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Nosotros ya no somos los mismos

El duelo, el hambre, lo imperdonable...

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▲ El hambre afecta a 345 millones de personas en 82 países, de acuerdo con estimaciones del Programa Mundial de Alimentos. En la imagen, un reparto humanitario de granos en Etiopía en 2021.Foto Ap
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as primeras líneas de la columneta de este lunes 10, sean para expresar nuestro acompañamiento, profundo cariño y solidaridad, con la antigua y entrañable compañera de toda una vida, por el triste deceso de su hermana Norma Esperanza. Es nuestra convicción que si algo puede mitigar la pesadumbre por la pérdida de un ser querido es el entorno afectivo que nos arropa y consuela. Esta idea asegura que el difícil momento que atraviesas, amiga, será menos difícil, porque estaremos contigo todas las personas a las que has servido a lo largo del apego a tu vocación, tan cabalmente cumplida. Norma Esperanza también descansará en paz, sabedora de cuánto la cuidaste y apapachaste. Guadalupe, Ana, Mariana y Ortiz.

Golpea el hambre a 345 millones de personas en 82 países, así titula Alejandro Alegría su colaboración del 30 de junio en La Jornada. La noticia es una verdadera contradicción con el optimista apellido de nuestro estimado mensajero pues, tristeza profunda es lo que nos produce saber que 82 países se encuentran en un verdadero estado de postración por la carencia de los alimentos esenciales para existir. Alejandro nos señala que el obvio aumento de los precios de los bienes alimentarios ha restringido las exportaciones afectando severamente al comercio mundial. Se suman, por supuesto, el covid, la guerra de Ucrania y el alza automática de los combustibles y fertilizantes. A todo esto, Alegría agrega el cambio climático, las sequías y la obvia afectación que experimentan las estructuras de la producción agrícola, factores todos que inciden en los costos últimos de los alimentos, que resultan imposibles de cubrir para extensas mayorías de la población mundial.

Frente a esta estrujante realidad, las excitativas de los pomposos organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, así como la la OMC, tienen igual resultado que una sal de uvas para aliviar una desgarradora gastritis causada por desmanes etílicos durante los pasados 20 años. Entre sus consejos, sugerencias y buenos deseos están por ejemplo: “impulsar la producción sustentable tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de serlo. (Como quien dice: ¡Hágase la luz y la luz se hizo! De un día para otro, obviamente). Los muy bien comidos y bebidos funcio/burócratas desde su mullida poltrona planetaria aconsejan: satisfacer las necesidades urgentes, sin desviar los objetivos necesarios a más largo plazo, a fin de minimizar cualquier riesgo de malestar social. Sin quererlo, ya nos dieron una inmejorable (aunque riesgosa), receta: la satisfacción de nuestras necesidades mínimas está en saber expresar debidamente nuestro malestar social. Ya sabemos la dosis de la medicina para este mal, que afecta en el mundo únicamente a 82 países y a 345 millones de seres humanos. No nos vaya a salir usted trotskista, don Alejandro.

La columneta comienza y termina de duelo: Luis Martín Sánchez Íñiguez, corresponsal de La Jornada en Nayarit, fue asesinado. El crimen no fue una trágica confusión, no fue desborde pasional, ni un exceso para lograr otro delito menor, como robo o asalto. Tampoco una riña alcohólica, ni un castigo por razones o, mejor dicho, sinrazones sexuales. Queda claro el móvil: Luis escribía y lo hacía con la verdad y con espíritu de servicio a su gente. Hubieron agravantes: no se calló, no se atemorizó y no se corrompió. ¿Qué nos toca hacer a nosotros? Pienso que lo mínimo es no olvidarlo, mantener vivo su ejemplo y no descansar hasta que un justo y merecido castigo demuestre que la impunidad ha terminado entre nosotros. Y, por supuesto, tomar las medidas políticas, legales, administrativas para que nada le falte a los suyos. Si el Estado no fue capaz de brindarle protección sabiendo su vulnerabilidad y el bien que le hacía cotidianamente a su gente, hágase responsable ahora de su triste ausencia y del desamparo de los suyos.

A petición de Gilly, un día Josetxo Zaldua me invitó a comer. Lo hicimos en el Club France. Allí pedí corresponder y formulé la siguiente invitación. Zaldua pidió que fuera en mi casa y ofreció contribuir con los vinos. Aceptamos con la condición de que llevara separada su ración de la nuestra. Por motivos de salud o de viaje la comida no se realizó, pero sí dio pábulo a muy sabrosas pláticas. Yo moría de ganas de conocer su vida en la cárcel y él, de mis días al lado de nada menos que el hermano menor de don Francisco I. Madero. Desde mi punto de vista, Gilly ha sido no sólo uno de los más talentosos personajes que he tenido la oportunidad de conocer, sino a la vez, un luchador social tan preparado como limpio, incorruptible y valeroso. Él merece descansar. A nosotros corresponde seguir su lucha.

Quedan en el ordenador dos asuntos de la mayor trascendencia: el fallecimiento de Porfirio Muñoz Ledo y el intento de suicidio político de la por muchos conceptos excepcional Beatriz Paredes.

@ortiztejeda