Opinión
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Infancia y sociedad

Fantasías educativas

R

ecién conocí una versión para niños de Los Cazadores de microbios, La Ilíada y La odisea en textos bilingües y con bellas ilustraciones. Publicados por Editorial Selector, se nota el conocimiento de las obras originales, de la didáctica y de la mente infantil. Son lecturas afortunadas que llegan a librerías y a escuelas privadas junto con otros libros muy bien hechos de matemáticas, gramática, ciencias naturales y ciencias sociales, que cubren conocimientos de valor universal.

Siempre hubo diferencias entre escuela pública y privada. Pero hoy la brecha crece porque además de un horario más amplio, en escuelas particulares se enseñan desde prescolar uno o dos idiomas; se aprende redacción, computación, música y otras artes. Tampoco hay que perder de vista lo que ocurre con la educación en Japón, Finlandia, Singapur o España. Visité una escuela pública de Estocolmo y fue tanto mi asombro como mis ganas de llorar por nuestras escuelas públicas.

La plasticidad cerebral tiene su mejor etapa en la niñez, de ahí la facilidad con que se aprenden idiomas, música o casi cualquier cosa. Pero así como de pequeños somos tan sensibles a lo que nos ocurre, también lo somos ante lo que no nos acontece. Eso se confirma en casos de niños salvajes que han crecido entre animales, como sucedió al niño de Aveyron o el de Amala y Makala, las niñas lobo de la India, quienes muy poco lograron aprender al ser rescatados, a pesar de recibir todo tipo de estimulación y cuidados.

Es que en el cerebro humano todo tiene su momento y las oportunidades perdidas no se pueden recuperar del todo. Por eso pedagogos y sicólogos insistimos en la educación prescolar y primaria, que se cursan en las edades más fértiles del cerebro y del alma de los niños. Es ahí donde hay que invertir tanto como en escuelas técnicas y universidades, porque si en las primeras etapas se aprende bien, el éxito posterior queda asegurado.

Educar no es domesticar ni adoctrinar. Enoja por ello el abuso de poder contra la niñez mexicana: la pobreza de contenidos, de didáctica, de pulcritud y consistencia en los nuevos libros de la SEP. Me parece que –si pudieran verlos– Karl Marx y Paulo Freire se disgustarían por el uso equívoco de su palabra. Y lo más importante: ¡Sin los maestros no hay escuela!