorMartes 31 de octubre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ausencia de swifties
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▲ Fotograma del filme Taylor Swift: The Eras World Tour, en el que se observa a la cantante estadunidense en alguna de las presentaciones en el SoFi Stadium, en Los Ángeles, California, del 3 al 9 de agosto pasado.
¡Y

a llegó! ¡Ya está aquí! ¡Se proyecta en cientos de salas, en miles de funciones! Se trata de la película musical Taylor Swift: The Eras Tour (Sam Wrench, 2023), que ha sido producida y ahora exhibida, con mucho colmillo comercial, como el peor-es-nada para las decenas de miles de fans de la próspera cantautora estadunidense que se han quedado (y se quedarán) sin poder asistir a los conciertos de la gira epónima, entre otras cosas debido a los precios obscenamente desorbitados de los boletos. La materia del filme es, a exclusión de cualquier otra cosa, un registro editado de los cinco conciertos ofrecidos por Swift entre el 3 y el 9 de agosto recientes en el SoFi Stadium de Los Ángeles. (Asumo que se filmaron todos con vistas al montaje final de la película.) Era de suponerse que esas decenas de miles de swifties excluidos abarrotaran los cines para ver la película, pero no: en la función a la que asistí éramos seis espectadores, y dos huyeron a la hora y media. ¿Qué se hicieron los swifties? Vaya uno a saber.

Descripción de Taylor Swift: The Eras Tour: una agotadora retahíla de canciones, una tras otra, durante tres horas, sin respiro alguno, cada canción exactamente igual a la anterior y a la que le sigue. Es decir, el filme está asumido y presentado como un simple registro del concierto, y nada más. En este sentido, es fiel a sus intenciones, pero también es profundamente repetitivo y tedioso. ¿Y el backstage, apá? ¿Y los trayectos de la gira? ¿Y el montaje de los escenarios? ¿Y los ensayos? Y... ¿alguna que otra palabra coherente de la diva? Nada de nada. Porque en las escasas ocasiones en que el filme presenta a la cantante hablando con su público, la cuota de cursilería y lugares comunes es notable y significativa. Dicho de otra manera, a este descafeinado filme le faltan todos esos anexos narrativos que suelen conformar la esencia de proyectos análogos que, por incluirlos, han resultado mejores como cine.

Y ya que menciono el cine, he de decir que esta película de Sam Wrench es un producto técnicamente admirable. El montaje y la realización del espectáculo, impecables en sus elementos escénicos y recursos de imagen. Todos los participantes, desde Taylor Swift hasta el último técnico involucrado, hacen gala de enorme profesionalismo. La película está expertamente fotografiada, y la realización y la edición son de altísimo nivel. No obstante, el resultado final es hueco, cansino y carente de espíritu. No hay en el filme un solo instante en que la cantante tome o asuma un riesgo; jamás se sale del guion prestablecido; no hay aquí un fugaz gesto de humor; no hay una mínima pincelada de picardía o intención. El paquete es perfecto, hermético, sin fallas, insípido y aséptico de principio a fin, tal como su música y sus canciones. En varias de las bienvenidas opiniones divergentes (e indignadas) que he recibido, percibo la reiteración de dos conceptos: el empoderamiento femenino y la sororidad. Al respecto, esta observación: las poquísimas imágenes que no son de Taylor Swift cantando y bailando muestran a las consabidas niñas y adolescentes aullando y llorando en trances místicos ciertamente dignos de mejor causa. ¿Empoderamiento femenino? ¿Sororidad? Nótese que este registro fílmico (que no filme documental) lo dirigió un hombre. Y para más señas, el grupo de bailarines y vocalistas de Swift en The Eras Tour es adecuada y previsiblemente diverso e incluyente; faltaba más.

Lo que deja el visionado de Taylor Swift: The Eras Tour es la impresión de un ámbito musical ñoño y complaciente, anclado en textos que en lo general pintan un mundo color de rosa pletórico de amor universal, buenas vibras, velos vaporosos, crema chantilly y una que otra decepción amorosa, que no pueden faltar. Y no, este mundo inventado y habitado por Taylor Swift no es canalla, degradante, abominable y ofensivo como el que han creado y difunden los reguetoneros y similares; simplemente, le falta carácter, una espina dorsal más sólida y una música menos insulsa, todo lo cual no ha impedido su éxito rotundo y masivo. Diríase que el reinado pop de las señoras Ciccone y Germanotta toca a su fin; lástima que la heredera aparente no tenga nada nuevo o interesante que ofrecer.