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Cartas sobre la mesa
C

uatro son las personas que desean representar a Morena en la ya próxima campaña electoral por la capital de la República. Fueron seleccionados por los dirigentes de ese partido, nombrados con tal fin y de acuerdo con los estatutos que los rigen. Ha sido un proceso afortunado. Los cuatro tienen merecimientos para representar a su partido en la contienda. Pero cada uno tiene cualidades y experiencias que los diferencian. Y, en esa diversidad, radicará la decisión final. Una que tendrá que bascular entre la obtención de los votos para el triunfo y las valoraciones funcionales, ideológicas y de poder, como jefe de Gobierno. Es, ese embrollo, precisamente, lo que contará para ser el escogido por la ciudadanía. Al menos así se desea que suceda dentro de poco tiempo.

Entre ese compacto grupo hay una mujer, Clara Brugada, quien aparece en un segundo lugar en las preferencias (encuestadas) de la gente. Sólo unos cuantos puntos debajo del que fue secretario de Seguridad del Gobierno de Claudia Sheinbaum, Omar García Harfush, quien, según los sondeos que se han publicado, aparece en primer lugar de las preferencias. Habrá, entonces, que profundizar en los perfiles de cada uno de estos aspirantes. La razón es sencilla, cada uno disputará el puesto de mayor poder y relevancia de la política mexicana, sólo debajo de la Presidencia. Y, también, porque lo hacen dentro del partido de izquierda que deberá continuar con las transformaciones iniciadas en el presente sexenio, que ya apunta a su final.

Es por estas características mencionadas que es necesario focalizar la atención en cada uno de estos dos proponentes morenos. Clara Brugada es la figura más consolidada, entre ellos, por su historial de gobierno. De hábil y congruente quehacer político y constructora de opciones relevantes. Su desempeño, como una dirigente capaz de modificar parte sustantiva de la fisonomía y el comportamiento, de su enorme alcaldía, está fuera de duda. En ese complejo y abigarrado terreno de clase trabajadora citadina se presenta con sello propio y firmes posturas en favor de la gente. No es una mujer que se mueve y reacciona de acuerdo con la dirección y los vientos de cualquier interés. Siempre se ha desempeñado con la vista puesta hacia abajo y respondiendo a las necesidades que mueven a, esos, sus mandantes. Ella fue quien hizo posible, en pocos días, movilizar a la gente de Iztapalapa, su delegación y posterior alcaldía, para derrotar las maniobras que pretendían, en 2012, desplazarla. Sus electores la siguieron y votaron por aquel famoso y triste personaje emergente (Juanito) que la precedió a su posterior nombramiento. De ahí en adelante se entregó, con reconocible perseverancia a su tarea transformadora.

Iztapalapa bien puede ahora ser ejemplo de una sociedad que ha trabajado, con sus propios medios y firme voluntad de progreso, para definir su futuro camino. Brugada fue la guía y la palanca de ese cambio en el bienestar ahí alcanzado. Siempre ha trabajo, con honestidad y congruencia, amparada en los valores de izquierda. Los electores de esta ciudad pueden confiar en que responderá a los requerimientos y aspiraciones de la mayoría.

El señor García Harfuch es un cumplido policía que intenta dar enorme salto en su historia. Recién llegado a las filas de Morena no permite, por tanto, conocer, en firme, sus valores y posturas internas, así como sus pensamientos sociales y políticos. En las entrevistas, dadas a medios, se presenta como un firme y seguro cumplidor de los programas superiores ya en proceso. Es decir, es un hombre disciplinado y obediente. Con un pasado que destaca su sólida formación militar. Un prospecto que bien podría desempeñar, con similar eficiencia desplegada en esta gran ciudad, el grave puesto de secretario federal de seguridad ciudadana. Pero, como jefe de Gobierno de esta ciudad, Brugada lo supera por amplio margen de consistencia política. Ojalá y los votantes capitalinos así lo vean.

Corren muchas versiones de que a Omar García Harfuch lo apadrina la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, y ese rumor tiene ciertas bases de credibilidad. Bien haría la doctora en situar estas suspicacias, porque están afectando la unidad de los morenos. Las preferencias de las bases, de ese partido, no se afilian a tales designios. Esperar que erróneas consideraciones sobre las inclinaciones de las llamadas clases medias –gente bien– decidan el triunfo del proceso en litigio, corre riegos graves. Esos conjuntos no pueden prevalecer sobre las sólidas bases de Morena, tanto en el oriente como otras importantes zonas.

Privilegiar el cálculo electoral sobre la seguridad ideológica en la conducción política de la gran ciudad de los mexicanos carece de consistentes argumentos. Ya mal se experimentó con la pasada administración del señor Mancera. La continuidad de las transformaciones para mejorar el bienestar de las mayorías capitalinas exigirá novedosa y eficaz imaginación para el cambio.