Opinión
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De adelantos y abusos; del poder y el no poder
M

ucho habrá que recorrer por las memorias del grupo dirigente para encontrar alguna clave de su proceder rumbo a la sucesión presidencial. Hasta hoy, aparte de malos chistes y ocurrencias, tenemos el desgaste evidente de los aspirantes y su respeto casi religioso a la prohibición original de debatir entre ellos, proponer políticas y estrategias; lo suyo es mantener el sigilo y poner espectaculares en la vía pública.

La experiencia del Plan Nacional de Desarrollo no sólo fue una falta de respeto a los autores del documento, sino la imposición al gobierno, la legislatura y la inteligencia, de un remedo de proclama que a nadie conmovió ni llevó a la acción. Desde entonces, el país y el Estado mismo se han movido por instrumentos, por las puntadas de los escribanos del Presidente que no aciertan a identificar los vocablos propios de la economía, la planeación, la programación y el presupuesto. Tal vez por ello, el Presidente optó por la vía más ortodoxa de las conocidas: el conservadurismo más rupestre para manejar las finanzas públicas de las que entregará, no hay duda, cuentas buenas a los acreedores y sus nefastas calificadoras, pero muy malas en lo que hace a la producción y provisión de bienes públicos indispensables para la salud; para la mejor movilidad de personas y transportes, o para la promoción de empresas necesarias para la continuidad y la expansión de proyectos en curso.

La Cuarta Transformación de la vida pública se ha significado por una persistente degradación de lo público, en lo educativo y lo cultural, en lo material y lo político. Nos deja un escenario estatal acosado, asediado por todo tipo de carencias y ausencias, omisiones y excesos que sólo desembocan en un mayor deterioro. Asistimos a un desventurado desenlace de lo que quiso ser visto como el Gran Cambio del Mundo y se trastocó en circo de una pista, donde un solo domador presume no sólo de prestidigitador ingenioso, sino de ser el que manda. El único que tapa y destapa, cambia de nombre a las cosas del poder, del Estado y el gobierno y crea situaciones de ilegalidad como las que atestiguamos con los comportamientos de una oposición que ha elegido, ignominiosamente, seguir los pasos del que manda con tal de no quedarse atrás. ¿Qué perdía la tartajeante oposición de apegarse estrictamente a la ley y dejar al gobierno y su coalición en flagrante delito? ¿Popularidad?... Ahora sólo nos queda esperar tener unas elecciones limpias, cuyos resultados sean claros y respetados por todos y, sobre todo, una asistencia masiva a las urnas de una ciudadanía respetuosa de la democracia, de la ley y de sus organismos e instituciones. De mexicanos convencidos de que vale la pena seguir defendiendo lo construido hasta hoy; no demoler sino mejorar el funcionamiento de nuestras instituciones para vivir en paz y aspirar a un país socialmente justo y digno, sin discriminaciones majaderas como las que han aparecido recientemente, que lindan con el racismo o el antisemitismo, so capa de una afirmación identitaria que sólo nos daña a todos.

A este respecto, la llamada de atención de José Woldenberg (¿Identidades?, El Universal, 4/7/23), debemos agradecerla y unirnos a un reclamo sonoro y sin ambages en contra de siniestros juegos que llevan a la autodestrucción.