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Perder la brújula política
P

ascual Orozco tenía serias razones para estar enojado con Francisco I. Madero. ¿En qué lo afectó el triunfo de Madero? Orozco no pertenecía a ninguno de los tres grupos de privilegio en que se sustentaba el porfiriato: la alta burocracia, los operadores y gestores del gran capital trasnacional y la oligarquía terrateniente. En realidad eran tres grupos distintos y uno solo verdadero: por ejemplo, Enrique Creel fue embajador en Washington, secretario de Relaciones Exteriores y gobernador de Chihuahua; accionista y gestor de la American Smelting and Refining Co, y propietario de 600 mil hectáreas en el desierto de Chihuahua (productores de muy valioso caucho natural, de cuyo trust exportador, la International Rubber Co, casualmente también era gestor y accionista). Por ejemplo, Olegario Molina fue gobernador de Yucatán y secretario de Fomento; accionista y gestor de la International Harvester Co, que monopolizaba la comercialización del henequén, el oro verde de Yucatán; y casualmente, dueño de grandes plantaciones henequeneras. Etcétera.

Algunos siguen creyendo que la revolución maderista no tocó a esos privilegiados. ¡Qué error! Casi la totalidad de los secretarios de Estado, gobernadores, jefes políticos y presidentes municipales fueron remplazados en 1911; los diputados federales y locales en 1912; muchos de los generales con intereses políticos fueron pasados a retiro y sus posiciones ocupadas por militares egresados del Colegio Militar; y la policía social, los temidos Rurales, fueron gradualmente remplazados por fuerzas maderistas. Sólo permanecieron intactos la Cámara de Senadores y la Suprema Corte. Al perder sus cargos perdieron casi toda su capacidad de gestión en favor de los intereses económicos imperialistas, y a lo largo de 1912 esos trusts, particularmente los petroleros y los mineros, vieron cómo se reducían sus privilegios y exenciones fiscales, por lo que los embajadores de Estados Unidos y Gran Bretaña se convirtieron en activos agentes antimaderistas.

Los latifundistas no se vieron afectados directamente por el gobierno, pero culpaban a Madero del caos, pues en 1912 se multiplicaron las recuperaciones de tierras por la fuerza armada de los campesinos. Ese año, Madero encargó al diputado Luis Cabrera la redacción de una ley agraria que declararía de utilidad pública nacional la reconstitución y dotación de ejidos para los pueblos y facultaría al Ejecutivo para expropiar a los latifundistas los terrenos necesarios para reconstituir los ejidos o dotar a los pueblos. Dicha ley estaba discutiéndose al momento del cuartelazo de Huerta.

Pero Pascual Orozco a ninguno de esos grupos. De hecho, debía toda su popularidad y su posición de poder militar a la revolución maderista. ¿Por qué entonces estaba tan enojado? Porque el maderismo no colmó sus ambiciones personales, pues al destacar como el más importante jefe militar en los brevísimos seis meses que bastaron para que la revolución desbordara al ejército porfirista, se creía con derecho a las más altas recompensas, empezando por el gobierno de Chihuahua. Al no obtenerlo, se sintió maltratado y desplazado. Es cierto que en su precampaña fallida (ni siquiera tenía la edad mínima para ser gobernador) la prensa maderista lo atacó con saña desmedida e innecesaria. Pero su agravio real es ese: la insatisfacción de sus ambiciones políticas personales (su segundo al mando, el coronel Francisco Villa, aceptó retirarse a la vida privada y se mantuvo leal a Madero).

En febrero de 1912 los rebeldes antimaderistas de Chihuahua (magonistas y agraristas) le mandaron carta tras carta al agraviado Pascual para que se pusiera al frente de la rebelión (el mismísimo Plan de Ayala nombraba a Orozco jefe de la nueva revolución). En marzo, Pascual se puso al frente de la rebelión que sería el más grave desafío militar contra Madero (con excepción, por sus resultados, del traicionero golpe de mano perpetrado el 18 de febrero de 1913 por Victoriano Huerta).

Pero no sólo lo invitaron los rebeldes populares: en los últimos meses de 1911 los personeros de la oligarquía local (el poderosísimo Clan Terrazas-Creel) llenaron de atenciones a Orozco. Hay evidencia documental de que el clan contribuyó a financiar la rebelión cuando Orozco se puso al frente, y varios jóvenes de las familias ligadas al clan fueron oficiales orozquistas.

Hasta ahí, y a pesar de esos nexos, Pascual podía pasar como uno de tantos rebeldes populares antimaderistas, quizá el principal. Pero, ¿qué lo llevó a reconocer y servir al gobierno de Victoriano Huerta? Orozco estaba derrotado y aislado cuando se enteró del asesinato de Madero y aceptó reconocer a Huerta. Quienes posteriormente lo justificaron dijeron que se desorientaron (escribió mucho después su compañero Gualberto Amaya) o que era ignorante de las ideologías políticas (Michael Meyers). Orozco perdió la brújula de tal modo, que respaldó al epítome del traidor que conducía una sangrienta dictadura contrarrevolucionaria, y que murió asesinado en una zanja, como huertista.

Espero que ninguna corcholata quiera poner sus ambiciones personales por encima de su palabra, o que ninguno de sus seguidores acumule tal resentimiento personal que voten por el PRIAN. Y si deciden algo parecido, que reflexionen en el destino de Orozco, que se convirtió en un cero social olvidado y olvidable, y lo comparen con la digna y valerosa posición de Zapata en esa misma coyuntura… pero eso requeriría otro texto.